Pedro Miguel
Desde mediados de 2006 el Partido Popular de España le había venido haciendo a ETA el enorme favor de oponerse a la política de diálogo y al proceso de paz emprendido por el presidente José Luis Rodríguez Zapatero. El pasado 30 de diciembre, la organización terrorista devolvió los favores: hizo volar un estacionamiento del aeropuerto de Barajas, mató en la acción a dos ciudadanos ecuatorianos y provocó, con ello, el inmediato final de las gestiones de paz. A dos semanas del crimen, Rodríguez Zapatero se encuentra bajo acoso y a la defensiva, en tanto que Mariano Rajoy, cabeza de la oposición neofranquista, está que se muere de contento: "te lo dije", clama una y otra vez ante un rival abochornado y puesto en ridículo por el ataque traicionero: "te equivocaste".
Y, en efecto, el actual presidente del gobierno español cometió un error de apreciación indiscutible. Rodríguez Zapatero, el hombre más decente de cuantos han pasado por La Moncloa en estos ya treinta años de posfranquismo, apostó buena parte de su capital político a la consecución de la paz y el fin de la violencia que ha enfrentado en todo ese tiempo al Estado español con el grupo armado vasco. "Me produce tanto espanto la violencia, tanto desgarro, la considero tan injusta, tan inútil, que tener la oportunidad que me han dado los ciudadanos de dirigir el Gobierno y no dedicar todo mi tiempo, todo el tiempo necesario y todo el esfuerzo, a evitar que haya violencia, no me lo perdonaría a mí mismo", dijo el jueves pasado (El País, 14/01/07).
Tal vez algún día un reportaje retrospectivo nos explique qué ocurrió en las filas etarras para que se decidiera, desde ellas, que el incipiente proceso de negociación con el gobierno de Madrid había llegado a su vida útil, o bien que el fortalecimiento real de las perspectivas de paz empezaban a volverse un peligro serio para la subsistencia de la organización.
En lo inmediato los saldos del atentado en Barajas son incuestionables: Rodríguez Zapatero enfrenta la peor derrota política de su carrera, los sectores de la izquierda abertzale que se involucraron en el proceso de paz se encuentran en una circunstancia incómoda, por decir lo menos, y los partidarios de la violencia la violencia terrorista y su contraparte, la represión policial desmesurada y ciega han refrendado su alianza estratégica. Es horrible, pero ha de reconocerse que Rajoy tenía razón en cuanto a que ETA es políticamente irreductible.
Y es que, así como el PP tendría que reinventarse si la organización terrorista no existiera, los etarras se quedarían, en un entorno de lucha política y democrática, sin la razón de su existencia. Pero, por fortuna para unos y otros, los peligros de la paz han sido despejados. Etarras y "populares" pueden dedicarse a lo que saben hacer: respectivamente, matar y reprimir o exigir represión, por ahora y a disputarse los espacios de los pacifistas derrotados. Qué alivio.
martes, enero 16, 2007
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