Miguel Angel Velázquez
En todo el abanico de pretextos que pueda encontrar el gobierno federal para negar a la población de la ciudad de México la posibilidad de tener una estación de radio y un canal de televisión, no habrá argumento jurídico ni técnico que cubra, satisfactoriamente, la verdadera razón por la que no se pondrán en manos del gobierno capitalino los instrumentos de comunicación que demanda Marcelo Ebrard: miedo.
Para el gobierno federal, hasta hoy los medios de comunicación privados casi no le han fallado, están a sus órdenes. En ellos, como consta continuamente, los políticos con dinero, o afines a sus ideas, lanzan campañas en las que todo se permite, nada se censura.
La imagen de este o aquel a quien pretenden como candidato por ejemplo a la Presidencia de la República se apoya en todos los canales y se difunde con la profusión necesaria para construirle una imagen pública, de acuerdo con sus propios patrones. Todo lo que suene a contrario se transmite, sí, siempre que se pague, pero se denuesta, se descalifica en otros espacios.
La reciente experiencia de Andrés Manuel López Obrador y del propio Marcelo Ebrard sugieren la necesidad de equilibrar el uso político de los medios, y como eso no se hará a partir de los privados, el escape a lo que la izquierda ha llamado el "cerco informativo" se puede dar si el gobierno de la ciudad tiene en sus manos algún medio.
Es decir, aquí no se vale el discurso que nada más supone que la ciudad de México debe tener un canal de televisión y otro de radio, para dar voz a sus ciudadanos, es legítimo, desde cualquier punto de vista que se trate, también de un movimiento político desde donde se pueda escuchar la voz de los representantes de las mayorías votantes.
La desigualdad es inmensa. En todos los estados de la República, y hasta en algunos municipios, el gobierno cuenta con un medio de comunicación electrónico, y desde ellos, gobernadores, diputados (locales y federales) y hasta presidentes municipales hacen valer sus ideas y las de los partidos que los apoyan. Eso sucede a lo largo y ancho del país, menos en la ciudad de México.
Son muchos los derechos que se han conculcado a los habitantes del DF hay que recordar que ni siquiera tiene una constitución y ahora la lucha es buscar otro espacio que rompa la total desigualdad, o cuando menos, porque nadie puede creer que con una estación de radio y otra de tele el gobierno de la ciudad podrá competir contra los grandes monopolios de la voz y la imagen. No obstante, esos medios son necesarios.
Qué existan voces que se levantan indignadas porque aseguran que el uso de los medios que reclama el gobierno de la ciudad puede ser político debería tenernos a todos sin cuidado, ya que los medios privados y, desde luego, los que maneja el gobierno federal han servido, siempre que es necesario, para eso, para hacer política, para construir políticos, para hacer que los políticos mientan y para hacer que sus mentiras se conviertan en las razones válidas de muchas personas que no tienen acceso a la realidad, por eso no debe preocuparnos la indignación de los cínicos.
Pero ni eso, ni una sola estación, quiere ceder la derecha para eso redactaron la ley Televisa, y es que sienten miedo de que desde algún lugar su pueda colar la verdad, se pueda desenmascarar el juego que sólo les beneficia.
Lo malo es que todas la experiencias de los gobiernos, en este país, en el manejo de medios han terminado en fracaso, aunque hayan tenido momentos de gloria. La falta constante de recursos, el peso de los gobernantes sobre sus quehaceres y la ausencia de autonomía y talento han arrojado como saldo medios serviles, coros fáciles que los subsumen en la falta de confianza, en la incredulidad por parte de la audiencia.
Así, al reto inmenso de doblar los miedos del gobierno por autorizar una voz diferente se sumará, en caso de que el gobierno de la ciudad gane la controversia, el de hacer de esos medios entes creíbles, honestos con la realidad y educadores, pero no densos, entre otras cosas. Así que conseguir los espacios será cosa de poner en orden la conciencia política, pero hacer de esos medios algo trascendente, importante, creíble, como ya dijimos, será la meta y para decir verdad, se ve muy lejana. No obstante, por algo hay que empezar.
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