Carlos Fazio
En diciembre pasado, en vísperas de otro aniversario de la revolución cubana, las usinas del imperio lanzaron una nueva campaña propagandística contra la isla con eje en la "enfermedad maligna" y el "estado terminal" de Fidel Castro y los escenarios de la "transición" en Cuba. Los años pasan y los círculos de poder en Washington no cambian. Exhiben poca imaginación y frustración. Desde 1959, cuando entraron en La Habana los barbudos de la Sierra Maestra, los círculos de inteligencia de nueve sucesivas administraciones de la Casa Blanca han intentado desestabilizar la isla y repetido el esquema de que cuando Fidel no esté la revolución colapsará, sobrevendrá un caos y la población clamará por una intervención de Estados Unidos que transforme a Cuba en una democracia de mercado.
Cambian las circunstancias, pero la matriz es básicamente la misma. Tomemos por ejemplo un artículo de Ana María Salazar, reputada "experta" en seguridad nacional y antigua funcionaria del Pentágono. En "Adiós a Fidel" (El Universal, 22/12/06) habla de una "transición caótica y posiblemente violenta" en Cuba, que podría desatar un "escenario catastrófico". En el marco de un "vacío de poder", la "explosión social" será "inevitable" y podría desatarse una "guerra civil". Un "éxodo incontrolable de balseros" saldrá hacia Florida y miles recalarán en las costas de Dominicana, Bahamas, Gran Caimán y sur de México, por lo que "el presidente Calderón" deberá enfrentar un problema de "seguridad nacional". Su propuesta es que Calderón, otros gobiernos del área y el "exilio duro" de Miami "pidan a gritos" la entrada de los cascos azules de la ONU a Cuba.
Se trata de una variable al escenario de caos con intervención directa del Pentágono. La cuestión no es tan sencilla. Desde hace casi medio siglo la revolución cubana tiene la virtud de decepcionar a sus enemigos. Cuando a finales de julio pasado el presidente Fidel Castro fue intervenido quirúrgicamente y delegó sus responsabilidades gubernamentales, de manera provisoria, en un liderazgo colectivo encabezado por su hermano Raúl, la vida política, económica y social en la isla no se detuvo. Los cinco meses de ausencia temporal de Fidel no desembocaron en una situación "sin salida". El pueblo cubano tomó la sucesión con calmada madurez política. El país funciona con su ritmo habitual. La unidad entre las fuerzas armadas, el Ministerio del Interior, el Partido Comunista y el pueblo permanece firme e inamovible.
En Cuba no empezó la "transición post castrista" como pregonan los propagandistas del imperio. La delegación provisional de poderes ha garantizado la continuidad del proceso revolucionario. Y eso es así porque desde hace muchos años el Estado y la sociedad cubana cuentan con mecanismos jurídicos y organizativos que garantizan esa continuidad más allá de la supervivencia de su líder histórico. En Cuba hay una verdadera democracia popular con eje en la justicia social y la solidaridad internacionalista.
Pero como dijo en agosto pasado el presidente interino Raúl Castro, "no se puede descartar el peligro de que alguien se vuelva loco, o más loco todavía, dentro del gobierno estadunidense". Por eso Cuba no descuida su defensa. No es por paranoia belicista. Hace varios años que la guerra preventiva de la administración Bush dejó de ser simple teoría. Afganistán, Irak, Haití, Venezuela y ahora Somalia lo demuestran. Washington no tiene otra vía más que la militar para cambiar la situación en la isla. La Comisión de Ayuda a una Cuba Libre, auspiciada por el jefe de la Casa Blanca, persigue un "cambio de régimen" y regresar al país a su condición de colonia.
Desde mediados de 2006, el Plan Bush cuenta con un Anexo Secreto cuyo contenido debe tener evidentes propósitos militares. La razón es sencilla. Washington ha recrudecido la guerra económica contra Cuba mediante la aplicación extraterritorial de leyes que afectan a terceros países y tienen como objetivo hostigar y boicotear los negocios y el desarrollo de las ramas fundamentales de la economía cubana, como el turismo y la perforación y extracción de petróleo. Asimismo, la "guerra del éter", como se conocen las agresiones de las emisoras estadunidenses Radio y TV Martí, ha sido perfeccionada por el Pentágono que puso en el aire un moderno bimotor Gulfstream G-1 para transmitir señales hacia la isla con mensajes que incitan al sabotaje y la subversión interna. Pero todo eso hace años que se aplica y ha resultado un rotundo fracaso.
Por eso Cuba no descarta la posibilidad de que, acorralado en Irak, al "loco" de la oficina oval se le ocurra un golpe quirúrgico contra la isla o fabricar una nueva crisis migratoria que desembocaría en una "intervención humanitaria". El Comando Sur, el Servicio de Guardacostas y el Departamento de Seguridad Interna vienen realizando "ejercicios secos" en el Golfo de México con base en un supuesto éxodo masivo desde Cuba. Lo que embona con la propuesta de Ana María Salazar y sus cascos azules.
Cualquier intento en esa dirección crearía una situación de incalculables consecuencias para la estabilidad del área. Una aventura militar en Cuba no será un paseo. Cuba tiene decenas de miles de oficiales, combatientes y milicianos con experiencia adquirida y probada en misiones militares internacionalistas. Están formados en la doctrina de seguridad de la Guerra de Todo el Pueblo, concepción estratégica diseñada para enfrentar un ataque a gran escala con superioridad numérica y tecnológica del enemigo. En tal escenario, cada ciudadano tendrá un medio, un lugar y una forma de enfrentar al agresor. Sería una lucha librada cuerpo a cuerpo hasta el último recurso. El costo que pagaría Estados Unidos sería invaluable. No obstante, no hay que cantar victoria. Pero no está de más tirarle una trompetilla al imperio. En Cuba hay Fidel y revolución para rato.
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