Editorial
Triunfalismo prematuro
Los balances de los primeros cien días, del primer año o de la mitad del periodo de un gobierno son rituales políticos y publicitarios habituales en el mundo contemporáneo. Pero resulta desconcertante que Felipe Calderón haya formulado, ayer, un corte de caja de los 45 días transcurridos desde que tomó posesión de la Presidencia de la República y que se refiriera al avance "con rumbo y paso firme" presuntamente realizado durante sus primeras seis semanas en Los Pinos. Tan manifiesta prisa por mostrar resultados, inclusive si éstos no fueran cuestionables, lejos de comunicar certidumbre, sugiere más bien cierto desasosiego y alguna inseguridad por parte del equipo gobernante.
Es lógico suponer, sin duda, que en la perspectiva presidencial exista la necesidad de justificar los operativos policiaco-militares contra la delincuencia organizada, por más que los saldos de las acciones oficiales de combate al narcotráfico en Michoacán y Baja California estén todavía por definirse. Pero la satisfacción y el contento generales expresados por el titular del Ejecutivo federal ante una obra de gobierno de mes y medio aun si fuera cierto que "México tiene más tranquilidad y certidumbre" hoy que el 30 de noviembre del año pasado parecen difícilmente conciliables con hechos concretos: la fractura social generada por el conflicto poselectoral de 2006 y la crisis de legitimidad del propio Calderón Hinojosa están lejos de haberse resuelto; el conflicto oaxaqueño ha llevado a la actual administración a mostrar un rostro represivo y, en ese contexto, en esos mismos 45 días reseñados por el ocupante de Los Pinos han ocurrido severas violaciones a los derechos humanos; por si fuera poco, los efectos acumulados de la política económica neoliberal aún vigente abandono de los cultivadores de maíz, apertura indiscriminada del mercado nacional, eliminación de los subsidios y de los mecanismos de control de precios, renuncia a la soberanía alimentaria han provocado una circunstancia dramática para los sectores mayoritarios de la población con los incrementos desmesurados en el precio de la tortilla, base de la alimentación popular, y amenazan con convertir este grave problema social en un traspié económico de envergadura si tales aumentos se traducen en un impulso a la inflación.
Así, más allá de las inopinadas formas de autocomplacencia a todas luces prematura, el fondo del mensaje presidencial hace pensar en la persistencia, en la presente administración, de la fractura entre el discurso oficial y las realidades nacionales, una fractura que fue llevada a extremos grotescos durante el mandato de Vicente Fox, cuando el sarcasmo de la opinión pública bautizó como Foxilandia las fantasiosas descripciones de un México idílico que sólo existió en la imaginación del guanajuatense y de sus allegados.
Los elementos de juicio disponibles indican la imposibilidad de hacer gran cosa para resolver añejos problemas nacionales en el primer mes y medio de un ejercicio gubernamental; ese lapso permitiría, a lo sumo, que los integrantes del equipo de gobierno recién llegado se percataran, desde la situación de privilegio informativo que da el poder, de las dimensiones reales de tales problemas y los expusieran con honestidad y franqueza ante la sociedad.
En suma, tanto por la forma como por el fondo, la conferencia de prensa en la que el nuevo titular del Ejecutivo federal realizó un "balance" de los primeros 45 días de su gobierno constituye más un factor de inquietud que de tranquilidad.
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