Guillermo Almeyra
No hay "modelos" en la vida política y social ni en la cultura. Todos los pueblos inventaron, en un momento u otro, cuencos para beber o instrumentos para cortar, pero las formas de éstos y aquéllos, su decoración y su simbolismo social varían según las culturas. Está bien, por lo tanto, recordar ahora que existe un poderoso movimiento social en Bolivia, pero no se puede hablar de un "modelo boliviano" o de un "modelo piquetero", porque detrás de cada uno de los supuestos "modelos" existe un tejido social particular, con una historia y una tradición organizativa singulares, irrepetibles.
Solía repetirles a los compañeros argentinos, quienes decían que había que imitar a los zapatistas de Chiapas, que para poder hacerlo deberían importar algunos cientos de miles de tzeltales, tzotziles y tojolobales de las cañadas chiapanecas. Lo mismo les pasa a quienes esperan imitar a las comunidades bolivianas, que tienen una historia pesadísima a cuestas y quieren completar la revolución de 1952, que estalló hace apenas dos generaciones, o a los hijos y nietos de la resistencia clandestina y autónoma peronista a las dictaduras que se sucedieron desde 1955 en Argentina. Todos los pueblos utilizan cuchillos, pero cada uno les da una forma propia, que refleja indirectamente sus relaciones sociales y su cultura específica, resultado del tipo de conflictos y luchas que ha vivido. Dejemos, pues, los modelos a los modistos y arquitectos. Inclinémonos mejor por el análisis de las experiencias de las luchas que marcan la conciencia profunda de los explotados y oprimidos de cada gran región y que marcan su cultura.
El PRI amortiguó durante decenios el enfrentamiento entre las mal llamadas "clases subalternas" (en realidad, oprimidas y explotadas) y sus opresores, y el aparato estatal y la ideología de la unidad nacional reforzaron la dominación de estos últimos sobre aquéllas. El campesino y el cacique, el obrero y el charro, el industrial-político y las clases medias pobres esperaban del PRI y de su aparato. A fines de los 80 esa unidad siempre llena de conflictos (henriquismo, huelgas obreras y campesinas) estalló, con la salida del PRI de la Corriente Democrática y la movilización neocardenista. Pero luego la decepción popular fue muy grande ante la impotencia frente al fraude salinista de una dirección que soportaba matanzas e infamias de todo tipo y no luchaba por una alternativa. Sin embargo, el desánimo no fue duradero y en 1994 la rebelión en Chiapas dio nuevas fuerzas y esperanzas a vastos sectores populares.
La descomposición profunda del Estado y del régimen político favoreció que, por un lado, fuera posible impedir el aplastamiento del zapatismo en Chiapas y, por otro, avanzar mucho en experiencias locales o puntuales de lucha y autonomía en el resto del país. Sobre esa base moral y a pesar de múltiples y reiterados ejemplos de corrupción y de impotencia que brindó el PRD al país, el partido del sol azteca creció y ganó elecciones importantes y apareció como esperanza para millones de mexicanos un dirigente del mismo que, aunque no muy diferente en sus posiciones políticas que sus predecesores, resistió el desafuero y a los ojos de vastos sectores populares parecía dispuesto a luchar contra las instituciones.
En un país mayoritariamente conservador, en el que la migración masiva de jóvenes expresa desconfianza en el futuro colectivo y el deseo de buscar individualmente una salida, aparecieron en forma incipiente y aún caótica dos polos de organización popular, ambos con el fin declarado de cambiar el país y construir una asamblea constituyente: el PRD de Andrés Manuel López Obrador y la otra campaña (OC), resultado del salto político y teórico del zapatismo al adoptar la Sexta Declaración de la Selva Lacandona y asumirse revolucionario. Hoy, con la derecha tradicional en el poder, la disgregación del aparato estatal se ha agravado y el gobierno nacido del fraude es débil aunque tenga modos más fuertes que el anterior. Pero el PRD está desgarrado entre los desesperados por conciliar con Felipe Calderón y y la minoría de los cuadros que, como la mayoría de los votantes, quiere luchar por una alternativa al sistema, pero no sabe cómo.
De ahí la vergonzosa votación del presupuesto federal y la aún peor pasividad política de la dirección del PRD, que se orienta en realidad hacia las próximas elecciones sin pensar siquiera, en su soberbia, que la gente que la apoyó podría darle la espalda. Pero si el PRD y el prestigio de López Obrador se han quemado ante millones de personas por no haber organizado su apoyo y la convención nacional democrática, también ha pasado lo mismo con Marcos y la otra campaña. La falta total de autocrítica del PRD-AMLO y de Marcos-OC acelera ese desgaste y, en parte, genera desánimo en vastos sectores que antes tenían esperanzas. Como pasó después de 1988, el capitalismo se encargará de dar nuevos motivos de lucha. Ahí estará entonces la experiencia autogestionaria, autónoma, democrática y horizontal de la APPO y la resistencia de los pueblos oaxaqueños, que continúa. Y allí estará también el previsible renacimiento, por vías independientes del PRD, de los electricistas del SME y otros sectores obreros. Por eso, más que nunca, hay que analizar a la APPO y la historia de las luchas obreras y populares y no los "modelos"; hay que sentir el pulso del país, escuchar los sentimientos nacionales, ver cómo se construye la cultura popular. Ese será el aporte del México profundo al mundo: extender las asambleas populares masivas y reales, y la autogestión al nivel de un entero país.
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