Por Juan R. Menéndez Rodríguez
La estafeta de hoy
Produce una inmensa tristeza pensar que la Naturaleza habla mientras el género humano no escucha.- Víctor Hugo
Todavía existen individuos, éticamente responsables, que llaman la atención en torno a la posibilidad, ya no remota, de un desastre civilizatorio generalizado por la vía de la degradación de los ecosistemas naturales.
Es el caso de James P. Leape, director general del Fondo Mundial para la Vida Salvaje (WWF, por sus siglas en inglés), quien firma el Reporte Planeta Vivo 2006, documento bianual que divulga esta institución. El texto analiza el estado de la Naturaleza e indica que, si las actuales proyecciones se concretizan, la Humanidad consumirá peligrosamente, para el 2050, dos veces más recursos que los que el planeta puede generar por año.
¿Dónde reside la contradicción? Todos los países necesitan crecer en lo económico, lo cual se cobra con una alta tasa de iniquidad social (desempleo y contención de los salarios) y una perversa devastación ambiental. Hace bastante tiempo que se rompió el equilibrio entre crecimiento y conservación del ambiente, a favor del crecimiento. El consumo ya supera, en un 25 por ciento, la capacidad de recuperación del planeta.
Según Leape, si quisiésemos universalizar el bienestar de los países industrializados -imaginemos que todos los chinos pudieran adquirir un auto- necesitaríamos disponer de otros dos planetas como la Tierra. Sabemos que la Tierra es un sistema vivo autorregulador, en el cual, hoy por hoy, no se entrelazan armónicamente lo físico, lo químico, lo biológico y lo humano, de ahí los cambios climáticos y el calentamiento mundial. Para encontrar de nuevo su equilibrio, la Tierra aumentará su temperatura entre 1.4 y 5.8 grados Celsius, lo cual implicaría grandes devastaciones por la subida del nivel de los océanos, afectando a más de la mitad de la Humanidad.
De aquí la pertinencia de reintroducir el tema en la mesa de discusión, como lo hacen algunos connotados científicos, ambientalistas, periodistas y académicos. No se trata ya de cuidar el medio ambiente, sino de no sobrepasar sus límites. ¿Estaremos en el no retorno? ¿Podremos detener el proceso devastador, disminuir su velocidad? Estas cuestiones debieran ocupar a los gobiernos, en especial al mexicano que plantea el crecimiento económico como central.
En su reciente travesía por Europa, Felipe Calderón Hinojosa sólo hizo referencia a la necesidad de "un verdadero desarrollo sustentable". Pero, ante datos como éstos, se requiere algo más que declaraciones protocolarias.
Hace falta instalar la política y la economía en su justo sitio. Esto es, entenderlas como partes de un mismo sistema, donde interactúan con lo social, lo ético, lo ambiental, lo espiritual.
No poseemos, ciertamente, una educación para el cuidado. Porque en nombre del desarrollo se explotan en forma ilimitada y por demás perversa todos los recursos, para que haya más y más consumo, sin el cual el sistema económico-financiero se hunde. La incitación permanente a necesidades ajenas a las elementales, a las que el ser humano se ve empujado aun por encima de su voluntad, está en la base operativa del consumismo devastador.
El escritor y periodista madrileño, Eduardo Haro Tecglen, explica la calentura que ha inoculado la mente humana: "La sensación de seguridad acompañó siempre al hombre que tuvo las condiciones materiales para garantizarse solidez, pero en las sociedades de consumo esto se potenció sin límite". Concluye: "De la seguridad provocada por la posibilidad de reservar para el futuro, se pasó a la otorgada por el cambio permanente, de donde vino la necesidad de hipotecar el futuro con el fin de hacer posible el ritmo de vida presente".
El desarrollo sostenible o desarrollo sustentable hace referencia a la utilización de forma racional (con lógica social en beneficio de las grandes mayorías) de los recursos naturales de un lugar, cuidando que no sean esquilmados (sobre todo con la lógica de la maximización de las ganancias a corto plazo) y las generaciones futuras puedan hacer uso de ellos igual que hemos hecho nosotros, es decir, sin que nuestras prácticas, fundamentalmente económicas, imposibiliten el futuro de la vida humana en la Tierra.
¿Qué importan el comunismo, el capitalismo o el socialismo? Se trata de hablar de los recursos naturales, de que las generaciones futuras tengan o no el mismo acceso a esos recursos. No entra el status social, ni el hambre, ni las libertades, ni nada, pero a la inmensa mayoría de los políticos que gobiernan el mundo les gusta demasiado hacer demagogia.
Sinceramente, no me extraña en lo absoluto que, gente como ellos, intenten quitar hierro al asunto, negando la realidad de que el fracasado capitalismo neoliberal está llevando a la ruina al planeta por la simple razón de que consumimos más de lo que necesitamos. Como siempre: demagogia, tergiversación y mentiras desde la derecha a ultranza... Egoísmo al máximo. Los que vengan detrás que se jodan...
Y, finalmente, amable y estimado lector, la buena gramática, esa que enseña día a día nuestro Director General, espejo diáfano del más auténtico Periodismo Vertical y portador, como divisa, siempre de la Verdad, se escribe despacito y con buena letra, con todos los puntos sobre las íes y sus acentos se mantiene hoy, más que nunca, firme en el camino; los saberes de tan noble cepa en este ancestral oficio, excelente basamento para molinos fuertes y macizos que permiten orientar el viento más allá de los mares y montañas, ahí donde anida el añorado y saludable Clima y Ambiente, alma y espíritu que supo conjugar, en todas sus formas y tiempos, don Mario Menéndez-Romero, el genial y eterno Caballero de punta en blanco...
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