Guillermo Almeyra
En la manifestación del 31 de enero hubo quien exigió un nuevo pacto social, como si este gobierno, formado por la derecha clásica, clerical y reaccionaria y cuyo programa se basa, por el contrario, en rebajar los salarios reales de los mexicanos y en garantizar la inversión extranjera y la política de Bush, pudiese negociar tal cosa sin ser forzado por grandes movilizaciones a prometer sin desear ni poder cumplir.
En el cuarto Diálogo Nacional, por otra parte, que reunió a 600 organizaciones (entre las cuales figuran las de Atenco y la APPO), se presentó un programa de lucha que llama a construir un pacto nacional, pero esta vez con los trabajadores y la sociedad, por una política alternativa. Y se resolvió también realizar una gran manifestación nacional el 8 de marzo, día de lucha de la mujer, y un paro cívico nacional el próximo 2 de mayo, además de una marcha obrera el 1º de mayo contra la política del gobierno.
Hubo, sin embargo, quien con pobres chistes baratos pretendió quitarle importancia al diálogo y su plan, y al llamado a la unidad de acción contra las políticas entreguistas y hambreadoras del gobierno de la oligarquía, ignorando las resoluciones. Pero los hechos están ahí y obligan a definirse. ¿Es lícito quedarse en la pasividad, de espaldas al país, sus movilizaciones y necesidades, dando así una mano a un gobierno ilegítimo, débil, pero represivo y que se lanzará, no hay que dudarlo, también contra el EZLN? ¿No es posible actuar juntos en algunas luchas, manteniendo cada uno su organización y su identidad? ¿El enemigo central está en los movimientos y las movilizaciones o en el poder y en el imperialismo? ¿Se marcha el 8 de marzo por las presas de Atenco y de la APPO, contra las violaciones, contra la violencia antifemenina o se ayuda, una vez más, a Calderón, Iglesia y policía con un inmovilismo cómplice? ¿Se para y se sale a la calle el 2 de mayo o, una vez más, se dice "gracias, me abstengo"?
El pensamiento sectario, pasivo y cobarde, dice mejor solos que mal acompañados... Pero ¿con quién se pretende, no ya acabar con el capitalismo, sino meramente organizar una Asamblea Constituyente, sino con los millones de trabajadores de todo tipo que se opusieron al fraude o que se movilizan siguiendo el Diálogo Nacional detrás de reformas, en efecto, pero de reformas que el capitalismo no quiere ni puede hacer y por eso resultan antisistémicas: la imposición de la democracia, la modificación total de las instituciones fundamentales, un alza generalizada de salarios, la defensa de la soberanía nacional, por ejemplo? ¿Cómo provocar la caída del gobierno, la construcción de poderes locales democráticos de base, el desarrollo de las autonomías, un cambio de la orientación económica tal como en Bolivia y Venezuela, al menos, si no es con la fuerza de los obreros, los campesinos, los trabajadores y los intelectuales comprometidos? ¿Los cambios piensa alguien que pueden venir o de futuras victorias electorales en las que por razones mágicas no haya fraude, de la transformación mística de la mayoría de los diputados y senadores de PAN, PRI y del propio PRD, de los pedidos de cordura al gobierno de los grandes empresarios, y no de un cambio radical en la relación de fuerzas entre las clases decisivas, y entre el pueblo mexicano movilizado y el imperialismo? ¿Hay que decirles fuchi a las luchas que el grupito donde uno milita no controla y hay que simular que no existen o no tienen importancia, cuando el gobierno demuestra todo lo contrario?
La transformación democrática de México -no digamos una eventual transformación revolucionaria- será anticapitalista y dirigida por las clases explotadas o no será. Evidentemente el carácter anticapitalista de las tareas choca con la subordinación al sistema y a sus valores que aún impera en la casi totalidad del pueblo mexicano, indígenas o mestizos, campesinos u obreros, clases medias urbanas o rurales. Pero ¿acaso no pasa lo mismo en las organizaciones que se dicen revolucionarias, pero no superan una propaganda anticapitalista general y primitiva y no definen posiciones, tareas, objetivos y siguen funcionando con un intolerable verticalismo antidemocrático, sin consulta ninguna a sus "bases" (que, dicho sea de paso, como no están formadas por borregos, pueden hacer naufragar la candidatura de Ana Rosa Payán, por ejemplo, en el PRD)?
En el programa del Diálogo Nacional hay que reforzar lo que se refiere a la lucha por los derechos indígenas y por una transformación total de la situación de los campesinos y del campo y hay otros puntos que merecen ser ajustados. Pero es una buena base -mucho mejor que todas las otras- para avanzar y luchar, en el entendimiento de que en la lucha misma la gente madura, precisa sus exigencias y renueva sus cuadros. El PRD, formalmente, se ha adherido al Diálogo Nacional aunque su política sea sólo institucional, parlamentaria, conservadora y abierta a la negociación transigente y oculta con el gobierno. El nuevo congreso de ese partido y el de la Convención Nacional Democrática deben, por consiguiente, sumarse al plan de lucha para el 8 de marzo y el 1º y 2 de mayo resuelto en el cuarto Diálogo Nacional, pues el mismo no es sólo una bandera del movimiento sindical clasista sino, por el contrario, el eje de la lucha de todos los que resisten a la opresión y la represión, al fraude declarado y cínico, a la militarización de la vida política en el país, a los planes de entrega de las palancas fundamentales de la economía.
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