José Agustín Ortiz Pinchetti
Gracias a insólita elección indirecta, Beatriz Paredes es la dirigente máxima del PRI. Nos preguntamos, ¿qué será del viejo partido? ¿Se puede recuperar? ¿No tiene remedio? Depende del color del cristal con que se mire.
Visión estática. Su posicionamiento no es malo. Tiene 17 gubernaturas y, con excepción de la capital, es la segunda fuerza en todos los estados donde no es la primera. Aunque minoría en las dos cámaras federales, la habilidad de sus dirigentes le permite controlar ambas. Tienen acorralado a Felipe Calderón. Le sacan las concesiones que quieren, chantajeándolo y dándole contraprestaciones ridículas. Así, los priístas tienen garantizada la impunidad. Saben que obtendrían nuevas ganancias si amenazan con aliarse al PRD. Pero preferirán "el bipartidismo" y, si se puede, una coalición de hecho para constituir el PRIAN. Paredes estuvo a punto de ser una ministra en el flaco equipo de Calderón. Se hubiera comido a todos.
Beatriz es carismática, hábil y dura; tiene apoyos de los grandes grupos de interés, y se dice de Carlos Salinas y muchísimo dinero. No es buena administradora, pero tiene excelentes operadores, como María de los Angeles Moreno. Su retórica de centro-izquierda nada tiene que ver con lo que se propone, pero puede atraer amplios sectores de las viejas bases del tricolor.
Visión dinámica. El PRI está en un proceso de decadencia que viene desde los años ochenta. Ni Beatriz ni nadie podría revertirlo. Toynbee escribió que la decadencia de las civilizaciones se debe a un rompimiento interno. Lo mismo puede decirse de los partidos. El PRI colapsó, aunque no se derrumbó inmediatamente, cuando De la Madrid ordenó la expulsión de la Corriente Democrática y de Cuauhtémoc Cárdenas, Porfirio Muñoz Ledo y sus compañeros. El quiebre se hizo profundo cuando los priístas tuvieron que defender las causas de Salinas en las que no creían: aliarse con el PAN, echar para abajo las Leyes de Reforma y el agrarismo y entregar a los obreros, aceptar como jefe natural a Diego Fernández de Cevallos, tapar crímenes, errores, saqueos, intento de relección. Fue demasiado.
El PRI perdió su "alma", el núcleo de convicción que lo mantuvo en el poder por muchas décadas. No hay síntoma de que los efectos del colapso se hubieran controlado. El tricolor ha perdido terreno en todas las elecciones importantes desde 1994. Es utilizado como escudo de los corruptos. No ofrece fórmulas o personajes nuevos. Sus caudillos tienen por lo menos 20 años en la farándula. Nada ofrece a los jóvenes ni a una sociedad politizada que se moderniza. No podrá ser oposición ni regresar al poder.
En el fondo, su error fatal fue creerse eterno. Como dijo Gabriel Zaid hace muchísimos años, hubiera sido muy raro que el PRI fuera eterno.
domingo, febrero 25, 2007
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