Hugo Gutiérrez Vega
La derecha y la ultraderecha españolas protestaban en las calles de Pamplona por un proyecto del gobierno socialista que el mismo gobierno ignoraba: la anexión de Navarra al País Vasco. El señor Rajoy, fascista de cuño no tan nuevo, y otros energúmenos fundamentalistas encabezaron una manifestación en contra de un proyecto que nunca existió. Se trataba, por supuesto, de lograr un clima de crispación social y de unir a las fuerzas de la derecha en un proyecto que sí existe: regresar al poder a como dé lugar. Confieso que temblé ligeramente al ver ondear las banderas de la Falange y al percatarme de que eran muy jóvenes los que llevaban retratos de José Antonio Primo de Rivera y del siniestro Onésimo Redondo, líder de las JONS (juventudes de Ofensiva Nacional Sindicalista). Pensé que toda esa parafernalia sería ya pasto de polillas en desvanes desvencijados. Nada de eso. Aunque sean muy pocos, los fascistas peninsulares siguen vivitos y coleando, y se desgañitan en la primera oportunidad que se les presenta (a mi regreso a México, otra imagen me puso a temblar: la de unos soldados presentando armas y desenfundando la bandera en una asamblea pletórica de curas y de monjas. El recuerdo del arzobispo de Toledo bendiciendo las armas de los sublevados del 36 me acogotó. Pensé también en las fotos de la cristiada y constaté que la derecha de aquí y la de allá se parecen de manera alarmante). Pasé 10 días en Madrid y escuché en las noticias las palabras del señor Mariano Rajoy y las andanadas verbales de un furibundo líder de la derecha más dura y arqueológica, un troglodita de apellido Zaplana. Tanta zafiedad y tanta superchería me asquearon y no volví a prender la caja idiota peninsular. Leí El País, el gran diario que en lo que a la política mexicana se refiere ha sido tan errático, y me enteré del boicot decretado por Rajoy y sus fieras en contra de Prisa. Leyendo los otros diarios españoles uno se da cuenta de que el único serio, bien informado y combativo es El País. Esto explica que la derecha, tan entusiasta de la censura, le tenga tamaño odio y busque su desaparición (pongamos, periodistas de países en los que la derecha gobierna o quiere volver al poder a toda costa, nuestras luengas barbas a remojar).
Leí un discurso en la Casa de América de Madrid para celebrar los 30 años de la reanudación de relaciones diplomáticas con el reino de España (mantuvimos fielmente nuestras relaciones con el gobierno de la República en el exilio hasta que el tenebroso caudillo alzó las botas). La ministra para la Cooperación Iberoamericana, Trinidad Jiménez, andaluza inteligente e ingeniosa, hizo un elogio del general Lázaro Cárdenas y de la generosidad mexicana; Juan Cruz, periodista de varias publicaciones, contó anécdotas del exilio y este bazarista habló del sustrato cultural que une a México con España. Ese sustrato no sólo lo forman los misioneros y los conquistadores sino también los liberales, las logias masónicas que, en esa época, eran la vanguardia modernizadora y, de manera muy especial, los refugiados españoles, ese "río de sangre roja" que España mandó a México y que, a la postre, fue una transfusión salutífera. No es poca cosa que un país refugie en otro a una buena parte de su elite cultural, artística, académica y científica. Los dos salimos ganando en el histórico acontecimiento.
Próximamente publicaré el discurso de marras que tuvo la enorme virtud de ser breve. Al terminar el almuerzo protocolario (por vida de Dios que en esas ceremonias se come pésimamente), me acerqué a la ministra Trinidad para comentarle que veía muy soliviantada a la derecha y, lo que es peor, a la ultraderecha, que había puesto de nuevo en circulación toda su parafernalia. Me tranquilizó al decirme que la democracia española está ya profundamente enraizada en la realidad sociopolítica. Tiene razón doña Trinidad, pero yo, para mis adentros, sentí que algo puede pasar en España. Ya no estamos en 1936 y el sainete de Tejero y compañía fue anecdótico gracias a la firmeza del rey (nunca se supo a ciencia cierta cuáles eran las ramificaciones de la conspiración en el ejército y la armada). Todo esto es cierto, pero se presiente que la derecha está velando las armas. Desde México, ocupado por una derecha cerril, tramposa y aliada, como era de esperarse, a la clerigalla, los empresarios y los medios de comunicación de masas, especialmente los electrónicos, vemos con preocupación los nuevos movimientos de la vieja derecha española que, hace unos días, cantó en las calles de Pamplona el Cara al sol y el himno tradicionalista tan estimado por los agentes de pompas fúnebres: "Por Dios, la patria y el rey murieron nuestros padres. Por Dios, la patria y el rey moriremos nosotros también. Moriremos todos juntos, todos juntos en unión, defendiendo la bandera de la santa tradición". ¡Qué Dios nos coja confesados!, como decía mi santa abuela nunca curada del todo de sus espantos.
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