Alejandro Nadal
En 1897 un trabajador en el muelle de Amberes, llamado Edouard Morel, observaba las operaciones de descarga de un navío recién llegado del Congo. Notó que mientras el cargamento era de marfil, caucho y minerales valiosos, los barcos que iban de regreso a la colonia belga sólo llevaban armas de fuego y municiones. No tardó en descifrar la ecuación: lo que movía la ''economía'' del Congo era el trabajo esclavo.
Morel diseñó y puso en pie de lucha una campaña sobre derechos humanos, pero eso no fue suficiente para detener el saqueo. Más de cien años después, el drama alcanza nuevas dimensiones. En la última década, la guerra en la República Democrática del Congo, uno de los mejores ejemplos de conflictos ligados a los recursos naturales, provocó más de 4 millones de muertes. La lista no se detiene aquí: Sierra Leone, Liberia, Ruanda, Angola, Sudán y Uganda son algunos otros trágicos ejemplos de lo que acarrea la llamada ''maldición de los recursos naturales''.
Hoy los países del G-8 regresan sobre el tema. Este año la cumbre de los países ricos se llevará a cabo en Berlín, y la agenda incluye una referencia importante a los recursos de Africa. Parte de la motivación del G-8 es evitar que las riquezas naturales sirvan para financiar guerras civiles. Por eso pretende fortalecer algunos regímenes de regulación voluntaria, como el proceso Kimberley para diamantes y la Iniciativa de Transparencia para la Industria Extractiva (EITI por su sigla en inglés). La presidencia alemana del G-8 ha propuesto este año a los cinco países invitados (Brasil, China, India, México y Sudáfrica) a formar parte de esa iniciativa.
Cualquiera que sea el diagnóstico sobre la EITI, este interés del G-8 puede ser visto con cierta simpatía. Pero habrá que ver si al interior del grupo puede haber un acuerdo, pues aquí hay intereses encontrados. La minuta de la reunión preparatoria del 15-16 de marzo muestra las fisuras en torno a este tema. Mientras Canadá e Inglaterra se muestran escépticos sobre el sistema de certificación de la EITI, Rusia ya anunció que no se unirá a esa iniciativa. Francia alega con cinismo que el coltan (mineral formado por columbita y tantalita utilizado en equipos electrónicos) no puede estar cubierto por dicho régimen debido a sus aplicaciones en la industria militar. Por su parte, Brasil tampoco quiere unirse a la EITI con el pretexto de que perdería competitividad frente a Australia. Y aquí en Berlín hasta el representante de Angela Merkel se pregunta confundido si la EITI también cubre los recursos forestales (no los cubre).
Pero hay otra preocupación de los integrantes del G-8, que es más inquietante. Tiene que ver con lo que percibe como una amenaza para sus intereses en Africa: la demanda insaciable de China, de India y en menor grado, de Brasil. La idea es sencilla: la presión económica será un factor adicional de desestabilización en un continente que ha estado marcado por una extraordinaria volatilidad política.
La pugna por los recursos en Africa está desatada. India y China ya se han colocado en el continente en su búsqueda de petróleo, gas, minerales y madera. China estuvo presente en el continente durante la guerra fría (construyendo proyectos riesgosos como el ferrocarril Tanzam, que dio a Zambia una salida al mar). Hoy regresa con más bríos. China ya es el segundo consumidor de petróleo en el mundo y el 25 por ciento de sus importaciones de crudo provienen del golfo de Guinea y de Sudán. Por su parte, Guinea Ecuatorial ya es el quinto proveedor de crudo de Estados Unidos. Todo eso promete una rivalidad por los recursos mucho más intensa a futuro.
El comercio China-Africa creció 700 por ciento en la década de los noventa, y hoy 677 empresas chinas tienen inversiones superiores a los mil 200 millones de dólares en proyectos mineros, madereros y pesqueros en Africa. Parte de estas inversiones están en obras de infraestructura que facilitan el acceso a los recursos naturales. Y aunque las inversiones de India en Africa son mucho menores que las de China, están creciendo vertiginosamente.
El gasto militar en Africa alcanzó su nivel histórico más alto en 2004 (último año para el que existe información), con más de 12 mil millones de dólares. Por supuesto, Estados Unidos, Rusia, China e India no se quedan atrás. Las guerras por los recursos naturales podrían adquirir una nueva dimensión en los próximos años, haciendo irrelevante la preocupación del G-8 por evitar episodios como el de los diamantes de sangre.
Al darse cuenta de lo que sucedía en la colonia del rey Leopoldo de Bélgica, Morel escribió: ''Estaba en el muelle y veía cómo se descargaba el caucho; no pude evitar pensar que con las campanadas de la catedral se mezclaba un suspiro resignado del bosque ecuatorial y de la gente que estaba siendo despojada de sus riquezas''. Desde entonces, el drama africano no se ha interrumpido.
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