León García Soler
El cardenal Norberto Rivera calla y sus abogados anuncian que demandarán por difamación a legisladores que no se intimidaron con las advertencias de excomunión y aprobaron en comisiones la despenalización del aborto, a pesar del espantajo torvo de amenazas de muerte lanzadas por fanáticos en la Asamblea Legislativa del Distrito Federal.
Cabe recordar la anécdota histórica de cuando Enrique VIII dirigió unos cañonazos al Vaticano desde Iglaterra al Papa (que por supuesto no llegaron a destino tan distante) en respuesta por la excomunión de que fue objeto y dijo: "Lo mismo que le hacen mis cañonazos me hacen a mi sus excomuniones."
De Roma llegaron, casi simultáneamente, la carta papal que llama a la grey católica a una cruzada contra el aborto y noticias del Vaticano sobre la abolición del limbo, residencia eterna de los niños que mueren sin bautismo. ¿Adónde irán las almas?, preguntaba el poeta. La Comisión Teológica Internacional, dependiente de la Congregación para la Doctrina de la Fe, concluyó que hay "fundamentos teológicos y litúrgicos para tener la esperanza de que los niños no bautizados que mueren serán salvados y disfrutarán de la visión divina". Y se abolió el limbo, designado y establecido en el siglo XIII como topos para alivio caritativo, aunque no muy convincente, que supliría los fuegos del infierno a que los condenaba San Agustín. Asunto de doctrina y no de dogma, dicen los conocedores. Pasaron ocho siglos para que la Iglesia pudiera ofrecer la esperanza de salvación a los niños muertos sin haber sido bautizados.
Estos fundamentos teológicos que serían equiparables a las leyes que emanan del Congreso están basados en una consulta entre los congresistas celestiales (miembros del Vaticano) o ¿hubo una consulta con el Ejecutivo (Dios)? porque según tengo entendido es el que decide ya que en el cielo no hay democracia. Ahora que el limbo quedará vacío de almas como lo que sucedió con la megabiblioteca Vasconcelos a ¿qué se destinará? o son también recursos perdidos. Falta ahora determinar en el Congreso celestial pero siempre que Dios así lo considere pertinente ¿adonde irán los embriones abortados?
Pero los del Episcopado Mexicano tienen prisa. Del poder terrenal se trata y nadie está dispuesto a esperar que pasen 800 años de indefinición en el desmantelamiento impune del poder constituido de esta República laica, democrática y representativa nuestra. Mientras amagan con anatemas a los legisladores y envían a sus cruzados a gritar amenazas de muerte a las puertas del recinto de Donceles, los obispos se ofrecen como mediadores entre diferentes líderes políticos de la dispersa y diluida pluralidad partidista. Pastores nada menos que del presidente constitucional Felipe Calderón y del presidente legítimo Andrés Manuel López Obrador; artífices de la reconciliación para que no haya polarización social y política en el reino terrenal de la clerigalla, en cuyos prados yacen juntos ovejas y lobos.
Y además de ayudar en lo fiscal, a delimitar lo que es del César, ofrecen sus buenos oficios para dar a los jóvenes "una educación rica en conocimientos y principios que ordenan los valores hacia (sic) el desarrollo integral de su persona". Se diría que están en el limbo. Pero están en el poder. Carlos Salinas apagó las luces del siglo XVII; desestimó el deslinde de la Reforma en el XIX; desdeñó las luchas de la secularización y las guerras cristeras desatadas por el rechazo de la jerarquía católica a la separación de Iglesia y Estado. De ahí a la abolición del Estado laico, fincado en sólidas instituciones, en las libertades de conciencia y de creencia. Con el vuelco de la alternancia llegó al poder la derecha que supo adaptarse a las indefiniciones ideológicas y montarse sobre las fracturas que dispersaron a la izquierda.
El PAN es un partido del centro, como el Partido Popular de José María Aznar, declaró Felipe Calderón cuando asumió la dirección de ese partido. Y ya en el poder, reivindica para Carlos Castillo Peraza la paternidad intelectual de la transición democrática, de la mismísima reforma del Estado. Cultivo yucateco, se diría. Pero es michoacano Felipe Calderón, heredero del desastre foxiano y enfrentado al dilema del combate armado al crimen organizado, al borde del estado de excepción y ante el abismo de la impunidad flagrante. No hay refugio en el centro. El PAN de la legalidad -que proclamaba la victoria cultural- solapa ahora los abusos de poder y de prepotencia oficialista a cargo de predicadores de principios religiosos y del bien común, convertidos en intolerantes y prepotentes promotores de los intereses privados desde los cargos públicos.
Bajo El Yunque se refugian quienes violentaron las relaciones laborales y atropellaron a los trabajadores sindicalizados. Carlos Abascal pide que prueben el dolo. Sabe lo que tipifica el fraude. En la sociedad litigiosa se respetó el estado de derecho, a pesar de que desde el poder parecían haber condenado sin juicio alguno a Napoleón Gómez Urrutia. Industrial Minera México demanda al sindicato minero la restitución de 55 millones de dólares del sindicato. El primero de mayo volverán a verse los puños cerrados. Ojalá Felipe Calderón no celebre a puerta cerrada el Día del Trabajo.
Aprobada la ley Beltrones, el poder constituido convoca al debate de "gobernabilidad democrática y sociedad civil" en la Secretaría de Gobernación, donde Florencio Salazar Adame desempeña el papel de monaguillo en el cortejo teocrático que nos conduce al abismo. Ahí, en el salón Jesús Reyes Heroles, el tuxpeño que convocó a la izquierda en armas al cauce legal; ahí hablaría Beatriz Paredes del peligroso "debilitamiento del Estado frente a los poderes fácticos... pero no sólo ante los poderes fácticos: tengo la certeza de que el periodo del presidente Vicente Fox redundó en un debilitamiento del prestigio institucional y de la fortaleza de las instituciones en diversos ámbitos."
Desde el centro la derecha reivindica ser fuente y origen de la transición democrática. Y la izquierda acude a mártires y desaparecidos en la noche del autoritarismo para exigir a fiscales y sayones de la derecha en el poder que no se trasladaran los restos de Jesús Reyes Heroles a la Rotonda de las Personas Ilustres. En Yucatán se enfrentan tres de la derecha que se dicen de centro y uno del PRD digno de un poema épico del poeta del crucero.
Con razón llegan de Francia palabras de Michel Rocard sobre el desconcierto de los votantes que han de escoger entre candidatos refugiados en el centro, para ventaja de Jean-Marie Le Pen y la extrema derecha. En 2000, Ernesto Zedillo entregó el poder a la derecha, a un candidato que convocaba a "hacer una revolución como la cristera" y se declaraba político del centro. De centro-izquierda llegó a decirse el beneficiario del voto útil que capitalizó el desánimo de las izquierdas despistadas. Sacar al PRI de Palacio resultó ensalmo ideal para encumbrar a la derecha y esperar la hora en que fuera abolido el limbo del infantilismo democrático de una izquierda confrontada con el pasado, resignada a conjugar la transición en presente continuo.
Los electores franceses, politizados y enterados, caen en la indefinición; resurge el conservadurismo tradicional por miedo a la inmigración en la era nómada. Nicolas Sarkozy es la autoridad al filo del autoritarismo, la derecha que proclama el cambio. Segolene Royal es verbo socialista sin vigor igualitario y también habla del cambio. François Bayrou es político de derecha que parece de centro, muestra de la falta de credibilidad entre candidatos. "La sobrexposición lastima", dice Rocard. En 2002, la ultraderecha envió a los socialistas al tercer sitio. Le Pen disputó la segunda vuelta a Jacques Chirac, quien en la primera había obtenido apenas 19 por ciento de los votos. La izquierda despistó a los electores. Frente a Le Pen, Chirac recibió 82 por ciento de los sufragios, la presidencia de su país y una portentosa victoria para la derecha.
Hoy vota Francia. La política no es asunto evangélico, decía Charles de Gaulle. Hay, guste o no, izquierda y derecha en la política francesa. Y en la de nuestro Estado laico sometido al embate feroz de los poderes fácticos.
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