Rolando Cordera Campos
Recientemente aparecieron diversas comunicaciones sobre la izquierda y su futuro. Juan Villoro y Rafael Segovia en Proceso; Porfirio Muñoz Ledo y Alejandro Encinas en El Universal; Luis Linares y Adolfo Sánchez Rebolledo en La Jornada, buscan claves para una ruta que dé a la izquierda una catadura moderna, a la altura de los cambios políticos que ella misma contribuyó a realizar, y en condiciones de encarar otros que, como la globalización, no pueden exorcizarse con actos de fe nacionalista.
A fines del año pasado en Nexos, se recogieron intervenciones similares de Sánchez Rebolledo, Luis Salazar, M. A. Bovero y mías. Sería pretencioso proponer que contamos con la masa crítica para un debate sobre nuestra izquierda, sobre todo si tomamos en cuenta que sus políticos, con las excepciones anotadas, no se han manifestado expresamente. Los materiales publicados, empero, permiten abordar cuestiones decisivas para el perfil futuro de esta formación que mientras más se proclama fallecida de más salud parece gozar, si se atiende a su capacidad de movilización demostrada de nuevo el domingo antepasado y al hecho de que contra la catarata de especulaciones lanzada desde los medios se mantiene articulada en las cámaras y el FAP.
Ninguna de estas intervenciones pretende una izquierda "a la altura de sus particulares merecimientos", ni un partido de boutique, en frase feliz de Villoro. Todas se arriesgan a buscar en la realidad molesta e imperfecta las coordenadas para una organización y un discurso que, sin duda, adolece de múltiples defectos y carece de algunos de los activos fundamentales para convertirse en una fuerza nacional a la altura de sus votos y de las expectativas que su abanderado principal aún despierta en millones de mexicanos. En esta nota, toco algunos de los temas del estimulante artículo de Villoro, que es parte de una ponencia más extensa (Proceso, 25/03/07).
Tiene razón nuestro novelista futbolero al anotar el pobre registro que el tema de las clases medias tuvo en la campaña. Podríamos agregar que, en rigor, la izquierda organizada poco ha hecho para dilucidar el laberinto sociológico que hoy es México, contrahecho pero mutante, miserable rural, desigual y urbano, juvenil y desempleado, en punto de fuga hacia la anomia o la emigración indocumentada y que, además, la cuestión de la equidad y el reclamo igualitarista que es propio de la izquierda reclama una visión de sociedad que no se resuelve con la consigna de "primero los pobres".
Sin embargo, recordemos que la consigna postulaba "por el bien de todos... primero los pobres", lo que remitía a una estrategia y unas prioridades que desembocarían en un programa de gobierno cargado de dilemas, pero no imposible de concebir conceptual o técnicamente. De convertirse en piedra miliar de un gobierno o de una oposición organizada, rumbo al gobierno pronto, la consigna pondría a la izquierda en la vanguardia del pensamiento internacional sobre el desarrollo.
En efecto, cada día está más claro que sin una revisión a fondo del esquema distributivo que articula el ritmo y la calidad del crecimiento económico, así como la reproducción masiva de la pobreza, no habrá un orden global estable. Desarrollo con equidad no es opuesto a globalización, sino una condición para que ésta sea una realidad habitable para todos.
"No hay que tenerle miedo a la globalización", decía Roger La Fontaine, pero su argumento no abrevaba en el globalismo vulgar de los publicistas y cotorras financieras de la hora. Lo que el alemán proponía era que las "restricciones" de la globalización no son fatalidades de ley natural alguna, que se podía hacer política en la globalización y frente a sus constelaciones de poder, ideología y mitos, y que esto era obligatorio para una izquierda socialdemocrática comprometida con la agenda histórica de transformación del capitalismo mediante reformas estructurales y la expansión de la democracia. Esta agenda no se derrumbó con el Muro. Es actual y urgente.
Así, el discurso de López Obrador sobre la energía y el petróleo no debería descalificarse como trasnochado. Ceder en estas materias no lleva a una mejor inserción en la globalización sino al contrario: resta capacidades para "nacionalizar la globalización" y, en nuestro caso, de una inopia fiscal ampliada por la irresponsabilidad del gobierno anterior, llevaría a una crisis fiscal catastrófica.
Defender y mantener bajo control del Estado la infraestructura energética, por otro lado, no implica resignarse ante las prácticas expoliadoras de la industria energética, sometida a un corrosivo corporativismo y a un criminal abuso de los gobiernos y sus secretarios de Hacienda. Sanear significa defender.
"No podemos cambiar el mundo. Podemos empezar a cambiarlo": así termina Juan Villoro su incursión. Agreguemos que sin una izquierda adueñada del latín que quería Alfonso Reyes, pero firmemente instalada en su tradición plebeya y justiciera, sólo nos queda confiar en el Tarot. Y esta izquierda, como ha escrito Adolfo Sánchez Rebolledo, "está viva" y va a colear para desafiar el 2009.
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