Arturo Balderas Rodríguez
Lo acontecido en Francia e Inglaterra en la pasada semana es una lección de la que vale la pena tomar nota. La prensa estadunidense lo describió más o menos en estos términos.
Tony Blair se retira después de 10 años como primer ministro del Reino Unido. En su programa prometía limar las aristas del "capitalismo salvaje" impuesto por la señora Margaret Thatcher e incorporar programas de beneficio social y una mayor intervención del Estado en sectores clave de la economía, lo que logró parcialmente. Pero fue en su política exterior donde Blair tuvo grandes aciertos: su intervención para terminar con la guerra civil y el genocidio en Sierra Leona y la paz en Irlanda del Norte.
Sin embargo, Blair será recordado por su inexplicable terquedad de apoyar la guerra en Irak. Para la mayoría de quienes escriben en las páginas editoriales de la prensa en Estados Unidos no hay una razón aparente del por qué, en contra de la mayoría de los ingleses, empezando por los miembros de su partido, insistió en embarcarse en un fiasco tan mayúsculo como esa guerra.
En Francia, un candidato conservador, que promete adoptar un modelo de desarrollo copiado del estadunidense, logra ganar las elecciones con la promesa de regresar a los franceses la grandeza de la que siempre se han sentido tan orgullosos.
En el discurso posterior a su triunfo, Nicolas Sarkozy hizo además un guiño al gobierno estadunidense, adelantando su propósito de restañar las heridas abiertas con motivo de la oposición francesa a la guerra en Irak.
Sólo cabe preguntarse si los franceses están seriamente dispuestos a abrazar un modelo de vida ajeno a sus más caras tradiciones. Un asesor de Ségolène Royal, la candidata perdedora del Partido Socialista, acusa a Sarkozy de ser un "americano con pasaporte francés".
En una aguda reseña, la columnista Maureen Dowd describe en unos cuantos párrafos la ambivalencia un poco cínica de los franceses frente a la ola de cambios que se les viene encima.
El dueño de una tienda en París le comenta que Sarkozy es alguien capaz de vender a su propia madre para lograr sus planes, y una elegante parisina lo describe como "un pequeño Donald Trump".
La señora Dowd concluye que será interesante observar a Sarkozy tratando de cambiar la sicología francesa con respecto al trabajo... o cómo los franceses lo cambian a él.
En Inglaterra el Partido Laborista puede perder el poder debido a que el primer ministro, uno de los suyos, por razones no explicadas se comportó como un miembro del Partido Conservador.
En Francia es electo un candidato con un programa inspirado en el país por el que los franceses sienten abierta antipatía.
Por lo visto, las paradojas florecen en todos lados.
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