René Drucker Colín
Manuel cumplió 45 años de edad al mes de haber llegado a México después de una ausencia de 20 años; lo regresó el fallecimiento de una hermana, la tercera de entre siete hijos que tuvo su padre carpintero.
No es que Manuel no hubiera regresado a México por falta de ganas, sino de oportunidades. Su padre, con mucho esfuerzo, lo había impulsado hacia el estudio. Las escuelas y la universidad públicas le permitieron hacer la carrera de físico. Mediante una convocatoria del Conacyt pudo obtener una beca y se doctoró en Londres. Había estudiado una combinación de carrera doctoral en el área de la física de materiales y biología y le había atraído enormemente aplicar sus conocimientos en desarrollos relacionados con prótesis biológicas, por lo cual supuso en su tiempo que habría en su México un cúmulo de posibilidades de desarrollo. Desde luego, no hubo ninguna, pues al terminar su doctorado había iniciado el nefasto gobierno del partido de la derecha, con un conjunto de políticos advenedizos y por demás miopes hacia cualquier cosa que implicara desarrollo verdadero.
Sentado en la cocina de la casa que lo vio nacer, en la colonia Portales, sintió cierta nostalgia por los años pasados y coraje por los que hubieran podido ser los años de su ausencia. Siendo inteligente y trabajador, había logrado obtener un puesto científico-técnico en una compañía londinense que se dedicaba a crear nuevos modelos de prótesis para diversos problemas de tipo médico. Manuel se había insertado en un área oportuna y muy solicitada.
Recordó cómo añoraba a su patria estando en el extranjero; nunca se casó, siempre pensando en que regresaría algún día y que difícilmente una familia formada en Inglaterra se adaptaría a México. Las noticias que veía por Internet o a través de cartas y telefonemas le presentaban un escenario cada vez más desolador para el país. Sentía que su México tenía políticos cada vez más rapaces, cada vez menos capaces de generar empleos y generando problemas sociales de enormes dimensiones. Las posibilidades para su retorno se veían cada vez más lejanas y por eso había decidido finalmente no regresar ni de visita, para evitar deprimirse.
Manuel pensó que cómo había sido posible que el gobierno mexicano invirtiera los miles de pesos en su formación, para después pintar su raya y no darle ninguna oportunidad para desarrollar lo que con tanto esfuerzo había logrado. Pensó en cómo era posible que un gobierno como el de México no tuviera el más mínimo plan, ya no digamos de largo, sino de mediano plazo, para aprovechar los recursos humanos en que el propio Estado mexicano había invertido. ¿Qué concepción de desarrollo tiene el país? Y llegó a la conclusión de que en realidad no tenía ninguna.
A Manuel ya le correspondía regresar a su trabajo en Londres, donde había obtenido un puesto importante de dirección; la compañía donde trabajaba se había hecho más grande y se había internacionalizado. Se le consideraba a ésta entre las cinco mejores compañías dedicadas al desarrollo de prótesis.
A lo largo de los 20 años que llevaba trabajando en esa empresa, la vio crecer y momentáneamente se sintió importante por haber sido parte del esfuerzo que ahí se había generado, pero luego se entristeció porque pensó ¿y por qué en México no se hacen estas cosas?
Creo que nadie podría contestarle adecuadamente esta pregunta fundamental, pero sí se podría concluir que probablemente en el México actual hay una ceguera total hacia lo que podrían ser las estrategias fundamentales para el desarrollo de la nación.
Me pregunto: ¿a cuántos Manueles tenemos fuera de México y cuántos tienen su misma historia?, de seguro varias docenas. ¿Qué no habrá alguien en el gobierno que se despierte?
¡Felicidades a todos los maestros!
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