Guillermo Almeyra
El 28 de octubre próximo -de aquí a cuatro meses- Argentina elegirá su presidente, más 24 senadores y 128 diputados nacionales, además de los gobernadores de las provincias de Buenos Aires, Formosa, Jujuy, La Pampa, Mendoza, Misiones, Salta y Jujuy. En el lapso que abarca hasta esas elecciones, se votará el 24 de junio para resolver el balotaje en la ciudad de Buenos Aires y en la provincia de Tierra del Fuego. Además, diversas provincias elegirán su gobernador y sus diputados provinciales: el 12 de agosto en la provincia de San Juan, el 19 del mismo mes en las provincias de San Luis y de La Rioja, el 26 de agosto en la provincia de Tucumán, el 2 de septiembre en las importantes provincias de Córdoba y de Santa Fe, y el 16 de septiembre en las de Chaco y Chubut. El 11 de marzo ya se votó en Catamarca, el 18 de marzo en Entre Ríos, y el 20 de mayo en Río Negro. En la primera y la tercera provincias ganó la gobernación un miembro kirchnerista de la Unión Cívica Radical -que es antikirchnerista-, y en la segunda, un kirchnerista puro. Este domingo se sabrá quién ganó las elecciones en la capital, si el empresario Mauricio Macri, el Berlusconi argentino, que obtuvo 45.6 por ciento de los votos el 3 de junio, en la primera vuelta, o el kirchnerista Daniel Filmus, que está recuperando votos, uno por uno. Igualmente se sabrá si gana el balotaje en la remota Tierra del Fuego el candidato kirchnerista Hugo Cóccaro o la candidata opositora (de ARI). En la provincia de Neuquén ya ganó el 3 de junio, con 45.6 por ciento de los votos, un miembro del linaje peronista de los Sapag, que no es kirchnerista.
A cuatros meses de las elecciones, la derecha no tiene un candidato presidencial, y el kirchnerismo tampoco. Si Macri ganase en el importantísimo distrito capitalino, podría ser el gran elector como candidato único que la derecha aún no tiene, porque está dividida entre los radicales unidos a una parte de la derecha peronista detrás del ex ministro de Hacienda, Roberto Lavagna (que es muy bien visto por Estados Unidos), y entre diversos sectores antiperonistas viscerales, nostálgicos de la dictadura en su mayoría. En cuanto al presidente Néstor Kirchner, no ha definido si se presentará para un nuevo periodo o si será candidata su mujer, la senadora Cristina Fernández. Además, juega a dos bandas con una política que llama transversalista. O sea, acerca con prebendas y halagos a un sector del radicalismo, que rompe la disciplina de ese partido antikirchnerista y, al mismo tiempo, trata de formar su propio sector político (el Frente para la Victoria), una especie de esbozo de partido peronista diferenciado del peronismo clásico organizado en el Partido Justicialista. Si perdiese por gran diferencia el balotaje en la capital ante la derecha, representada por Macri, la atracción de la oposición entre los radicales le quitaría puntos de apoyo "transversales" y la unión de las derechas les daría mayor peso de atracción sobre los caudillos peronistas históricos, señores de horca y cuchillo en sus provincias, ligados a la oligarquía y abiertos a la acción de las trasnacionales. Podría perder también en otros dos distritos fundamentales -Santa Fe y Córdoba-, pero con efectos menores, porque si en Santa Fe gana, como es casi seguro, el socialista Hermes Binner, éste realizará acuerdos con el kirchnerismo, y un gobernador peronista pero no kirchnerista en Córdoba no cambiaría mucho lo que sucede actualmente.
Kirchner habla mucho de la oposición entre dos proyectos de país, pero define el de la derecha diciendo simplemente que es "el de los años 1990" (el menemismo, el radicalismo con De la Rúa, que huyó en helicóptero en diciembre de 2001). No dice, por supuesto, que él mismo fue gobernador menemista y aplicó ese proyecto. Pero, sobre todo, no define el proyecto alternativo, fuera de decir que será nacionalista, antimperialista, partidario del desarrollo del mercado interno. A la oligarquía soyera y terrateniente en general no la toca sino con algunas medidas fiscales mucho más blandas que las que aplicó Perón hace 50 años. Al mismo tiempo, alaba a los industriales y busca acuerdos con ellos manteniendo el dólar alto para ayudar las exportaciones nacionales y reducir las importaciones y tratando de mantener bajo el precio de la mano de obra en el país, en vez de hacer un gran plan de empleo, de elevar masivamente los salarios, de fomentar la educación, la ciencia y la tecnología. Sus mejores y más sinceras realizaciones, en el campo de los derechos humanos, están además siempre en cuestión, pues preserva la fuerza social y cultural de los grupos y clases que practicaron el genocidio precisamente para impedir la organización y el progreso político de los trabajadores. Ahora, cuando la alianza reaccionaria de Kirchner con la vieja burocracia sindical corporativa peronista que apoyó a Menem está en jaque por la creación de nuevas direcciones democráticas en muchos sindicatos decisivos, y cuando el tope salarial no resiste la presión de las huelgas de los obreros sindicalizados, Kirchner va a tener que enfrentar una oposición social de izquierda -no la de los piqueteros, cooptados en parte o encerrados en el clientelismo de grupitos de izquierda-, sino la de los cuerpos de delegados, agrupaciones, consejos, surgidos de una lucha por reivindicaciones postergadas y por la democratización sindical y que no están frenados por la concepción verticalista y de unidad nacional del peronismo. Los años 70, en Córdoba, con Agustín Tosco o René Salamanca, o el peronismo clasista, despuntan, pues, nuevamente en el horizonte político. Si gana Kirchner, deberá lidiar con ese proceso en curso. Si un milagro permitiese en cambio que en octubre ganara la derecha, la represión sangrienta estará nuevamente en el orden del día...
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