Rolando Cordera Campos
La propuesta fiscal del gobierno de Felipe Calderón no llenó ninguno de los requisitos mínimos para reclamar el título de reforma. Sus "impuestos de control", que propiciaron un histérico griterío sin sustento en las filas empresariales, tal vez puedan angostar la ruta de los ingeniosos despachos de planeación fiscal que lucran con la complejidad de las leyes contributivas, y reducir los regímenes especiales de tributación que han poblado de hoyos e inequidad el mapa fiscal mexicano, pero nadie los entiende a la primera, y a la segunda dan pábulo a mil y una interpretaciones y dificultan el consenso tan ansiado por el presidente Calderón y su secretario de Hacienda.
En una palabra: las propuestas no hacen verano y habrá que ver qué traen en sus alforjas de compra y venta de protección los priístas y si, por fin, el PRD descubre que su inconformidad de fondo con el gobierno no obsta, sino más bien exige un partido parlamentario dispuesto a debatir una a una las iniciativas gubernamentales, sin temor a ser calificado de colaboracionista.
En todo caso, lo que rodea a la propuesta del gobierno es la incomunicación: del PRI se oyen fintas y reclamos esporádicos, o chantajes de mal gusto, y del PRD rechazos airados, pero ni siquiera la reiteración de su alternativa de la que pocos se acuerdan. Pareciera que nuestras vanguardias del espíritu público han optado por la callada o el acuerdo bajo cuerda, mientras los cálculos sobre lo esperado por Hacienda advierten de su insuficiencia básica y sin más trámite empiezan a hablar ya de inevitables recortes presupuestales o de reclamos que no se podrán cumplir. De ser así, habremos perdido otra oportunidad para encarar una de nuestras fallas geológicas, pero la pérdida de legitimidad del Estado que desemboca en esta patología fiscal secular seguirá su tarea corrosiva. No es la última oportunidad, como gusta de decir el licenciado Calderón, pero los huecos que no se cubren en los asuntos medulares como la educación, la ciencia y la tecnología, la salud y la infraestructura, no pueden sino profundizarse.
La cuestión fiscal apunta al corazón del Estado moderno y a la médula del discurso igualitarista que es propio de la democracia. En ambos casos, los discursos de la Secretaría de Hacienda y del licenciado Calderón se quedan cortos y dañan los precarios equilibrios del Estado y de la democracia. No hay Estado sin finanzas sanas, o en condiciones de sanar, ni hay democracia creíble si sus actores no son capaces de afrontar el desafío de la desigualdad que nos marca.
Para decirlo de nuevo: sin política fiscal, el Estado se echa de menos y la sociedad se da al cultivo y la costumbre de un orden sin centro que antecede a la anomia, mientras la democracia se muestra ante sus mandantes como un mecanismo ineficaz y alejado de sus sentimientos elementales, que tienen que ver con la seguridad pública, los mínimos de bienestar o subsistencia, la ampliación de las condiciones generales para la producción económica o desarrollo social. Y es esto lo que el cuerpo político nacional, encabezado por la Secretaría de Hacienda y su jefe nato, pone en escena: un Estado sin piso financiero ni sustento de legitimidad, con un techo de ilusiones y fantasías de todo signo: desde el desplome que tanto celebra la ultra, hasta el cierre de filas de una coalición de derecha delicuescente y sólo capaz de emitir gritos de histeria ante la sola idea de que los bárbaros han traspasado las barreras de palacio.
La nave va, solemos decir. Pero el hecho es que la nave va cada vez más escorada y lo mejor de México tira sobre todo al norte, en una sangría de recursos humanos que las remesas cada día compensan menos, si es que alguna vez lo han hecho.
El despoblamiento de México no es más un escenario de ficción, y la colonización de franjas enteras del Estado por el crimen organizado y por la defraudación sistemática y la expoliación del trabajo por parte de empresas formales y "legales", ha dejado de ser leyenda urbana de la izquierda nocturna. Es una realidad en porciones enteras del territorio físico, humano, mental y económico.
De un reconocimiento de estas realidades debe partir toda reforma fiscal que quiera estar a la altura de las circunstancias y de la historia. No ocurrió así de nuevo, y la Secretaría de Hacienda, siempre misteriosa (como la describiese con ingenio y humor don José Alvarado), corre el riesgo de volverse una patología nacional y del Estado, sólo sostenida en el coro de la self recruiting class, como la llamara el maestro Mújica, y víctima del autismo a que la llevó su conversión en vicepresidencia de hecho hace unos años. Por lo pronto, como lo recomendara Alvarado, hablemos del crepúsculo.
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario