Alejandro Nadal
Cada año, la reunión de los líderes de las ocho economías más industrializadas envía el mismo mensaje sobre las bondades de la globalización neoliberal. También refrenda el compromiso de mantener políticas macroeconómicas "responsables". Eso quiere decir una política monetaria restrictiva (con altas tasas de interés y comprometida obsesivamente con el combate a la inflación) y una política fiscal de balance presupuestario cero (que restringe el gasto en sectores como salud y educación para destinar cada vez más recursos a cubrir cargas financieras). La recomendación eterna del G-8 es una receta sencilla: política macroeconómica diseñada para beneficio y tranquilidad del capital financiero.
Esta semana el G-8 se reúne en Heiligendamm, Alemania. Uno esperaría que en su orden del día la prioridad la tuviera el tema de la desigualdad social y el medio ambiente. Todo indica, sin embargo, que las deliberaciones continuarán privilegiando las necesidades del capital financiero.
En contraste, un grupo de organizaciones, encabezado por la Fundación Heinrich Boell, ha preparado y dado a conocer hace unos días un memorando dirigido al G-8 sobre el régimen de manejo de los recursos naturales en el mundo. Aunque el punto de referencia central es Africa, la región más emblemática en el tema de recursos naturales y desigualdad, las conclusiones que se derivan del análisis son aplicables en todas partes.
El memorando constata que a pesar de las riquezas naturales de Africa, Asia y América Latina, muchos de los países en esas regiones siguen sumergidos en la pobreza extrema. Además, la explotación de sus recursos se acompaña de un deterioro ambiental severo y hasta de conflictos armados. Entre otras cosas, esto se debe al crecimiento económico mundial que descansa en altísimos niveles de consumo de materiales. Las tasas de uso de recursos naturales conducen a la sobrexplotación mientras el planeta se hunde en una espiral de deterioro ambiental y desigualdad social cada vez más virulenta.
Por ejemplo, los bosques del planeta son fuente de vida para más de mil 300 millones de personas que permanecen en la miseria. El esquema de producción maderera a escala industrial no sólo no contribuye al desarrollo sustentable, sino que conduce a la destrucción inexorable de esta base de recursos. Los países del G-8, con su voracidad por productos maderables, mantienen aranceles preferenciales a las importaciones de maderas en troza, aserradas o en tablas. Incluso son responsables de 40 por ciento del comercio ilegal de madera. La importancia de los bosques para la biodiversidad y el cambio climático obliga a transformar este modelo y a prestarle mayor atención a formas alternativas de manejo comunitario en las que el bosque, lejos de ser un botín, se convierte en reserva productiva.
Una de las aportaciones del memorando es que ubica la discusión sobre recursos naturales en el contexto de la política económica. En especial, hace hincapié en la necesidad de reformular las reglas sobre inversión extranjera directa para evitar que los recursos naturales sigan siendo objeto de rapiña. Hoy los acuerdos sobre inversiones son un escudo que protege a los inversionistas haciendo a un lado los derechos de las naciones anfitrionas. Eso es típico de las reglas impuestas por la Organización Mundial de Comercio y los acuerdos bilaterales sobre inversiones. El memorando propone redefinir este régimen permitiendo la intervención reguladora de los gobiernos de los países hospedadores. Una recomendación específica es que se debe abrir paso al establecimiento de requisitos de desempeño a las inversiones (la inversión extranjera debe cumplir condiciones de mejor desempeño en exportaciones, empleo, contenido nacional, medio ambiente, etcétera.)
Se podría argumentar que el G-8 no hará caso a un memorando de estas características; es más, sin duda va a construir un dique de retórica y relaciones públicas para contener la ola de protestas que su reunión provocará. Pero si carece de legitimidad, y si también le faltan imaginación y valor para decir las cosas, la sociedad civil puede demostrar que está a la vanguardia, como estuvo en Seattle, en Génova y en las reuniones del Foro Social Mundial.
Cerca de Heiligendamm está Rostock, ciudad donde miles de manifestantes se han enfrentado a las fuerzas de la policía en protesta contra el ritual del G-8. Rostock fue parte de la Liga Hanseática que codificó en el siglo XIV las prácticas de los comerciantes y nacientes banqueros en el litoral del mar Báltico. Junto con el Código Amalfitano, la recopilación de la Liga Hanseática fue precursora del derecho mercantil y financiero, en los albores del capitalismo. Hoy, con la expansión del capital financiero a escala global, adquiere un nuevo sentido simbólico el lugar en el que se reúne el G-8.
Quizás el gobierno de Angela Merkel escogió el sitio sin pensar en su carga simbólica. Heiligendamm significa dique sagrado. ¿Será una referencia a que nos acercamos al último valladar en la defensa de la justicia y la integridad del medio ambiente?
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