Rolando Cordera Campos
Si algo se perdió en el torbellino de la sucesión presidencial amañada del año pasado, fue la capacidad para reflexionar de los contingentes intelectuales que formaron filas tras la derecha, y que se ven como sacerdotes de una renovada razón liberal. Tal vez con la esperanza de alcanzar al calderonismo en formación y dar lugar a una ansiada cuanto fugaz coalición desde el centro... hasta Espino, estos razonadores pusieron en receso a la historia y el análisis estructural y se dedicaron a cazar fantasmas, hasta que los muertos vivientes de Manuel Espino les mostraron la realidad tal cual es. Ahora que este personaje de las catacumbas se prepara para hacer mutis, la esperanza revive pero la renuncia a pensar la acompaña.
En el principio no fue el verbo sino una histeria antipopulista que, como se pudo constatar poco después, era más bien temor a que Andrés Manuel López Obrador y su coalición popular centroizquierdista llegara a la Presidencia de la República.
En el frente estuvieron sin mayor recato quienes apoyaron y celebraron el intento de desafuero con el que en realidad se pretendía la expulsión moral de un candidato en imparable ascenso. Así se pensaba en el estado mayor de aquella lamentable operación, en la que no se dudó en poner a la Suprema Corte de Justicia en entredicho y en usar sin decoro a la procuraduría. Por fortuna, en estos días hemos podido aprender que la Suprema Corte es ya un cuerpo colegiado del Estado y no la corte milagrosa del presidente en turno, sin embargo no podemos decir lo mismo de la Procuraduría General de la República, que se inviste sin prudencia en guardián constitucional, cuando las creencias del que manda así lo indican.
Del populismo como concepto y experiencia histórica se prefirió no acordarse, hasta trazar una línea única entre López Obrador, Mussolini y Chávez, pasando por Perón y Getulio Vargas. Algunos decidieron que meter al ex presidente Lázaro Cárdenas era demasiado, pero para la derecha militante que abrevaba en los desvaríos de los exorcistas del populismo era obligado deturpar al expropiador del petróleo que repartió la tierra y alentó la organización proletaria. Y así lo hicieron desde las cavernas del PAN o San Cristóbal.
Ahora, en la defensa del privilegio electrónico, se da un paso adelante y como no queriéndolo se echa mano de la historiografía foxiana que habla de 70 años perdidos debido a la Revolución, sus hombres, sus sueños y autoengaños, así como al pueblo irredento que imaginó que la esperanza era realizable. La crispación popular y el desaliento y temor de los sectores medios no merecen para esta extraña razón, que de liberal tiene poco, mayor comentario, salvo el retintín sobre la necesidad de "aplicar" el estado de derecho.
La obsesión por rescribir la historia para volverla presente continuo, ha llevado a satanizar la planeación y el intervencionismo y, como lo hicieran los reaccionarios de los años 20 y 30 del siglo pasado, a tacharlos de mala influencia comunistoide, marxista, o de plano exótica, olvidando que nuestro intervencionismo sobre todo se inspiró en el canon de la economía mixta postulada por Keynes y realizada por Roosevelt o los suecos, siempre, además, dirigido a crear y recrear las condiciones generales para el desarrollo de la economía... capitalista. Así lo muestran las memorias de Ortiz Mena, y lo argumenta con agudeza Carlos Tello en su más reciente entrega sobre el Estado y el desarrollo de México.
Se ve planeación central donde nunca la ha habido, y se pierde de vista la persistente intervención de los estados modernos en la conducción de la economía, las finanzas y el comercio, con Estados Unidos en primer término. Con similar y sospechosa enjundia, se llega a decir que el problema principal de la hora es la ley de expropiación que desalienta la inversión privada, como si la existencia de una previsión legal o constitucional al respecto fuera exclusiva de México y no estuviera en la mayor parte de las legislaciones de los países avanzados.
Lo mismo se dice sobre el tema del espacio y se dirá cuando le llegue la hora al mar patrimonial o los recursos del subsuelo. Cuando las empresas nacionales petroleras renacen y se apoderan del escenario internacional del oro negro, aquí se inventan nuevos maximilianos: British Petroleum, Shell, ¡hasta Petrobrás!
Tanto soslayo de la realidad y de la historia por parte de analistas e historiadores con credenciales, mueve a pensar que no se está ante un apresuramiento impuesto al calor del debate sino frente a una operación de corte hegemónico que busca en la amnesia o la distorsión del entendimiento social y popular el pilar para sostener lo insostenible: una legitimidad malograda por el mal desempeño de los organismos electorales, y por la conducta irresponsable y corrosiva del entonces presidente Vicente Fox y las cúpulas empresariales que "pusieron en peligro la elección de 2006", como lo consignó el tribunal antes de negarse a un recuento total de los votos o a declarar nula la elección, es decir, antes de posar ante la sociedad como aspirante a modelo de Tunik.
La razón crea monstruos, dijo Goya, pero la deriva irracional puede llevarnos a un desastre.
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