Boaventura de Sousa Santos *
A la nueva fase de la globalización se le llama regionalización. Ante ella, en Asia, Africa y América Latina se profundizan los lazos de cooperación entre los países, con vistas a responder los "desafíos globales". Todos estos movimientos se dan bajo la atenta mirada de las grandes potencias. En los próximos meses, como instancia previa a la cumbre Europa-Africa, este continente va a estar en la mira de muchos intereses. Mi sospecha es que ninguno de éstos representa los intereses de los pueblos africanos, injustamente empobrecidos.
Temo que, una vez más, los designios globales se combinen con los políticos y las políticas locales, en el sentido de prevalecer sobre los pueblos africanos en sus derechos a un desarrollo justo y democráticamente sustentable.
En el caso de Africa, Europa mantiene una deuda histórica, derivada del colonialismo, la cual, en caso de pagarse, obligaría a una política africana absolutamente diferente a la de Estados Unidos (EU). Para éste, sus objetivos estratégicos en Africa son los siguientes: lucha contra el terrorismo, control del acceso a los recursos naturales y contención de la expansión china.
Varios países del continente (por ejemplo, Angola) apoyan activamente a EU en la lucha contra el terrorismo. La creciente importancia del golfo de Guinea (Nigeria, Angola, Sao Tomé y Príncipe) para asegurar el acceso al petróleo está claramente expuesta con la reciente creación por el Pentágono del Comando de Africa.
Contener a China es más problemático, no sólo por la fuerza inestimable que ella representa -en 2005 consumió 26 por ciento del acero y la mitad del cemento producido en el mundo-, como por el hecho de estar dispuesta a invertir en todos los países que las potencias occidentales rechazan, desde Sudán hasta Somalia.
Si Europa no adopta objetivos diferentes a los de Estados Unidos, en nada podrá contribuir para resolver los problemas que se avecinan. Estos tienen que ver con el agravamiento de la injusticia social y con el rechazo de los pueblos a sujetarse al papel de víctimas.
La condena política de Robert Mugabe no puede dejar de tener en cuenta que Inglaterra incumplió los compromisos asumidos en el tratado de independencia para cofinanciar la reforma agraria en Zimbabwe, conscientes como estaban las partes de que entre uno y dos por ciento de la población (blanca) ocupaba 90 por ciento de las tierras agrícolas y que 4 mil agricultores (blancos) consumían 90 por ciento del agua disponible para riego.
El hecho de que la situación en Sudáfrica y Namibia no sea muy diferente hace temer por la estabilidad en Africa austral. Las relaciones tensas entre Angola y Sudáfrica -con rumores de tentativas cruzadas de asesinatos políticos, no exentos totalmente de fundamento- no son un buen preludio.
Angola está destinada a ser gran actor en la región. Para eso, es fundamental que no se repita en ese país lo que está sucediendo en Nigeria, donde la producción petrolífera cayó 50 por ciento -debido a la violencia política en el delta del Níger- por por la injusta distribución de la renta petrolera.
Preocupa que en Angola no se vislumbre el mínimo gesto de redistribución social (tipo el plan bolsa-familia de Brasil), cuando es sabido que una migaja (digamos, el equivalente a un día de los rendimientos del petróleo) permitiría a la población de los musseques (refugiados de guerra en asentamientos no planificados, NDR) de Luanda hacer una comida digna por día durante un año.
* Doctor en sociología del derecho por la Universidad de Yale y profesor titular de la Universidad de Coimbra.
Traducción: Ruben Montedónico.
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