José Blanco
El corporativismo es un hecho social que desde que apareció en la Edad Media ha vivido crisis severas y recuperaciones frondosas: a veces se enconcha en los intersticios de la sociedad y, cuando se le abre alguna puerta, sale a la superficie, siempre bajo formas renovadas, buscando alcanzar el mayor poder.
No estoy haciendo una hipóstasis del corporativismo; aludo al hecho de las analogías que pueden hallarse en formas de organización social diversas, con propósitos de fondo similares, en un tramo sumamente largo de la historia medieval y capitalista.
Acaso la primera gran crítica del corporativismo se la debemos a la economía clásica: el corporativismo cancela el desarrollo económico.
En general, el corporativismo pretende acabar con todo interés intermediario entre el interés particular del individuo y el interés general del Estado; es, en tal sentido, incompatible con el proceso de modernización del sistema político; es, además, un férreo obstáculo a la industrialización, que exige la ruptura del rígido tejido corporativo, impermeable al dinamismo productivo y la innovación tecnológica.
Las nuevas formas de asociación que surgen con la revolución industrial se basan no en la conciliación de los intereses y su acumulación en un orden institucional orgánico, sino en el conflicto entre los intereses y en la lucha de clases. Esta lucha es una conflictualidad altamente productiva y modernizante. El enfrentamiento, en el marco de un Estado democrático, entre el salario y el capital –o entre los sindicatos no espurios, sino reales y los capitalistas– devino la principal palanca del desarrollo tecnológico.
Al borrar del mapa a la oligarquía porfirista, la Revolución Mexicana impulsó un proceso social, político y militar, que derrota política y militarmente a los ejércitos populares de Villa y Zapata, y debe después conciliar los intereses no sólo de los derrotados, sino también los de las distintas fracciones victoriosas (encarnados en los muchos generales). Ello dio pie al desarrollo de un Estado con fuerte componente corporativo.
Los cuerpos dirigentes sindicales se añadieron a las elites políticas que monopolizaron por décadas el poder del Estado, al tiempo que se alejaron, se desprendieron de sus representados, pero reteniendo las riendas del control sobre los mismos. En adelante el interés de esos cuerpos dirigentes será el poder del Estado, por conducto del partido casi-único, no la materia laboral de los trabajadores. Desde luego que no pueden desentenderse del interés de los asalariados, sólo que éste es manipulado en función del interés del partido cuasi único y del Estado cuasi corporativo.
Les interesará, por tanto, no sólo refinar y ampliar los mecanismos de control sobre los asalariados, sino inmiscuirse hasta el fondo en los asuntos sustantivos de las instituciones y organismos donde trabajan sus “representados”: un retrato hablado del SNTE (y de otros muchos sindicatos).
El pasado mes de junio la Maestra entregó al presidente Calderón la propuesta educativa del SNTE. Un ¡ufff! desinflante debió oírse a lo largo y ancho de la República: el corporativismo vivito y coleando a las órdenes de la cúspide del poder. Más allá de la bronca de la presidenta del comité ejecutivo del sindicato magisterial con su partido, más allá de la crisis del PRI, más allá de la pérdida del poder por ese partido, quienes creímos que con la muerte del presidencialismo priísta moriría rápidamente también el nefasto corporativismo mexicano nos equivocamos de medio a medio.
Pero han empezado a ocurrir cosas. A fines de julio, en una entrevista con el periodista Raymundo Riva Palacio, doña Vitalicia dijo que Josefina Vázquez Mota “no sabe nada de educación”. La responsable de la SEP no se subió al ring, pero declaró que la calificación más importante y la de calidad es la de los ciudadanos.
Nada perezoso en la política, el “secretario general” del sindicato, Rafael Ochoa, se sumó a doña Vitalicia y opinó que a Vázquez Mota seguramente “le gusta acumular papeles en su escritorio, ya que no ha dado respuesta a infinidad de peticiones (del sindicato)”; en diversos momentos ha agregado que “las propuestas del sindicato no son atendidas por la SEP”, y que “no hay voluntad ni sensibilidad para establecer compromisos” entre el SNTE y la SEP.
Hay diversas lecturas sobre estos hechos. Una dice que hay una ruptura entre las elites políticas. Otra, que Gordillo ha estado cobrando las facturas de sus servicios, pero que quiere la SEP entera. Otra, que nunca antes la Maestra tuvo un repudio tan grande del PRI y del PRD y una tan horrible vergüenza del PAN por contar con una aliada tan impresentable. Unos más advierten que los miembros del SNTE absorben 90 por ciento del presupuesto de educación, cobran el equivalente a 466 días del año y descansan 90 (concediendo que los días que asisten, trabajan), mientras la educación se deteriora, todo lo cual es parte de la explicación de que la Maestra haya acumulado más odio social que Madrazo y que cualquier otro personaje de la política mexicana, incluido Salinas.
Vázquez Mota ha dicho, en el contexto de los obuses gordillos, “que tenemos 32 millones de alumnos que esperan respuestas concretas en calidad, en transparencia, en rendición de cuentas y también en equidad”: es decir, que algo tiene que ver el SNTE con este estado lamentable de cosas. En alguna de sus recientes declaraciones la titular de la SEP externó su disposición al diálogo con el sindicato, pero subrayó que ocurrirá al respecto de las relaciones laborales.
Sí hay una ruptura en las elites políticas; pero hay rupturas altamente benéficas para el país. Si reducir el SNTE al ámbito del que nunca debió salir (las relaciones laborales) implica el comienzo del fin de un corporativismo nefasto, debemos externar un sonoro ¡hurra! nacional. Ojalá de eso se trate. El interés de los profesores y el de la dirigencia sindical están ortogonalmente dispuestos: no es lo mismo hablar con unos que con la otra.
martes, agosto 21, 2007
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