Guillermo Almeyra
Toda la vociferación sobre el incidente provocado en la Cumbre Iberoamericana de Santiago de Chile por el Borbón ahijado de Franco no es más que una pantalla de humo destinada a distraer la atención del intento de desestabilizar al gobierno democrático y constitucional de Venezuela y, al mismo tiempo, una parte de ese intento mismo. Los medios venezolanos de oposición (o sea, prácticamente todos) y los internacionales buscan, en efecto, preparar sicológicamente un golpe de Estado civil-militar creando la falsa sensación de que Hugo Chávez está solo, aislado, sin otro apoyo que unos pocos pares tan débiles como él. En toda esta campaña el momento clave será el referéndum sobre la Constitución, ya que la oposición de derecha, si su NO obtiene alrededor de 40 por ciento, tratará de alegar que en realidad es mayoritaria pero le hicieron fraude, para arrastrar a un sector vacilante de las clases medias detrás de la oligarquía y, sobre todo, para conseguir respaldo en el sector más conservador de las fuerzas armadas, preparado ya por las declaraciones del ex ministro de Defensa chavista, general Raúl Baduel.
El poder popular, los concejos municipales, la entrega de casi 2 millones de hectáreas a los campesinos, desde el punto de vista de los capitalistas y, simplemente, de los venezolanos ricos –que son racistas y consideran inferiores a los trabajadores, oscuros de piel–, son medidas intolerables. Ni hablemos de las trasnacionales que, aunque sigan ganando grandes sumas, temen el momento en que podrían ser expropiadas. No faltó quien “teorizara” que el socialismo del siglo XXI se haría en Venezuela con el apoyo de las trasnacionales, utilizando los más modernos medios de control electrónico y con la participación activa, en su liderazgo, de gente como Baduel, supuestamente “científica”. Pero la lucha de clases, sin la cual no pueden crearse las bases más elementales del socialismo, ya que éste requiere un salto en la conciencia política y en la capacidad de decisión de los trabajadores (en el sentido más amplio de esta palabra), se da como siempre a lo bruto y pasa por la construcción de poder en la base, lo cual expulsa hacia la derecha a los grandes capitalistas, como los que dirigen las trasnacionales, y a los conservadores en el aparato estatal, es decir, a los Baduel, en las fuerzas armadas, y a muchos apparatchiks y gobernadores, en el campo civil. Esa lucha de clases divide y subdivide todos los sectores: hay derechistas golpistas y hay otros, más realistas, que temen que el fracaso de su aventura radicalice aún más a un régimen donde todavía tienen cabida y del cual pueden aprovecharse; y hay sectores del centro político que, bajo la presión de los acontecimientos, se acercan a la derecha, que los utilizará. La regla en una revolución, por lo tanto, sigue siendo la de Dantón: audacia, cada vez más audacia. La alianza entre centro (Baduel) e izquierda (Chávez) sería fatal, en cambio, porque el centro es ya derecha y la alianza con él equivale a la claudicación, como hizo Juan Domingo Perón en 1955 cuando capituló ante el general Eduardo Lonardi, jefe del golpe pero no fascista, que poco después fue defenestrado por los gorilas, que hasta entonces lo ponían en primer plano.
Fidel Castro le advierte a Chávez que es peligroso que siga con su costumbre del “baño de multitudes”, mezclándose con la gente que le aplaude. El magnicidio es una posibilidad muy real, sobre todo porque nadie duda de que Chávez ganará el referéndum próximo, así como ganó aplastantemente todas las anteriores elecciones (y, hay que agregar, lo hará poderosamente ayudado por el repudio a la prepotencia del Borbón fascistoide que educó Franco y por el neocolonialismo de los burgueses españoles). Pero el peligro real, más que el magnicidio, es el “efecto Baduel” en los mandos superiores de las fuerzas armadas venezolanas, ya que en los inferiores la influencia chavista es decisiva. En realidad, si no ha habido pronunciamientos de otros jefes militares por lo menos en situación de retiro, como suele suceder en momentos pregolpistas, es porque sobre el ejército hay una fuerte vigilancia popular, porque las fuerzas armadas están divididas horizontal y verticalmente (entre opositores y chavistas, y entre legalistas y golpistas), porque un golpe alinearía automáticamente a Venezuela con Estados Unidos, y muchos militares son conservadores pero no agentes del imperialismo, y porque muchos golpistas potenciales temen la posibilidad de un enfrentamiento entre los propios uniformados, en el cual intervengan además las milicias civiles chavistas (o sea, una especie de España de 1936, pero en la América Latina de hoy).
Lamentablemente, el gobierno de Chávez, que es paternalista, traba la autonomía de los organismos de poder popular y, como también es verticalista, no quiere romper la disciplina de las fuerzas armadas llamando a desobedecer cualquier orden sospechosa ni quiere lesionar el prestigio de las mismas llamando a fortalecer y armar mejor a las milicias civiles. Sigue imperturbable con su campaña electoral –que por supuesto es necesario hacer, aunque pierda importancia relativa– como si la lucha fuese sólo una normal contienda electoral. Sin duda Chávez, que es militar, astuto y combativo, debe estar movilizando los servicios de inteligencia castrenses (y, por las dudas, ya que pueden estar divididos), y debe estar usando también los servicios de inteligencia cubanos. Pero la protección real sólo se la puede dar la movilización preventiva popular, que influirá también en el seno de las fuerzas armadas y pondrá en estado de asamblea a los cuadros y oficiales de baja graduación, obstaculizando así la acción del imperialismo (que sólo puede comprar a unos cuantos altos oficiales) y la del acatamiento ciego de la disciplina vertical. Otra protección potente es la movilización urgente de los pueblos latinoamericanos contra la prepotencia imperialista y en apoyo de Venezuela, Bolivia, Cuba y Ecuador. Ambas podrían ser facilitadas por un llamado del presidente Chávez.
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