Michel Balivo
(Ganándole la carrera al tiempo)
Las problemáticas que podemos comprender en sus raíces, podemos resolverlas. En ese sentido no hay modo de negar ni desvirtuar los grandes avances logrados en Venezuela en tan poco tiempo, al punto de convertirse en la esperanza, en el nuevo Norte del Sur. Porque hemos acometido con fuerza, valentía, sinceridad y profundidad las tareas radicales que un cambio completo de modelo exige e implica. Y estamos enfrentando con éxito las inevitables resistencias de los hábitos a tales cambios.
A propósito de ello, cabe resaltar que Cuba, en la permanencia y efectividad de su resistencia, no es más que la isla o el iceberg visible y evidente del bloqueo global a que estamos sometidos. Camino de la globalización que las nuevas y sofisticadas tecnologías posibilitaban, toda la economía y la cultura, (porque no existe economía sin cultura y viceversa), estaba siendo sistematizada y controlada por los centros más avanzados tecnológicamente hablando.
En sencillo, eso quiere decir que había naciones y pueblos que revolucionándose económica y culturalmente realizaban con mayor velocidad y eficiencia, con menor inversión de energía o esfuerzo, las mismas tareas. Y que había élites que aprovecharon esa ventaja de mayor productividad, mayor valor agregado a menores costos, para imponer reglas globales económicas, así como los necesarios ajustes culturales para que ello no fuese reconocido ni resistido.
En esto no hay derechas, izquierdas ni revoluciones que valgan. Porque la revolución tecnológica no inventó nada, solo magnificó, aceleró, efectivizó las tendencias de todas y cada sociedad humana, sujetas al esfuerzo en el tiempo y en disposición de concebir y elegir futuros posibles. Hizo factible el hacer más y mejor lo que siempre hicimos en todas y cada parte.
Se trataba en este caso simplemente de evitar que los pueblos “subdesarrollados” accedieran directamente a las nuevas tecnologías, haciendo que los desarrollados perdieran los privilegios adquiridos, que ya no se pudiera obtener esos beneficios, que ya no se pudieran transferir esos costos a sus economías.
Porque hoy ya no se trata de pueblos ni naciones, sino de monopolios internacionales que pueden producir en cualquier parte. Por tanto el problema es más bien de establecimiento de entidades administrativas, que mantengan los flujos crecientes de dinero siempre por los mismos canales de concentración de capital, impidiendo su redistribución.
Pero ningún hecho humano es eterno, llega el momento en que se abren brechas, los policías mundiales no pueden tener éxito para siempre en sus intrigas represivas en todas partes y simultáneamente. Si eso fuese posible la evolución de la conciencia humana y sus consecuentes economías y culturas, no sería sino un cuentito más.
Asia, Medio Oriente, Rusia, China, la India, Latinoamérica, etc., comenzaron a romper el bloqueo y a equilibrar en grandes números, el poder económico y cultural de las potencias industriales y tecnológicas.
El intento crecientemente desesperado de mantener ese bloqueo hasta sus últimas consecuencias, es el escenario que nos ha tocado vivir y presenciar en estos últimos cincuenta años. No está demás tomar en cuenta que nos ha exigido cincuenta años, medio comenzar a comprender las raíces de esta problemática, hasta el punto en que podamos empezar a revertirla. Porque una vez más, comprender algo, implica estar en capacidad de resolverlo.
Este retardo o postergación de cincuenta años para reconocer el acontecer que alteraba nuestras formas de vida, deja en claro las limitaciones de una conciencia referida a sus hábitos y creencias locales, para comprender los frutos de una experiencia y conocimiento que se revolucionan, globalizando las posibilidades de acción transformadora.
Dicho de otro modo, deja en claro las dificultades de una conciencia referida a las partes, a una economía de hábitos localizados, lenta y pobre en cambios; para comprender una dinámica orgánica, global, de la totalidad de relaciones aceleradas e intensificadas entre esas partes. Deja en claro que por mucho que abramos los ojos y todos nuestros sentidos, no podemos de todos modos comprender lo que está ante nuestras narices.
Y no podemos comprenderlo por la simple razón de que una mirada es resultante activa de la organización de la conciencia. Y no es la misma por tanto, la mirada de la conciencia que conoce, que la de aquella que ignora. Y repetimos hasta el cansancio, conocer es resolver activamente, ignorar es quedar pasivamente a merced de los acontecimientos.
No en vano tenemos aún gran parte de la población mundial en un estado tal de ignorancia, de analfabetismo tecnológico, que hace posible que los medios de comunicación, en su gran mayoría en manos del capital corporativo y trasnacional, jueguen con su reactividad de hábitos y creencias, haciéndoles “ver” lo que desean, para manipular sus conductas en la dirección de su intereses.
Este tipo de conocimiento es muy diferente al que propicia la experiencia directa, inmediata, sus sentidos, sus conductas. Creo que nadie confunde la formación mental y la posibilidad operativa de un universitario, con la de los diferentes grados de analfabetismo. Por tanto allí tenemos una enorme brecha y limitación de la resolución de nuestras problemáticas.
La misión Mercal, ahora ampliada al doble con PDVAL, distribuye en diferentes modalidades unas trescientas mil toneladas mensuales de alimentos a precios regulados, aproximadamente un 30% del consumo total. Ahora, frente al sabotaje de desabastecimiento, la corrupción y las grandes colas que se forman, se van a dirigir esos alimentos para que los administren directamente los Consejos Comunales, (PDValitos), intentando su regularización.
Mediante una operación llamada Patria Soberana, en la que participan conjuntamente guardia nacional y ejército, en una semana se han recuperado cinco mil toneladas de contrabando de alimentos en las poblaciones fronterizas con Colombia, que representan más del consumo de un año de esas poblaciones, y se han distribuido al pueblo a lo largo y ancho del país.
Pero si los participantes no comprenden la raíz de la problemática a la que se intenta neutralizar y corregir, si no se reconocen los principales sujetos afectados a quienes se dirige todo ese chantaje; pues sus hábitos y creencias no harán más que reproducir desde dentro de tal organización la misma problemática. Si no lo comprendemos así, no haremos sino buscar culpables donde solo hay ceguera, falta de información y automatismos heredados.
Necesitamos entonces una misión Milagro 2, donde los que tenemos ya la capacidad de comprender y resolver todas estas cosas, no caigamos en los hábitos de buscar fantasmas donde solo hay ignorancia suicida, que atenta contra su propios intereses y necesidades.
Necesitamos participar activa y pacientemente en la corrección de estas herencias retrógradas, en la extirpación de estas cataratas y miopías congénitas, comprendiendo que nuestras circunstancias particulares nos brindan la oportunidad histórica, inédita, de reconocer y corregir en los hechos los hábitos y creencias de una etapa ya superada.
Y que para todo esto no es suficiente el discurso moral ni el salón de clases, solo se puede hacer en el ejercicio práctico de la vida, equivocándose, reconociéndolo y corrigiendo. También aquí se necesita la solidaridad activa, hija de la comprensión, de la conciencia evolucionada y activa, despierta de su sueño del tiempo, de la espera y postergación resultante de las creencias de que eso sucederá o alguien lo hará.
No será así. Nosotros tenemos la responsabilidad de hacerlo, lo estamos haciendo, y tenemos que hacernos concientes y sentirnos honrados y orgullosos de ello, porque somos libertadores de la ceguera de la ignorancia a que fueron sometidos nuestros pueblos.
Intentaré pintar dos contraimágenes, que tal vez nos permitan acercarnos un poco a las circunstancias sicológicas que enfrentamos e intentamos superar. Porque por enésima vez, si no las reconocemos, no pasaremos del intento, no llegaremos a su concreción.
A medida que el tiempo o mejor dicho la fuerza, la velocidad de los hechos se acelera, crece en nosotros la sensación de que hay que acumular bienes, dinero, prestigio, lo más rápido posible. Pasando por sobre lo que se atraviese en el camino sin muchas consideraciones, dando lo menos posible a cambio de lo más, corriendo cada vez a mayor velocidad hacia no se sabe muy bien donde, empujados por la sensación de que el tiempo se acorta.
Para una sensibilidad alterada que así se piensa, ve y actúa, no hay patria, ni siquiera madre o familia. No tiene mucho sentido entonces hablarle de solidaridad, pues en el mejor de los casos puede entender obras de caridad ocasionales para lavar su culpa y ganar prestigio, tal vez pasajes directos al cielo que el Vaticano venda como cualquier otro producto del mercado.
Como contraparte recuerdo un pps. que me enviaron hace un tiempo. En una carrera olímpica un minusválido se cae. Otro de ellos lo ve y tras pensarlo un momento se detiene y vuelve al lugar de la caída, invitándolo cariñosamente a levantarse y continuar. Poco a poco todos los participantes se detienen y van volviendo al lugar en que esa escena transcurre. Finalmente se toman de las manos y abrazan, caminando todos alegremente y sin prisas hacia la meta, entre los víctores y lágrimas de la concurrencia conmovida.
Si no reconocemos ese trasfondo sensible alterado, que convierte a la vida en una tensa y urgida carrera contra el tiempo, de interminables obstáculos que se multiplican sin cesar. Tampoco aceptaremos renunciar a toda una vida de preparación y supuestos logros para llegar a una imposible e inexistente meta que solo existe en nuestra imaginación. Ni comprenderemos que para vencer esa sensación vertiginosa y escalofriante del tiempo que se agota, hemos de aceptar la derrota de un sueño que nos conduce al sacrificio de la especie y su hábitat.
Porque en lugar de convertir la revolución tecnológica, logro de toda la especie, en la esperada mejora de calidad de vida, la convertimos en una meta personal de acumulación de bienes, dinero y prestigio, en un juego violento y estúpido en el que solo unos pocos podían triunfar y ninguno sentirnos realmente satisfechos, felices y en paz.
En este paisaje tenso e inhóspito en que hemos convertido al mundo, la solidaridad no encuentra espacios donde anidar y venir a ser, a expresarse. Así que tal vez fuese conveniente que tomásemos ejemplo de nuestros hermanos minusválidos, y renunciando a llegar primeros a la meta, dejemos morir el sueño egocéntrico y volvamos al principio, a la sencillez y humildad.
Solo esa sencillez, humildad y solidaridad pueden vencer a la tiránica sensación del tiempo que se agota. Volver al principio y corrigiendo el error de la ignorancia, tomarnos todos de las manos, y entre alegres risas caminar al ritmo de la amable calidez del acompañarnos. Entonces tal vez podamos acudir juntos al velatorio del tiempo, y de los egos que se creían a él sometidos, para recomenzar libres, aliviados de todo ese innecesario peso, gravedad.
Quiero terminar citando una cara del tema en el que me parece que debemos cavar mucho más aún, camino de sus profundas raíces. Estamos en tiempos de aceleración, de intensidad. Eso se siente, eso es anímico, emocional. Por eso asistimos a climas de temor y violencia generalizados. Pero también al renacer de lo heroico.
En estas coyunturas históricas, en estos grandes ciclos que también tienden a acelerarse, por muy diferentes que sean en apariencia las circunstancias de cada época, se repiten sin embargo síntomas y respuestas comunes de la humanidad. No me lo crean, infórmense.
Estamos asistiendo al renacimiento del sentimiento religioso, sus dioses, sus grandes hombres y las misiones a las que guían a sus pueblos. Predominan las fuerzas de la fe, el dar y el futuro. Son épocas de síntesis histórica, en las que se forja el corazón de una nueva civilización en medio de otra que muere entregando sus energías y sueños, sus anhelos y esfuerzos.
No es fácil para una etapa de vitalidad difusa e ideologías impotentes que camina hacia su fin, desembarazarse de sus telarañas mentales y abrir su corazón libre de temores, a la luminosidad e intensidad de un nuevo sol que ya siente pero no sabe dónde ubicar, como interpretar.
No es fácil reconocer el alcance de cada sentimiento, pensamiento y acción de dependencia. Más sencillo que madurar emocionalmente es culpar de ser manipulado y pedir que dejen de imponernos reglas. No tan fácil ya, resulta asumir responsabilidades y consecuencias de nuestras conductas, decidiendo asumir el riesgo completo de vivir la propia vida
Sin embargo, de ello depende que las fuerzas que la historia libera, entrega al mundo, sean direccionadas hacia la solidaridad, la justicia y la paz, para construir ese mundo posible que presentimos y tanto anhelamos. En un mundo humano, intencional, de libre elección, del desarrollo de la conciencia conectada, reconciliada con su sensibilidad, depende el que esas fuerzas no sean nueva y erróneamente enfrentadas, desviándolas hacia la violencia.
Esa es la tarea esencial, la lucha por las imágenes que han de direccionarnos hacia el futuro elegido, simultáneamente con las instituciones que posibiliten una cada vez mayor cantidad de libertad de elección, es decir una democracia cada vez más participativa y protagónica. Todo lo contrario de un Hitler que le decía a su pueblo que continuaran siendo niños, que le dejaran a él todas las preocupaciones, que como un buen padre o patriarca se ocuparía de todo.
El ejercicio de la libertad de elección es el único que genera y alimenta conciencia, posibilitando un nuevo paso evolutivo. Ocupémonos de posibilitarlo sin temor a que los demás cometan errores en su necesario aprendizaje. Nos liberamos liberando y en esto no hay términos intermedios.
O soltamos temerosas cadenas y dejamos de controlar a los demás, o viviremos en una sociedad de tontas e interminables dependencias, en que preferimos continuar soñando eternamente a dar el paso liberador. En pocas y claras imágenes, tiempos de tripas cabezonas y solitarias o de corazones compañeros. De asfixiantes rutinas o de nuevas y más ricas aventuras cuyas sutiles fragancias respirar gozosamente.
La más temible, sutil y desapercibida, pero también aleccionadora función que cumplen hoy los medios de comunicación, es la de convencernos de que somos impotentes para vencer las fuerzas atávicas de la violencia y la guerra, es decir para cambiar el mundo.
Cuando toda la historia es la confirmación de lo contrario, el testimonio del cambio sin fin desde las cavernas hasta el cambio de nosotros mismos y el principio de la historia verdaderamente humana. La confianza y certeza en el poder incontenible de nuestras fuerzas y capacidades, ha de ser por tanto su despertar definitivo y la derrota de la cultura del temor y la violencia.
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