100 aniversario
Hace un siglo nació Salvador Allende, el bastard que Nixon, en 1970, juró derrocar
La CIA y el premio Nobel de la Paz Henry Kissinger fueron el brazo ejecutor del cruento golpe
Blanche Petrich
En la oficina oval de la Casa Blanca, el 4 de septiembre de 1970, el presidente Richard Nixon recibe informes recientes de las elecciones en Chile. Es irreversible. El socialista Salvador Allende Gossens se ha convertido en el primer marxista democráticamente electo en la zona de influencia estadunidense en el hemisferio occidental, en la cresta de la ola de la guerra fría. “¡That bastard!”, exclama.
La Agencia Central de Inteligencia (CIA) y el Departamento de Estado –con Henry Kissinger al frente– llevaban años invirtiendo esfuerzos y millones de dólares para neutralizar al candidato de la Unidad Popular, un médico, masón para más señas, que había cumplido 61 años cuando se lanzó a su cuarta carrera electoral para conquistar la presidencia de Chile.
La campaña de la izquierda, esa primavera de 1970, había sido –así la recuerdan quienes la vivieron– un interminable festival de Woodstock, que combinaba las reivindicaciones de la clase obrera con el rock, la conciencia proletaria con el discurso innovador, un programa para los pobres y el folclor. Lograr 36 por ciento de los votos contra toda la maquinaria de las fuerzas conservadoras y la conspiración de la CIA representaba la culminación del sueño colectivo de una generación de chilenos.
Pablo Neruda, el poeta telúrico que miraba el mundo desde Isla Negra, había renunciado a ser candidato del Partido Comunista para unir fuerzas con el “porfiadísimo compañero Allende”.
Nixon sentenció en ese instante: Washington no escatimaría esfuerzos para derrocar al hombre que expresaba en público su admiración por Ho Chi-min y Fidel Castro; al político liberal, que disfrutaba del box, gustaba de vestir bien y enamoraba las mujeres, que llegaba al poder político en Santiago prometiendo una vía pacífica, democrática y hasta festiva al socialismo. “¡The bastard!”. La conjura golpista entra en acción desde el primer minuto.
El nuevo presidente promete una revolución, aunque su imagen, con sus lentes de gruesa moldura y su bigote cano, no se ajusta al prototipo del revolucionario de su época. Pero su programa de los 40 puntos –hoy lo descalificarían por “populista” y “nacionalista”– resulta de un radicalismo intolerable para la derecha recalcitrante de su país. En una estructura similar a la Falange franquista, los conservadores chilenos se organizan en un frente, Patria y Libertad, con la consigna “Chileno, despierta, un ruso está en tu puerta”.
Una voz en el desierto
Allende avanza. Nacionaliza el cobre. Emprende una gira internacional que refleja fielmente la temperatura del mundo en aquellos años. En Nueva York, ante la Asamblea General de Naciones Unidas, denuncia a la CIA y su intento de desatar una guerra civil en su país. En Argelia, el presidente Boumedienne lo pone sobre aviso ante una posible traición militar. En Moscú, Leonid Brezhnev, irritado con la independencia de Allende frente a la ortodoxia soviética, le niega a la vía chilena al socialismo la cooperación que tanto necesita. En Cuba el pueblo lo recibe como héroe. Fidel Castro le tiende la mano, incondicional.
De regreso a Santiago se enfrenta a las elecciones parlamentarias. La Unidad Popular se ha fortalecido. Gana con 43 por ciento, 10 puntos más que en las elecciones generales dos años antes. Pero la economía empieza a “aullar de dolor”, como pretendía Nixon al referirse a su plan de desestabilización. Se conjugan factores previstos: sabotajes de dentro y fuera, errores propios, especulación, parálisis. Por canales subterráneos llegan carretadas de dinero para financiar paros, huelgas patronales, atentados, disturbios, bloqueos. Las empresas periodísticas, propiedad de algunos de los nombres más rancios de la oligarquía, alimentan la histeria anticomunista.
La izquierda radical ve perdida la jugada de Allende. Propone y exige “crear poder popular”. Pero Allende se aferra a la legalidad y opta por convocar al “pueblo alerta y vigilante” a un plebiscito. Haría el anuncio el 12 de septiembre. No le dan tiempo. El militar que apenas en agosto había sido nombrado comandante del ejército, Augusto Pinochet, cortó a cañonazos el hilo de esa historia el día 11. Septiembre de 1973.
A las tres de la tarde de ese día, el cuerpo del presidente Salvador Allende es sacado de La Moneda, el palacio presidencial humeante por el bombardeo de la fuerza aérea, con la cabeza destrozada. Terminaba la democracia. Empezaba la dictadura. Allende nació el 26 de junio de 1908 en Valparaíso. Hace ya un siglo.
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