sábado, junio 14, 2008

Salvador Allende, olvido, símbolo y legado

Omar Cid

La vida y obra de Salvador Allende es extensa y rica en matices, sus libros, escritos, discursos, intervenciones, textos alusivos a su persona, son un engranaje interminable para quien desee profundizar en su personalidad y en el tiempo que debió enfrentar.

A cien años de su nacimiento, el Centro de estudios Francisco de Bilbao, pretende rendir su homenaje intentando abordar al hombre, bajo la pretensión de tres ideas fuerza: el olvido planificado como estrategia de poder; Allende como mito y símbolo de un Chile extinguido y en tercer lugar el temor a (Re) crear su legado político.

La máquina de olvido y exclusión

La sociedad chilena está marcada por un largo duelo, los diecisiete años de dictadura, la interminable transición hicieron del olvido y la amnesia social un dispositivo de supervivencia para superar desastres personales, pero también una estrategia planificada en los pasillos del poder, con el objetivo de lograr la legitimación del nuevo orden impuesto.

Bajo este nuevo orden, la figura del presidente mártir Salvador Allende, no podía ser valorada en su justa dimensión, el primer gobierno concertacionista trasladó sus restos al cementerio general, para transformarlo lo más pronto posible en estatua, monolito o pieza de museo carente de contenido.

La máquina del olvido, violentó su vida, sus bienes, hizo de su casa un asilo de ancianos. Las universidades públicas y las entidades de conocimiento manejadas por el saber neo-liberal, han desarrollado una política encaminada a borrarlo o deslegitimar su legado ante la opinión pública, en una campaña permanente de desprestigio.

Las Universidades y colegios públicos, se han transformado en una máquina refinada de exclusión heredada de la dictadura, estableciendo una segmentación entre los saberes autorizados y legítimos, de aquellos prohibidos o desautorizados, desarrollando dispositivos de control y supresión, de la información y del conocimiento.

Nelly Richard, en comentarios de la obra de Michel Foucault, el historiador y filósofo francés advierte “ La máquina universitaria ejerce y defiende su autoridad institucional marcando el límite que distingue los saberes legítimos autorizados de los saberes ilegítimos, recluyendo a los primeros en el marco de las especializaciones disciplinarias, protegiendo el área reservada de estos saberes certificados del peligroso desorden de las hablas itinerantes o fugitivas que transitan en sus afueras sin la garantía de un domicilio conocido”.

Las sociedades sin duda tienen modos distintos de relacionarse con el pasado, nuestra historia nos advierte de modo culposo, las innumerables formas de indiferencia que hemos potenciado, de ahí que la actitud de quiénes sufrieron los avatares de la dictadura, entre otras tengan dos lineamientos perfectamente reconocibles, en principio la amnesia o desde otra mirada, la conducta vigilante frente a aquellos que intentan dar vuelta la hoja sin hacerse cargo de los borrones.

Salvador Allende en ese sentido, en su discurso final, cuya fuerza simbólica se enmarca en la fluidez de la palabra, en medio de las balas, la traición y abandono, tiene la virtud de re-significar el momento histórico en un proceso de actualización del recuerdo obligando a las generaciones posteriores a tomar partido, en una u otra posición.

“Colocado en un tránsito histórico, pagaré con mi vida la lealtad del pueblo” (extracto discurso final en el palacio de gobierno, 11/09/73).

Allende mito y símbolo

Una de las particularidades de la figura de Salvador Allende, es el carácter mitológico y simbólico que pesa sobre su figura, estableciendo un doble o incluso triple juego, la imagen ética de un hombre que muere por sus ideales, el recuerdo de un país, de una historia extinguida y la permanente campanilla de advertencia a los poderes fácticos dispuestos a derribar a toda costa, experiencias análogas.

El mito sin embargo, puede traer consigo una carga negativa porque despega al personaje de la historia, generando un proceso mental y social inmovilizador.

En la acción política nadie puede pretender revivir mitologías porque su función no es otra que explicarse los sucesos, redundando en versos, canciones, historias de sobremesa dignas de un análisis estético político, por el papel relevante que cumplen en la imaginería popular, pero desfasada de una práctica.

Allende sin embargo como símbolo, se integra a las luchas cotidianas porque en su figura, cobra sentido todo un proyecto histórico clausurado, pero en ningún caso abandonado completamente, muere como dicen “con la bandera al tope” permitiendo que nuevas generaciones recojan el legado, del médico masón y socialista que fue capaz de asumir la responsabilidad de personificar una propuesta social y revolucionaria para su tiempo.

El aparato simbólico que genera Allende, supone una unidad entre su figura y un imaginario político, es decir la utopía, sin saberlo el hombre de las gafas y de vestir elegante, se transformó en un ejemplo de futuro.

Muchos quisieran tratarlo como material abandonado, sin embargo chocan con la estructura simbólica de su presencia, porque en ningún caso la sociedad les da a sus sepultureros, el carácter de ser reconocidos ellos mismos, dentro de un límite histórico determinado, como nos dice el dicho “pasan sin pena ni gloria” mientras la figura del olvidado se potencia.

La riqueza de Allende todavía es evocar y convocar, evoca un periodo importante en que los trabajadores, tenían otro trato y eran reconocidos de otro modo por los actores sociales.

Convoca porque carga sobre sus hombros la utopía de una sociedad distinta y los que están dispuestos a transitar el camino de los cambios sociales, no sienten extraña su figura, revitalizándola y transformándola en pura rebeldía, en ese sentido su retrato desde lo simbólico, está sujeto a cambios en estrecha relación con el tipo de luchas que hoy se dan, dando sustento a un orden político radicalmente distinto al existente.

Allende en su función simbólica es capaz de dinamizar las relaciones políticas, porque el conocimiento depositado desde su experiencia se transforma en actividad, en mística desde el momento que supo dar hasta el límite de sus capacidades, entiéndase la vida.

En este último sentido el legado de Salvador Allende, traspasa a los militantes y seguidores de la izquierda chilena, transformándose en un icono de las causas justas.

(Re) creando el legado político

La sociedad chilena en los últimos treinta años ha generado tal nivel de desigualdades, traducida en presión sobre los hombros de los trabajadores calificados o no que al examinar sin gran profundidad, los discursos, las investigaciones e intervenciones de Salvador Allende, se generan una serie de contradicciones, insalvables y entendibles únicamente bajo el piso de los contextos históricos, que sin embargo no justifican los grados de deshumanización imperante.

Ante esta realidad el humanismo de Salvador Allende, es un aire fresco que recorre las calles abrazado a un lienzo, se instala en las bibliotecas de mi país, con la dificultad de los discursos marcados por la contra-corriente y el temor imperante.

En lo político una institucionalidad como la que exhibe hoy Chile, resulta inaceptable para cualquier persona con verdadera vocación democrática. Todos los puntos intermedios, traen consigo el mezquino interés de acumular para sí una representación social que no les pertenece, en un contubernio desproporcionado con el mundo empresarial y que abre a futuro una brecha de violencia e incomunicación que muestra algo de sus ingredientes en la actual movilización estudiantil, vilipendiada desde diversos sectores.

Para ellos, para esos jóvenes de futuro, el ex-presidente Allende, hizo un llamado fraterno y contundente, la universidad no puede reducirse a un espacio para buscar un título solamente, se hace necesario ocupar las capacidades y las destrezas aprendidas en la búsqueda de la justicia social, el mensaje a los jóvenes en la ciudad de Guadalajara, es prueba de ello, pero no sólo es el discurso, lo dice un hombre que en su tiempo fue dirigente universitario, siendo expulsado de la universidad, para luego terminar su carrera de médico y destinar sus primeros trabajos de investigación a los temas sociales de la salud, ejemplo “Higiene Mental y Delincuencia” del año 1933 o “la realidad médico social chilena” del año 1939, abriendo un camino de compromiso público, desde sus primeros años de formación profesional.

La sola mención al “compañero presidente” es un punto de identidad indiscutible de la izquierda chilena -se trata nada más y nada menos- que del legado político y ético de Salvador Allende.

El temor generalizado a usar su nombre y buscar dentro de las soluciones que la propia Unidad Popular propuso a sociedad chilena en 1970, evidentemente tomando en consideración la nueva situación histórica, son signos indiscutibles de temor.

Temor a evaluar sin pelos en la lengua los aportes y errores del proceso (70-73) pero con una mirada revolucionaria y no acomodaticia, esa evidentemente no la pueden realizar quienes estuvieron en la primera línea, a pesar que son las fuentes directas están marcadas por sus propias decisiones e ineptitudes.

Un segundo aspecto del temor es el silencio académico, pareciera que abordar el personaje incluso a cien años de su nacimiento, reviviera viejas sombras, vacíos, traiciones y sospechas mutuas.

Otro elemento a considerar, son las diversas lecturas que del personaje se desprenden, pudiendo ser usado por moros y cristianos, en el amplio abanico de las llamadas izquierdas del país y es que ningún sector, quiere renunciar a lo menos a su figura.

Ese es un fenómeno a considerar, sobre todo cuando llegue el momento de construir nuevos consensos, la bandera de Allende es tan amplia que permite albergar a los más reacios al modelo y dar sombra a los que únicamente por compromiso lo sacan a pasear en septiembre.

Comentarios al margen

Resulta singular y en cierto modo paradigmático que un médico, integrante de la masonería proveniente de la alta burguesía nacional, encabezara uno de los procesos más ricos de organización social que el mundo popular chileno viviera en toda su historia.

El consenso en torno a su figura no fue fácil, existen una serie de documentos que acreditan las distancias existentes incluso en su propio partido, respecto a su candidatura.

Y sin embargo, logró abrir las puertas necesarias de un referente clasista, para instalarse en la primera magistratura. La utopía desarmada duró lo que tenía que durar, es responsabilidad nuestra asimilar los aciertos y errores de la estrategia de los partidos de arraigo obrero.

No se puede culpar a un solo hombre por el fracaso de un proyecto, cuando las revoluciones estallan o se generan momentos históricos de gran turbulencia, son las organizaciones las que deben estar a la altura de las circunstancias, en grados de organización, generación de discursos, alianzas estratégicas y sistemas de auto defensa.

El modelo económico y político implantado por la dictadura y administrado por los gobiernos de la concertación, está mostrando sus debilidades, a diferencia de la crisis de mediados de los años treinta del siglo pasado, la falta de liderazgos, tanto sociales como individuales, genera una especie de sombra, sólo iluminada por la lucha de los incansables jóvenes.

Mientras la clase política busca toda clase de nuevos consensos, los jóvenes y aquellos que no tienen ningún grado de decisión, tienen entre la espada y la pared a la estrategia de mesas de diálogo.

Los sepultureros del modelo, poco a poco cobran fuerza, están fuera de las lógicas sociales tradicionales, todavía no levantan liderazgos de sensibilidad nacional, pero son parte ya de nosotros, comparten nuestras carencias y no están dispuestos a seguirlas soportando, poseen una voluntad de alteración de la realidad existente y en eso se concentra su poder.

Tienen la voluntad de cambiar las cosas, mientras toda una generación estuvo dispuesta a firmar todo tipo de contratos sociales, especialmente en desmedro de los más pobres, estos sectores tienen la osadía de plantearse desde un escenario diferente, los frutos de estas luchas, no los recogeremos de buenas a primeras, pero son el antecedente inmediato de lo que está por venir.

Omar Cid (Centro de Estudios Francisco de Bilbao)

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