Carlos Fernández-Vega
Por fin una buena nueva en este agitado mar de malas noticias: en la primera mitad de 2008 la tasa de ganancia generada por mi Afore fue de ¡0.2 por ciento!, una proporción diez veces menor que el crecimiento inflacionario (tasa oficial) en el mismo periodo. Algo para descorchar la mejor botella de champagne, pues de enero a junio del presente año “la gran solución social al México moderno de hoy” (Zedillo dixit, refiriéndose al arranque de las Afore, en 1997) abonó diariamente 4 pesos con 85 centavos a mi futuro como pensionado o, si se prefiere una cifra más contundente, 873.86 pesos en seis meses.
Lo anterior visto con el mayor optimismo posible, porque ese fabuloso monto de ganancia –que sin duda me garantiza un futuro venturoso– incluye la subcuenta de vivienda. Si el análisis se limita al ahorro para el retiro, entonces la buena noticia ya no es tanta, toda vez que en ese renglón mi cuenta registró una pérdida superior a 6 mil 500 pesos en el citado periodo (una caída de 2.57 por ciento), quebranto que no amilanó a la solidaria empresa que administra ese dinero (Afore Principal) para cobrar una comisión superior a 2 mil 700 pesos (en una cuenta inactiva desde hace un lustro). En síntesis, de enero a junio de 2008 mi ahorro para el retiro reportó una merma cercana a 4 por ciento por la caída en los rendimientos, más la rebanada que se llevó la Afore.
Como se documenta, el negocio, aparte de redondo, es claro: el ahorrador pone el dinero, pero no lo puede tocar; tampoco decide dónde invertirlo ni a qué plazo, pero obligadamente y sin ser consultado asume todos los riesgos y todos los quebrantos, mientras las empresas financieras que “administran” esos recursos llueve, truene o relampaguee cobran sus comisiones, por mucho que el titular de la cuenta registre pérdida.
A pesar de lo narrado, el optimismo me inunda cuando leo el mensaje que el director general de Principal Afore, Ramón Pando, tuvo a bien enviarme (“apreciable cliente”) para desinflamar el hígado, lo que a todas luces logró: “le informamos que en este periodo se vive una volatilidad excepcional en todos los mercados como consecuencia de la alza (sic) en las expectativas de inflación; esto ha generado un alza en las tasas de interés lo que ha resultado en una disminución de rendimientos” (se supone que para un ahorrador el efecto debe ser el contrario, es decir, a mayor tasa más rendimiento). Es importante mencionar que ésta es una situación que está afectando por igual a prácticamente todas las Afore (que no dejan de cobrar su comisión) y Fondos de Inversión de Largo Plazo. Son situaciones de ajuste que suelen ser transitorias y que terminan por no afectar el rendimiento obtenido en virtud de que son inversiones de largo plazo”.
El mensaje de Pando logró el objetivo, tanto que de inmediato vino a la memoria lo “transitorio” que ha sido el “ajuste” en el país (26 años y contando), además del significado real de términos similares siempre utilizados en el discurso oficial: “rescate momentáneo para los bancos que reportan problemas de liquidez” (Fobaproa), “intervenciones coyunturales” (“rescate” carreteras), “salvamentos ocasionales” (aerolíneas), “apoyos mientras pasa el vendaval” (ingenios azucareros), etcétera, etcétera.
De cualquier forma, si comparo mi circunstancia con la del grueso de los obligados aportantes de las Afore, el optimismo me inunda. Por ejemplo, de acuerdo con cifras de la Casa de Bolsa Acciones y Valores las Siefore en las que se invierten los ahorros para el retiro de los trabajadores reportaron una pérdida de 5.66 por ciento (más de 50 por ciento anualizado) durante junio pasado, de tal suerte que el monto de ese ahorro se “redujo” alrededor de 50 mil millones de pesos. En sentido contrario, las Afore, vía cobro de comisiones, obtuvieron utilidades cercanas a mil 200 millones de pesos, 3.5 por ciento más que en igual periodo de 2007. En síntesis, el golpe a los ahorradores “representó el peor rendimiento histórico del sistema de pensiones en México”, subraya Accival, pero sin duda una de las mejores tasas de ganancia para las firmas que “administran” sus recursos.
Al optimismo provocado por Pando se sumó el inyectado por el presidente de la Consar, Moisés Schwartz: el citado desplome, dijo, “no debe preocupar, ya que más del 80 por ciento de los trabajadores en el país tendrán sus recursos invertidos (en las Afores) más de 20 años; por eso no debemos externar preocupación por la volatilidad de un mes”. Perfecto, ¿y el 20 por ciento restante? Lo mejor es que el mismo personaje detalló que “aunque los recursos que administran las Afore registraron minusvalías por 50 mil millones de pesos durante junio, en lo que va de julio han tenido una plusvalía de 7 mil 400 millones de pesos” (¡felicidades!, ya “recuperaron” 15 centavos de cada peso).
Once años después de que el entonces inquilino de Los Pinos, Ernesto Zedillo, dio el banderazo de salida a las Afore y pronunció su mágica sentencia de “la gran solución social al México moderno de hoy”, el monto acumulado del ahorro para el retiro se acerca a 884 mil millones de pesos, más 400 mil millones de la subcuenta de vivienda. Así, en riguroso promedio cada trabajador acumularía un ahorro de 22 mil 666 pesos, más 10 mil 256 pesos por vivienda. A cada uno de ellos, el primer monto le garantizaría una pensión cercana a mil 700 pesos anuales (según la tasa anual de rendimiento oficialmente reconocida), algo así como 140 pesos mensuales. El segundo, no serviría ni para rentar una tienda de campaña.
Además, 38 de cada 100 cuentas de ahorro para el retiro (15 millones de un total cercano a 39 millones) permanecen inactivas, lo que confirma no sólo la efectividad de “la gran solución social al México moderno de hoy”, sino el tamaño real del desempleo en el país.
Las rebanadas del pastel
Nadie movió un pelo para evitar la escalofriante merma en el ahorro de los trabajadores pero, más rápido que Mouriño firmando contratos con Pemex, Luis Téllez armó un plan de “salvamento” para “minimizar el impacto de la crisis que enfrentan las aerolíneas nacionales” (léase las recientemente privatizadas Aeroméxico y Mexicana de Aviación), de tal suerte que va por la fusión, es decir, lo que permanentemente descalificó la Comisión Federal de Competencia y pospuso el retorno de esas empresas al capital privado.
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