Jorge Eugenio Ortiz Gallegos
La influencia y prepotencia de grupos selectos, de las llamadas elites en la dirección de las sociedades, es un hecho que debe enfrentarse para explicar el progreso o estancamiento de nuestra nación y las expectativas del porvenir.
La sociedad, que se forma con el conjunto de los habitantes de una nación, se integra en organismos variados, dentro de los cuales el gobierno constituye la sociedad superior de acuerdo con el derecho natural y las leyes escritas.
Las características históricas de las sociedades han permitido la prevalencia de personas, familias o grupos influyentes, que al margen de los méritos propios, se abrogan derechos privilegiados y determinan el destino de sus congéneres
. Las fuerzas que mueven al hombre, es decir, las motivaciones fundamentales, los ejes diamantinos que despiertan y estimulan la vida de las personas son: la ideológica, la económica y la política. El sociólogo brasileño Tristán de Ataide denominaba estas fuerzas como los tres poderes de la sociedad, recalcando que no se tienen que confundir con los tres poderes que clasifican las funciones rectoras de la autoridad: el Poder Legislativo, el Ejecutivo y el Judicial.
El destino de México no cambiará, mientras no se desechen los viejos e inoperantes moldes de influencia que en el lenguaje corriente pueden definirse como cacicazgos. Para entender los fenómenos y las demandas del cambio, bastará con tomar el ejemplo de algunas organizaciones en las que el cacicazgo opera inveteradamente:
Cuando los sindicatos logran subsistir, lo mismo a la caída de Porfirio Díaz que durante la consolidación del poder revolucionario en la constitución del partido oficial creado por los generales, la mayoría o todos han caído en el sistema del cacicazgo. Esto ha significado que no sólo se han entronizado los dirigentes para administrar decisiones y que nunca toman en cuenta los intereses y opiniones de las bases, sino que en la permanente y antidemocrática representación que asumen, instrumentan tres formas fatídicas:
1.- La corrupción, que lo mismo sirve para la venta de plazas de trabajo, que para la componenda en contratos con los patrones o empleadores, y para el dispendio y el apropiamiento ilícito de los fondos sindicales.
2.- La creación de un clima de prepotencia que imposibilita la democracia y eterniza la influencia de los líderes y su acomodo para conseguir puestos públicos, particularmente regidurías, alcaldías, diputaciones locales y federales, senadurías y hasta gubernaturas.
3.- La erección de un llamado capitalismo del sector social, que significa la posesión dizque sindical de grandes y de pequeñas empresas administradas y usufructuadas por los caciques sindicales, sin que jamás el obrero de un sindicato tenga noción de los balances de esas empresas, ni le haya sido entregada una acción o título de su parcial propiedad, ni haya sido convocado a votar en una asamblea para nombrar un Consejo o un director de la empresa.
Algún presidente de la República de hace muchos años, dictó a través de los legisladores por él designados una reforma constitucional en que se definen los sectores de la economía, como el público, el privado y el social. Pero no avanzó en el sentido fundamental que reclaman nuestros males. Si al sector social se han asignado zonas de capitalismo en empresas que ese sector puede fundar o comprar y por tanto usufructuar, no se estableció la reforma estructural que garantizase cómo esas empresas deban ser manejadas con el concurso y para el beneficio de cada uno de los trabajadores.
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