jueves, julio 31, 2008

¿Y después de la consulta, qué?

Ricardo Rocha

Ni el gasto gigantesco de una campaña deformó a una sociedad cada vez más participativa

Vivimos ahora la crónica de las reacciones anunciadas: por un lado las expresiones de triunfo popular de sus promotores; por el otro la descalificación también previsible de sus detractores; en medio, una expresión democrática que no puede ser ignorada ni por el gobierno federal, ni por los partidos ni por los legisladores.

Y es que, con todo y su pesada carga de cuestionamientos, la consulta sobre la iniciativa de reforma petrolera del Presidente es ya un referente obligado del que, por lo pronto, todos hablan. Lo que en sí, es ya un mérito indiscutible.

No es verdad que no pasó nada. Eso es mentira y lo saben muy bien sus impugnadores. Nadie con una pizca de inteligencia puede ignorar la participación de un millón y medio de mexicanos expresando libremente su voluntad sobre la propuesta presidencial. Y no se trata únicamente de tramposos comparativos numéricos sino de un resultado considerable tomando en cuenta las dificultades presupuestales, de promoción y de implementación de un ejercicio tan complejo. Que, por lo demás, arroja un porcentaje de 80 de cada 100 que se oponen a la iniciativa del gobierno.

Pero más allá de los resultados, la consulta significa también: el músculo de una izquierda —más que de un partido— que logra sacar a la calle a un segmento muy importante de mexicanos para que se pronuncien en un sentido o en otro sobre una determinación que —a querer o no— a todos nos habrá de cambiar el destino; una evidencia multitudinaria del porqué de la descalificación anticipada, en tanto que el PRI y el PAN son absolutamente incapaces de una movilización siquiera semejante; en este sentido, la consulta anticipa también que hay cientos de miles que están dispuestos a manifestarse —en mayor o menor grado— en contra de lo que consideran una regresión autoritaria; por último, esta enorme suma de voluntades evidencia que ni el gasto gigantesco de una campaña mediática de spots, ni los miles de declaraciones y comentarios interesados pudieron deformar a una sociedad informada y cada vez más participativa. Todo eso, necesariamente, está siendo tomado en cuenta por unos y otros.

Por esa misma razón se multiplican las advertencias panistas y priístas apurando a una propuesta perredista so pena de quedarse fuera de la gran decisión. En frente un PRD fracturado y todavía en estado de shock se debate entre participar ya en esta fase del proceso con una propuesta que nadie ha visto o persistir en el estiramiento de una liga de impaciencia hasta más allá del 24 de agosto, en que concluyan las últimas consultas ciudadanas en otros estados de la República. Su frágil dirigencia se ufana de haber conseguido un acuerdo con sus pares del prianato para evitar un albazo a cambio de conjurar un tribunazo. En ese nivel se dan ahora las negociaciones en las cúpulas partidistas.

En resumen: hay una fracasada propuesta de gobierno para privatizar el mayor patrimonio nacional; en respuesta, una inquietante muestra de rechazo claramente mayoritaria; en el ínter, una contrapropuesta priísta que hay que leer con lupa en busca de la letra chiquita para conocer coincidencias y divergencias con la anterior. Y en perspectiva, la incertidumbre de una propuesta que no sabemos si será representativa de esa izquierda que el domingo salió a la calle con valor moral y social admirable en un hecho político de grandes proporciones.

Mientras tanto, cuidado: un país dividido y enfrentado espera una resolución justa a uno de sus más rabiosos capítulos en la historia reciente.
Mucho cuidado.

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