Pena de muerte, hipocresía e ingenuidad
Tras un retiro involuntario de esta página por más de dos meses, volvemos con nuevos bríos a la defensa del derecho que desde siempre ha sido nuestro principal objetivo.El tema de la “Pena de Muerte” ha apasionado por siglos a todos los juristas y a todos los intelectuales. ¿Es un crimen que el Estado emplee la pena de muerte para sancionar un delito grave? ¿Es un castigo exagerado privar de la vida a quien ha ofendido gravemente a alguien en lo personal y a toda la sociedad con sus conductas? ¿Queda fuera de la esfera de la justicia la aplicación de esa pena? ¿Es contra los más elementales principios religiosos aplicar la pena de muerte?Durante años, he sido enemigo de la pena de muerte. Durante años he contestado afirmativamente a las cuestiones que en el párrafo anterior planteo, pero…profundizando en la historia, me he encontrado que la pena de muerte ha sido siempre “legal” y “piadosa”. Legal porque casi todas las leyes humanas la han permitido. Piadosa porque los delitos de Apostasía, Herejía y Simonía fueron siempre sancionados por los Tribunales del Santo Oficio con pena de muerte …”en la hoguera”.
El viejo principio de “ojo por ojo, diente por diente”, no es tan bárbaro como parece. Hay situaciones planteadas por la naturaleza misma que nos indican que, en contra de las enfermedades, de las plagas, de los enemigos de la vida y de la sociedad, es necesario, indispensable aplicarla. Un cáncer no se cura con misericordia. Una epidemia no se controla con miramiento alguno. Hay que extirpar, hay que exterminar las causas para sobrevivir. El hombre, sin piedad alguna ha tenido que combatir infructuosamente, casi en todos los casos, a los agentes patógenos que las originan. A los animales que son la causa. El combate al paludismo nos ha llevado a la extinción casi total del anofeles maculipenis, y buscamos con todo afán extinguir en forma total el bacilo de Eberth, el bacilo de Koch, el “variola virus” que durante miles de años ha atacado exclusivamente a los humanos. Guerra a muerte, guerra sin piedad.¿Por qué debemos tener piedad y permitir, hasta facilitar la vida de enemigos mortales de la sociedad y del género humano. Hoy me parece hasta necesaria la vuelta al pasado y el empleo de la pena de muerte. No en forma genérica, sino específica para sancionar conductas graves que no merecen piedad. El más típico ejemplo de estas conductas es el secuestro. Es un delito no sólo grave, sino gravísimo en contra de los individuos, de la sociedad y hasta de la economía. Confluyen en él todas las agravantes que las leyes penales han considerado a través de la historia: premeditación, alevosía, ventaja y traición. Y en lugar de extirpar a los autores de esos crímenes, los “premiamos” hasta hoy, con cincuenta años de prisión, en los que los ciudadanos pagamos su alimentación, alojamiento, vestido, servicios médicos, etc. y el Ejecutivo de la Unión ha propuesto al Congreso que esos cincuenta años se prolonguen hasta que el criminal fallezca de muerte natural. Hay hipocresía y hay ingenuidad. De cincuenta años a cadena perpetua ya casi no hay diferencia y la que haya, es a costa de la misma sociedad ofendida.Otros de los delitos que merecen la pena de muerte, a mi pensar, son la corrupción y el abuso del poder. En su realización confluyen todas las agravantes de premeditación, (buscan los autores incorporarse al grupo en el poder) alevosía, (instalados en el poder, abusan de él alevosamente), ventaja que les da su carácter de gente en el poder y, en éste, sobre todo, traición a la confianza que la sociedad ha depositado en los corruptos y en los abusivos del poder.Debemos meditar profundamente sobre estos tres delitos, los más graves de los que nos atormentan y aquejan.
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