Por Fausto Fernandez Ponte
I
El statu quo en México no deja de poner a prueba la capacidad colectiva de asombro que, a su vez, acusa subyacencias conscientes y subconscientes de preocupación conturbadora en la psique nacional. Estamos en una dificilísima transición política.
Véase:
1) Las acciones de terrorismo realizadas el 15 de septiembre en la plaza principal de Morelia, Michoacán, cuyo saldo fue doblemente trágico --los muertos y heridos inocentes y el significado de ello en términos de cultura política y verismo--.
2) El 30 de septiembre, la inmolación --con fuego-- de un campesino veracruzano ante las puertas del Palacio de Gobierno, en Xalapa, en protesta porque el gobernador, Fidel Herrera Beltrán, es omiso en resolver conflictos de tierras.
Ambas ocurrencias exhiben un dramatismo que impacta directamente la sensibilidad societal en México y también --dígase sin hipérbole-- en otras latitudes. Las imágenes factuales de ambas tragedias le dieron la vuelta al mundo.
Y el mundo y los mexicanos aquí y acullá --los de la diáspora inmigrada en Estados Unidos, país en donde se lincha a nuestros connacionales por el mero hecho de serlo-- se preguntan acerca de los por qués de tan horrendos sucedidos.
Los por qués, desde luego, tienen presunciones nutridas por presupuestos y prejuicios que devienen en especulación. Ello alarma a los consorcios trasnacionales de EU y España, principalmente, que le apuestan al rapiñar histórico de México.
En el mundo, la respuesta a las interrogantes --"¿qué está sucediendo en México?-- tiene una afirmación que antojaríase cabal: fuese lo que fuese lo que ocurre en México (terrorismo e inmolación) algo muy malo y, por ende, muy feo, está pasando.
II
Entre los mexicanos, la respuesta se nos ofrece con maliciosa nitidez. Los mexicanos somos suspicaces acerca de los motivos, propósitos y consecuencias de ciertas acciones, sobre todo las que exhíbense con espectacularidad explosiva.
Y, así trátese del lanzamiento alevoso de granadas a una multitud inerme o del campesino cuya aflicción exacerbada y gran desesperanza lo lleva a prenderse fuego ante la oficina de un gobernante inepto y demagogo, afloran las respuestas.
Y esas respuestas son miríada. Parece ser percepción general que el lanzamiento de granadas en Morelia tiene por autoría a proponentes del uso masivo del poder coactivo y coercitivo del Estado mexicano, el cual sufre una acelerada descomposición.
Y en ese contexto de descomposición, algunos proponentes de la mano dura y la fuerza bruta para polarizar aun más a la sociedad tienen vía libre, la del poder fáctico, paralelo al formal --éste, degradado hacia una desintegración inexorable--.
Por ello, pocos parecen ser los mexicanos que creen que los detenidos como presuntos responsables de las acciones de terror en Morelia son los perpetradores. Sospecharíase que esos hombres son culpables fabricados, que para ello en México hay oficio.
Todos éstos son, sin duda, juicios de valor. Pero filosóficamente, lo "malo" de lo que está ocurriendo --o pasando, aunque este "pasando" se alargue y cese su supuesto aributo temporal-- es obvio. Y obvia es también la percepción sensorial.
III
Cierto. La percepción --cincelada por la convergencia de las ideas y la realidad, como Cornforth identifica a la verdad-- es la de que algo anda terriblemente mal en México. La inmolación del campesino veracruzano sugiere móviles patológicos.
La intuición popular --sin metodologías academicistas-- registra, identifica y entiende los sucedidos de Morelia y lo de Xalapa, ocurridos durante éste septiembre evocativo de malogros inmerecedores de celebraciones. Los ve como síndrome inequívoco.
Síndrome --conjunto de síntomas-- que confirmaría la corriente descomposición del poder formal, el del Estado (y, ergo, la de éste mismo, en su definición política) y que reclama, como diría bien el llorado Renato Leduc, amar y desatarse a tiempo.
A tiempo, pues. A tiempo político. ¿Tienen los mexicanos esa leduciana virtud sabia de conocer el tiempo? Parécele a muchos que cada día es mayor la convicción de que la descomposición del Estado es irreversible. Cuestión de tiempo. Y de espera.
Esperar a que la descomposición llegue a su climax, la desintegración. La descomposición del Estado mexicano ha sido --es, aun-- un proceso que el 2 de octubre de 1968 tuvo apófisis, anunciándonos el desmoranamiento final que vemos 40 años después.
Es el síndrome del 68. El movimiento estudiantil/popular de ese año trajo a un primer plano de atención pública e interés colectivo la noción de que el proceso desintegrador del Estado era un hecho que estaba ocurriendo y, por tanto, vero.
Ello plantea prepararnos. El sentido colectivo de los tiempos políticos --"sabia virtud de conocer el tiempo"-- anticipa lo por venir y qué debemos hacer: fundar un nuevo Estado mexicano. Un nuevo sistema político. Ésta es la verdadera transición política
ffponte@gmail.com
Glosario:
Apófisis: apogeo, punto saliente, çapice, vçertice,apogeo.
Cornforth, Maurice (1909-1980) filósofo británico. Autor de Materiualismo Dialéctico y la Ciencia, Filosofía Versus Idealismo, Rebeldes y sus causas, Comunismo y Filosofía: Dogmas contemporáneos y Revisiones del Marxismo --publicado en 1980--, entre muchos otros libros.
Inmolación: dar la vida en aras de alguien, una causa o de algo.
Leduc, Renato (1895-1986): periodista, escritor y poeta mexicano. Autor del célebre "Soneto del Tiempo".
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