por Rosario Ibarra
(publicado en El Universal el 2 de octubre de 2008)
Infunden pavor las palabras que dan nombre a estas líneas. Iguales o semejantes —dicen algunos— se escucharon hace 40 años, la tarde sangrienta del 2 de octubre, y tres años después, el doloroso Jueves de Corpus, llegaron de nuevo como un eco siniestro.
Duele decirlo, pero hace apenas dos días, en el Senado de la República, tras escuchar la lectura del dictamen por el que se otorgará la medalla Belisario Domínguez al ilustre periodista Miguel Ángel Granados Chapa, aprobado por unanimidad, para gozo de todos quienes lo queremos, minutos más tarde se tocó el tema de los sucesos terribles ocurridos en la prisión llamada La Mesa, en Tijuana.
El “punto de acuerdo” proponía que la Comisión de Derechos Humanos del Senado se trasladase al estado de Baja California, para investigar los hechos ocurridos en el Centro de Readaptación Social antes mencionado... ¡y allí terminó el espíritu de unanimidad! No se pudo aprobar la proposición porque la bancada blanquiazul en pleno se opuso a ello... pero lo más grave fueron las palabras que brotaron de uno de los escaños de los opositores a la aprobación, que coincidían con la orden de exterminio... “porque todos son criminales”, dicen que remató el que lo dijo.
Por si lo ignora el autor de tal expresión (que no sé quién es), las prisiones están llenas de pobres, la mayoría de ellos inocentes o culpables de delitos menores a los que los arrastran la miseria, el hambre, la ignorancia, el desempleo y todos los males que generan los malos gobiernos.
Otros confiesan, bajo infame tortura, delitos que no cometieron, pero todos estos atropellos nunca merecen la atención y menos la protesta de gente que considera a los pobres como los prescindibles, los que no hacen falta, los que de nada sirven, los que estorban y por eso también entrenan a sus iguales, a otros pobres, como soldados y policías para la tortura, la crueldad y el exterminio de sus hermanos...
Cuánta razón tenía Thoreau cuando decía que el enemigo natural del soldado es el gobierno que lo entrena.
Y ese mal gobierno se torna diabólico, aborrecible, cuando lo enfrenta a los de su clase y le ordena que los maten a todos.
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