Astillero
Julio Hernández López
El año que está por terminar será recordado como aquél en que la extrema descomposición del sistema mexicano no pudo disimularse más. Las mayores evidencias provienen del submundo oscuro de la delincuencia institucionalizada (los cárteles explícitos y la clase política a ellos asociada) y de la planicie económica atemorizada por los avisos de una recesión de dimensiones desconocidas. Pero esos rubros alarmantes no son más que expresiones del gran descontrol que se vive en el país, de la grave erosión del Estado mexicano y de las increíbles (a veces, tragicómicas) pifias y carencias de la gran mayoría de los personajes que hoy tienen en sus manos las facultades de ejercicio de los poderes en sus varios niveles y órdenes.
Cierra 2008 con la rutina diaria de crímenes y ejecuciones a lo largo del país. El morbo colectivo se pasea por los entretelones de la historia de la reina de belleza de la entidad emblemática del nuevo poder nacional, Sinaloa, donde el hermano de un capo de primer nivel habría comprado para su amada un cetro estético regional, como el dinero sin tope de esos narcotraficantes puede hacerse de otros nombramientos, representaciones o distinciones, ya sea en esas competencias mercantiles de exhibicionismos cirujanos en cuerpos y caras o, como ya ha sucedido en estos años de incubación, en los planos políticos como las elecciones del año venidero en que los ríos de dinero lavado buscarán encontrar cauces propicios en las gubernaturas y los congresos estatales que estarán en juego y, de manera especial, en el palacio legislativo de San Lázaro.
Todo es narcotráfico y matanzas, de tal manera que el Ejército, dolido por el reto y la ofensa de los militares recientemente decapitados, recorre el Guerrero históricamente bronco y rebelde con helicópteros artillados y despliegue de armamento y fuerzas para establecer un incrementado punto de referencia para el despunte de 2009. Ya no hay noches de paz ni de amor, pues ayer mismo hubo asesinatos cruentos en Michoacán (en Acapulco fueron encontrados una cabeza y un cuerpo calcinados), cayó un “operador” más del cártel del Golfo, el tal Java, y el ombudsman federal anuncia que en el año el mayor número de quejas por violaciones a los derechos humanos fue producido por las fuerzas armadas.
Un Santa sangriento se aparece en Covina, junto a Los Ángeles, como para anunciar simbólicamente el fin de las navidades apacibles y el ingreso con fuerza al mundo desquiciado y sin parcelas más o menos respetadas. Los mexicanos gastan menos aunque cumplan con el ritual de las visitas entusiastas a tiendas y centros comerciales donde no necesitan estadísticas ni reportes oficiales para saber que hubo menos ventas y que el año venidero pinta peor. En las casas las pláticas familiares combinan los buenos deseos y las ceremonias de rigor con el análisis de lo que viene o lo que se cree que puede venir. Los medios de comunicación dan cuenta del incremento de los despidos, de los cierres o paros de empresas, de los vaticinios negros. Muy pocos se atreven hoy a lanzar al aire el jo, jo, jo de la temporada, aunque sí hay quienes creen difícil soportar sin estallidos la nueva crisis o recesión o joda que saben se avecina aunque los comerciales de las televisiones comodinas convoquen ofensivamente a las mayorías en riesgo para que le pongan buena cara a una más de las historias económicas a cuyo final muchos pierden lo poco que tienen y unos pocos se quedan con esas riquezas involuntariamente transferidas.
No hay lugar para el optimismo simplón: México está en manos de la peor generación de políticos, a los que afecta no sólo el fantasma de la ilegitimidad electoral sino también la terrible incapacidad e incluso las debilidades impensables, como los funerales exagerados de Juan Camilo Mouriño que no tuvieron fundamento más que en los personales sentimientos de Felipe Calderón hacia uno de sus colaboradores al que exaltó, por su muerte en lo que oficialmente fue un accidente aéreo provocado por la corrupción, en la misma proporción en que depreciaba la investidura presidencial de por sí suficientemente ajada en su caso personal. De los estallidos de granadas a unos metros del balcón central del palacio de gobierno de Michoacán a la desmesura extrema del Campo Marte y las odas felípicas al íntimo caído.
A pesar de la extendida desgracia nacional, en 2008 se mantuvo viva una opción de defensa popular, la del movimiento que protegió al petróleo y lo colocó provisionalmente fuera de los apetitos burdos de la banda privatizadora (aunque subsisten las trampas de letra chiquita que en 2009 pretenderán deslizarse sin ruido en forma de convenios y concesiones) y que ahora direcciona sus esfuerzos hacia la defensa de la economía popular. El año que termina significó el mayor esfuerzo del calderonismo y sus aliados (las televisoras nacionales, el chuchismo colaboracionista, entre otros) para tratar de exterminar a ese movimiento y aislar/calumniar/ridiculizar a su dirigente. Pero, para desgracia de esos intereses de cúpula, las circunstancias electorales del año en puerta refrescarán las posibilidades del movimiento popular y evitarán la concentración de misiles de poder en un solo objetivo. Ya se verá si es mucho o poco, pero lo más notable del año, desde el plano ajeno al poder, acabará siendo la preservación de la capacidad de lucha popular que en 2009 tendrá suficientes razones para expresarse y desarrollarse.
Y, mientras el firmante tecleador da las gracias más sinceras a todos quienes a lo largo del presente año concurrieron a este espacio de libertad, y les desea salud, unidad familiar, templanza, trabajo, claridad de análisis y decisión de lucha para enfrentar lo que de difícil traiga el año venidero, ¡hasta el próximo lunes 12 de enero, cuando volverá a publicarse el Astillero nuestro de cada día (uf, qué año: ahora sí, un par de semanitas, a descansar)!
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