María Teresa Jardí
Ayer, en nuestro diario, se informó de la posición publicada en el editorial de la revista vocera del Cardenal Norberto Rivera, sobre quien, como el mundo entero sabe, pesa una acusación por defender a curas pederastas. Una declaración, nada menos que del Cardenal de la ciudad capital de nuestra república, devenido, por decisión propia, en Procurador General de la República, quien luego de una exhaustiva investigación ministerial, es de suponer, y erigido también en juez, como se evidencia. Luego de calificar como “mercenarios” condena a “las personas que por unos cuantos pesos se han lanzado a las calles en protesta por la presencia del Ejército en la lucha contra el narcotráfico (porque) este hecho refleja el nivel de descomposición social alcanzado por la sociedad mexicana”.
Y para rematar, lo que sí es una vergüenza, porque a final de cuentas nadie ha demostrado con pruebas que los encapuchados que en una manifestación pública han pedido la salida del Ejército sean servidores del narco, “… al término de la misa del domingo y con motivo de que el próximo 24 de febrero –es decir, de que hoy-- se celebra el Día de la Bandera, se rindieron honores al Lábaro Patrio y se entonó el Himno Nacional.
Y, “como se ha acostumbrado desde hace varios años (luego de que Salinas dio al traste, también, con el Estado laico que sabiamente quedara plasmado en la Constitución de 1917) una escolta, en esta ocasión integrada por elementos de la Policía Federal Preventiva marchó hasta el Altar Mayor…”.
Tan honesta institución, la PFP, que ni el diablo --si existiera más allá de las transnacionales que en la Tierra lo representan-- recibiría en el Infierno a los elementos de ninguna corporación policiaca mexicana.
Olvidando, el Cardenal, en su afán por hacerla también de Procurador General, que, porque no tenemos policía, es por lo que el poder civil, que a la mexicana sufrimos, se ha visto obligado a sacar al Ejército Nacional para desempeñar funciones que no son propias de ningún ejército en ningún lugar civilizado del planeta.
La derecha, siempre unida, da buena cuenta también, de lo que decía ayer: que lo de los encapuchados –que puede ser cualquier cosa, empleados del narco o jóvenes desdesperados-- más bien parece organizado para generar la violencia que desde los más altos niveles del desgobierno usurpador se impulsan, ante la incapacidad para entregar el país a las transnacionales que buscan hacerse de todos los bienes de la nación, sin violencia.
Necesitan reprimir. Y lo que avala el impresentable Norberto Rivera, quien tendría que estar siendo juzgado y no fungiendo como Cardenal de ninguna iglesia, lo que es una vergüenza para los católicos, es que se repriman las manifestaciones civiles, que es lo que sigue, está claro. Y, lo hace, porque el despertar ciudadano es un peligro para el proyecto capitalista que a él lo ha convertido en un rico prelado de la Iglesia Católica.
Pero ayer también en la páginas de nuestro diario, Pedro Casaldáliga nos recordaba que en manos de millones está la construcción del otro mundo posible. Toma para hacerlo, Casaldáliga, como punto de partida un nuevo libro de el Cardenal Carlo M. Martini. Del jesuita que habría sido elegido Papa, en lugar del que resultó electo, si el demonio capitalista no se hubiera apoderado de la Tierra.
Quien en su libro de confidencias y confesiones Coloquios nocturnos en Jerusalén, declara: "Antes tenía sueños sobre la Iglesia. Soñaba con una Iglesia que recorre su camino en la pobreza y en la humildad, que no depende de los poderes de este mundo; en la cual se extirpara de raíz la desconfianza; que diera espacio a la gente que piensa con más amplitud; que diera ánimos, en especial, a aquellos que se sienten pequeños o pecadores. Soñaba con una Iglesia joven. Hoy ya no tengo más esos sueños". Explicando monseñor Casaldáliga que: “Esta afirmación categórica de Martini no es, no puede ser, una declaración de fracaso, de decepción eclesial, de renuncia a la utopía. Martini continúa soñando nada menos que con el Reino, que es la utopía de las utopías, un sueño del mismo Dios. Él y millones de personas en la Iglesia soñamos con la "otra Iglesia posible", al servicio del "otro Mundo posible". Y el cardenal Martini es un buen testigo y un buen guía en ese camino alternativo; lo ha demostrado. Tanto en la Iglesia (en la Iglesia de Jesús que son varias Iglesias) como en la Sociedad (que son varios pueblos, varias culturas, varios procesos históricos) hoy, más que nunca, debemos radicalizar en la búsqueda de la justicia y de la paz, de la dignidad humana y de la igualdad en la alteridad, del verdadero progreso dentro de la ecología profunda. Y como dice Bobbio "hay que instalar la libertad en el corazón mismo de la igualdad"; hoy con una visión y una acción estrictamente mundiales. Es la otra globalización, la que reivindican nuestros pensadores, nuestros militantes, nuestros mártires, nuestros hambrientos...
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