Concluido el cómputo electoral distrito por distrito, estado por estado, el derrumbe del PAN resultó espectacular. El electorado votó masivamente contra el presidente Calderón y contra su partido. Votó en contra del Presidente que convirtió la elección en un voto de confianza a sus acciones y su persona, y fue rechazado. Su ya precaria autoridad resultó disminuida. No sólo se enajenó en una guerra que pierde; enajenó su gobierno en una inercia económica hacia el abismo, adherido a políticas fracasadas en todo el mundo, esperando pasivamente ser rescatado por la eventual recuperación estadounidense. Acompañado de un gabinete fantasmal perdido en la intrascendencia, salvo uno que otro regaño a gobernadores insumisos. Lo que no faltó fue la presencia cotidiana en los noticiarios de las televisoras de asombrosos éxitos en la guerra emprendida y sentenciosos discursos del Presidente a cuadro. Gasto inútil.
Perdió también su partido, el PAN, no sólo por el desplome en triunfos distritales, sino en pérdidas federales y locales en regiones ya consideradas propias como en Jalisco, estado de México, Querétaro, que reflejaron fatiga de la ciudadanía, desencanto, rechazo al mal gobierno, a la corrupción. Claro retroceso del aparente arraigo de sus herramientas políticas en espacios conquistados.
Pierde el PAN la alternancia de derecha. No sólo se rechazó al Yunque fundamentalista, por ahí actuante, antihistórico, sino la violación al laicismo por el Presidente mismo, su séquito, su penetración en diversas áreas públicas y su falso “bien común” ignorante de las demandas sociales. Pierde el partido por su dependencia en los sectores económicos, “partido de empresarios”, por su capitanía plutocrática. Gobierno y partido disimulando la crisis, presenciaron incólumes el deterioro de los servicios de salud, educación, el crecimiento galopante del desempleo, la pobreza y la desesperación popular, por no tomar decisiones urgentes pero inaceptables para los intereses que representan.
Pierde el Presidente a la cabeza de un proceso electoral deslegitimado por la partidocracia, la involución democrática, el desprestigio de la clase política, tan enfáticamente denunciados por el movimiento por la anulación del voto que fue real, inocultable.
Gana el PRI al recibir más de 12 y medio millones de votos, frente a nueve y medio del PAN, resultado que debe analizarse en el contexto descrito. El voto al PRI refleja en primer término la recuperación de una caída estrepitosa por la pésima imposición en 2006 del candidato a la Presidencia de la República y su campaña de derecha que lo llevó al tercer lugar; exhibe la capacidad del partido históricamente más importante de México y refleja sin duda, lo que hay que tener en cuenta, que el electorado no ve en el PRI al PAN que rechazó.
En realidad ganan los gobernadores. Ante una dirigencia nacional sin propuestas, sin oposición, sin más estrategia que flotar, se ganan en los estados los distritos de mayoría que producen los números totales para montar en ellos las diputaciones plurinuminales. Ganan los gobernadores, en los estados se centra el poder priísta real, lo que deberá llevarlos democráticamente, colectivamente, sin tutores, a definir no sólo la futura coordinación de la Cámara de Diputados, también a las dirigencias nacionales y la agenda del partido, que debe reflejar el voto priísta cuyo verdadero sentido ellos conocen. Desde luego, no a transmutaciones empanizadas, no al cogobierno a la derecha, no a un PRIAN que sería obviamente un contrasentido. Insistimos: el voto se disipa como le ocurrió a Madrazo y a su coordinador de campaña Beltrones por su derechización. Sí a la recuperación de los principios de democracia y justicia social abandonados por la tecnocracia neoliberal priísta, con su líder innombrable y sus fieles seguidores aún incrustados en los aparatos del partido.
mbartlett_diaz@hotmail.com
Ex secretario de Estado
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