Octavio Rodríguez Araujo
El PRI ganó en buena medida por los errores de los panistas en los gobiernos, comenzando por Calderón, y los todavía mayores errores del PRD, cuyos dirigentes actuales hicieron maroma y teatro para quedar donde están en lugar de haber pensado en el fortalecimiento de su partido para cumplir con su cometido: competir por el poder con la mayor fuerza posible.
El PRD no sólo está en crisis por haber pasado del nivel de votación al que lo llevó López Obrador en 2006 a un ridículo 12 y pico por ciento, sino que estuvo por debajo del Partido Verde en algunos estados: Aguascalientes, Baja California, Campeche, Coahuila, Colima, Chihuahua, Durango, Guanajuato, Jalisco, Nuevo León, Puebla, Querétaro, San Luis Potosí, Sinaloa, Tamaulipas y Yucatán. Una verdadera vergüenza, pues el PVEM es un partido que da pena ajena, al igual que el Panal, ambos aliados del PRI en varias entidades federativas.
Las ansias de podercito, el que da la dirección de un partido y que probablemente incluya carro y chofer, llevaron a los chuchos a tirar por la atarjea su capital político que bien supieron que tenían todavía en 2006. Creyeron, probablemente, que la gente olvidaría el cochinero que han hecho y que incluso hicieron en Iztapalapa, y perdieron. No me da gusto, sino tristeza, aunque habría que reconocer que bien merecido se lo tenían. ¿Adónde se fueron los votos de los perredistas inconformes? No precisamente al PT ni a Convergencia, pues éstos pasaron la prueba de panzazo. Sospecho que al PRI, posiblemente por un mecanismo comprensible de voto útil para evitar que Acción Nacional pudiera fortalecerse. Si el Distrito Federal no lo perdieron totalmente (aunque su votación bajó) no se debe a los chuchos, sino a quienes se mantuvieron cerca de López Obrador y sus aliados, incluido Ebrard (hasta ahora). La aberrante maniobra que Nueva Izquierda hizo en Iztapalapa, con el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF) como cómplice (es decir, con Calderón como cómplice), no les dio resultado. Y a pesar de que algunos analistas pronosticaron que el pueblo de Iztapalapa no entendería cómo votar y que se haría bolas, Rafael Acosta/Clara Brugada se llevaron el triunfo (hay gente que cree, sobre todo entre la clase media, que pobreza es igual a deficiencia mental).
El PRI, ese partido que estaba en tercer lugar en 2006, más que duplicó su número de diputados federales (de 106 a 237 con información del lunes) y logró imponerse en cinco de los seis estados donde cambiarán sus gobernadores. Los priístas, deberá reconocerse, supieron aprovechar los errores de sus adversarios e hicieron algo que los perredistas de Jesús Ortega y socios no han entendido: que la vocación de poder no se cumple con un partido donde las restas son más significativas que las sumas.
Esos mismos de la clase media, algunos ilustrados, fueron los que propusieron el voto nulo y confiaban en obtener por lo menos 10 por ciento del total de la participación electoral. No lo lograron, salvo en aquellas entidades donde sus compañeros de clase son muchos, porque donde Internet y algunos periódicos de derecha son escasos el voto nulo fue apenas mayor que en 2003 (Guerrero, por ejemplo). Los que pronosticaron mayor abstención que en las pasadas elecciones intermedias, incluyendo a la ministra del TEPJF, amiga de la primera dama, también se equivocaron: fue menor, aunque por pocos puntos. Y fue aún más baja en aquellos estados donde el PRI sabía que podría ganar o donde más reñida estaría la votación (Campeche, Colima, Jalisco, estado de México, Morelos, Nuevo León, Querétaro, San Luis Potosí, y Yucatán), lo que parecería demostrar que es un partido que sabe de logística electoral, más que otros.
En el PAN es correcto que su presidente haya renunciado, ya que quien lo puso y le dio órdenes no lo hará, aunque sería deseable que lo hiciera por la salud de la República. Sería igualmente correcto que en el PRD ocurriera lo mismo: su presidente, gracias también al TEPJF, no supo cómo levantar a su partido electoralmente; más bien lo llevó a la ruina, entre otras razones porque no entendió el papel que jugó su verdadero líder en 2006.
No es para festejar que el Revolucionario Institucional se haya recuperado, pese a que en algunos estados y no pocas ciudades celebremos que Acción Nacional fuera derrotado, aunque haya sido por el tricolor. Pero era lógico que así ocurriera: los errores de sus adversarios lo ayudarían, lo ayudaron y ya se están preparando para 2012, año en que, si nada importante cambia, ganará la presidencia del país. Sólo una refundación auténtica del PRD podría hacerle competencia, pero se ve muy difícil: ¿un nuevo partido a tres años de la grande? No lo pienso, ni como hipótesis, pues no estamos en 1988-89 y el verdadero hartazgo que parece haber entre la ciudadanía no es del PRI, como se ha visto, sino del PAN y sus malos gobiernos.
La gran tragedia es que seguimos en manos de las derechas políticas y que las izquierdas son casi inexistentes. El nuevo régimen político, instaurado sobre todo a partir de Salinas de Gortari, seguirá siendo el mismo, como hemos analizado varios autores en nuestro muy reciente libro: México: ¿un nuevo régimen político? (permítaseme la mención).
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