05 agosto 2009
"Supongamos que como dice Felipe Calderón está creando empleos, pero son muchos más los que desaparecen cada día".
Francisco Villaverde.
I
Las actuaciones de los personeros del poder político del Estado y su corrosiva incidencia en la crisis general que tiene en peligroso vilo al pueblo de México se insertan en el proceso de desintegración de aquél.
Y, insertos así, se explican causales históricas y actuales y consecuencias inmediatas y mediatas del contexto general y particular de crisis, así como sus consecuencias y efectos directos e indirectos.
Esa es una realidad tan evidente para no pocos dentro y a extramuros de México que antojaríase misterio el motivo por el cual se plantean como soluciones únicamente cambios de curso o de ruta.
Pero no es posible cambiar el rumbo que el poder político del Estado ha emprendido desde 1982. ¿Por qué? Porque la nave está naufragando --hundiéndose-- dramáticamente y carece de timón, motor y velámen.
La paradoja de ese naufragio es que ocurre desde hace 27 años (tal vez más, si tómase en cuenta que el último sexenio con crecimiento económico fue el de 1964 a 1970-- con tierra firme a la vista.
El navío hace agua. Y pocos son los que intentan --sólo intentan-- achicar o tapar las vías de agua, por lo que el navío, escorado a estribor --la derecha-- se hunde más y más. A babor, la izquierda, hay inquinas.
El hundimiento parece irremisible, acelerado por el oleaje implacable de una mar tormentosa, corrientes marinas y submarinas y turbiones y ventoleras. La lluvia golpea sin cesar y limita la visibilidad.
II
Más el capitán no parece darse por enterado. "Ya tocamos fondo", dice, ufano pero estólido, su voz audible apenas por los rugidos de la tormenta y el fragor del oleaje, truenos y rayos y la violenta marejada.
Pero tocar fondo, en la lingua franca de la cultura marínera, es estar asentado ya en el mero lecho océanico o atrapado en los arrecifes, el casco rupturado y las cuadernas destruidas; además, el timón está roto.
Sin timón, la estructura --cuadernas y casco-- irreparable y la superestructura (las cabinas de cubierta) absurdamente pesadas, el motor dañado y con poco combustible, la suerte parece echada.
Sin botes salvavidas suficientes o sin un velámen que, a falta de motor, pudiere utilizarse alternativamente para orientarlo de bolina --a barlovento-- al navío y desencallarlo, hay que tomar acción.
El navío, visto objetivamente, no ha llegado aun al fondo. Escorado, con vías de agua que el oleaje incensante amplía, el hundimiento es todavía ocurrente, aunque el final --hundirse-- parece inexorable.
El atributo de inexorabilidad tiene explicaciones propias del verismo de las leyes universales de la física: si más de la mitad de la masa del navío está bajo el agua, su desplazamiento será vertical. Hacia abajo.
El camino hacia abajo de esa masa --más pesada por las vías de agua-- ha accedido a una fase de aceleración. Mientras más pesada, más rápido es el hundimiento en el medio líquido. Por gravedad.
Empero, esa inexorabilidad del naufragio dependería, según se observa, de un rescate a tiempo que el capitán, paralizado por su ineptitud y cortedad de miras, parecería empeñado en evitar.
III
¿La solución? Ante un capitán rabasado por la realidad del peligro actual y una tripulación que sólo piensa cómo saquear al navío, únicamente los pasajeros --nosotros-- pueden evitar el desastre.
¿Y cómo? Tomando el control, organizándose para rescatarse a sí mismos, sumando esfuerzos para ello y para recuperar materiales del navío hundiéndose para construir uno nuevo. Totalmente. Otro diseño.
En ese esfuerzo surgirán nuevos capitanes y tripulantes más aptos, honestos y sin más inclinaciones ni agendas ideológicas y políticas que las de llevar al navío a puerto seguro con patriotismo e inteligencia.
Ésta metáfora no incorpora un elemento central: para que los pasajeros tomen el mando del navío, detengan el naufragio y se salven a sí mismos: tener conciencia de lo siguiente:
Uno, que el peligro es gravísimo pues no está latente ni es a futuro, sino real y presente. El desastre ya llegó, cual efecto de vectores de opresión que han conducido al mexicano a abdicar sus deberes cívicos.
Y, otro, que nadie --absolutamente nadie: ningún otro país, ninguna divinidad-- acudirá a nuestro salvamento ni lo lo hará por nosotros. Es una cita con sino histórico que no podemos cancelar o posponer.
Más allá de la metáfora despréndense moralejas aplicables a nuestros dilemas. La moraleja mayor es la de que al navío del Estado nada se le puede reformar, sólo construir uno nuevo. Fundar otro Estado.
ffponte@gmail.com
www.faustofernandezponte.com
Glosario:
Cuadernas: costillas de la estructura de un barco que refuerzan al casco y le dan integridad a éste.
Francisco Villaverde.
I
Las actuaciones de los personeros del poder político del Estado y su corrosiva incidencia en la crisis general que tiene en peligroso vilo al pueblo de México se insertan en el proceso de desintegración de aquél.
Y, insertos así, se explican causales históricas y actuales y consecuencias inmediatas y mediatas del contexto general y particular de crisis, así como sus consecuencias y efectos directos e indirectos.
Esa es una realidad tan evidente para no pocos dentro y a extramuros de México que antojaríase misterio el motivo por el cual se plantean como soluciones únicamente cambios de curso o de ruta.
Pero no es posible cambiar el rumbo que el poder político del Estado ha emprendido desde 1982. ¿Por qué? Porque la nave está naufragando --hundiéndose-- dramáticamente y carece de timón, motor y velámen.
La paradoja de ese naufragio es que ocurre desde hace 27 años (tal vez más, si tómase en cuenta que el último sexenio con crecimiento económico fue el de 1964 a 1970-- con tierra firme a la vista.
El navío hace agua. Y pocos son los que intentan --sólo intentan-- achicar o tapar las vías de agua, por lo que el navío, escorado a estribor --la derecha-- se hunde más y más. A babor, la izquierda, hay inquinas.
El hundimiento parece irremisible, acelerado por el oleaje implacable de una mar tormentosa, corrientes marinas y submarinas y turbiones y ventoleras. La lluvia golpea sin cesar y limita la visibilidad.
II
Más el capitán no parece darse por enterado. "Ya tocamos fondo", dice, ufano pero estólido, su voz audible apenas por los rugidos de la tormenta y el fragor del oleaje, truenos y rayos y la violenta marejada.
Pero tocar fondo, en la lingua franca de la cultura marínera, es estar asentado ya en el mero lecho océanico o atrapado en los arrecifes, el casco rupturado y las cuadernas destruidas; además, el timón está roto.
Sin timón, la estructura --cuadernas y casco-- irreparable y la superestructura (las cabinas de cubierta) absurdamente pesadas, el motor dañado y con poco combustible, la suerte parece echada.
Sin botes salvavidas suficientes o sin un velámen que, a falta de motor, pudiere utilizarse alternativamente para orientarlo de bolina --a barlovento-- al navío y desencallarlo, hay que tomar acción.
El navío, visto objetivamente, no ha llegado aun al fondo. Escorado, con vías de agua que el oleaje incensante amplía, el hundimiento es todavía ocurrente, aunque el final --hundirse-- parece inexorable.
El atributo de inexorabilidad tiene explicaciones propias del verismo de las leyes universales de la física: si más de la mitad de la masa del navío está bajo el agua, su desplazamiento será vertical. Hacia abajo.
El camino hacia abajo de esa masa --más pesada por las vías de agua-- ha accedido a una fase de aceleración. Mientras más pesada, más rápido es el hundimiento en el medio líquido. Por gravedad.
Empero, esa inexorabilidad del naufragio dependería, según se observa, de un rescate a tiempo que el capitán, paralizado por su ineptitud y cortedad de miras, parecería empeñado en evitar.
III
¿La solución? Ante un capitán rabasado por la realidad del peligro actual y una tripulación que sólo piensa cómo saquear al navío, únicamente los pasajeros --nosotros-- pueden evitar el desastre.
¿Y cómo? Tomando el control, organizándose para rescatarse a sí mismos, sumando esfuerzos para ello y para recuperar materiales del navío hundiéndose para construir uno nuevo. Totalmente. Otro diseño.
En ese esfuerzo surgirán nuevos capitanes y tripulantes más aptos, honestos y sin más inclinaciones ni agendas ideológicas y políticas que las de llevar al navío a puerto seguro con patriotismo e inteligencia.
Ésta metáfora no incorpora un elemento central: para que los pasajeros tomen el mando del navío, detengan el naufragio y se salven a sí mismos: tener conciencia de lo siguiente:
Uno, que el peligro es gravísimo pues no está latente ni es a futuro, sino real y presente. El desastre ya llegó, cual efecto de vectores de opresión que han conducido al mexicano a abdicar sus deberes cívicos.
Y, otro, que nadie --absolutamente nadie: ningún otro país, ninguna divinidad-- acudirá a nuestro salvamento ni lo lo hará por nosotros. Es una cita con sino histórico que no podemos cancelar o posponer.
Más allá de la metáfora despréndense moralejas aplicables a nuestros dilemas. La moraleja mayor es la de que al navío del Estado nada se le puede reformar, sólo construir uno nuevo. Fundar otro Estado.
ffponte@gmail.com
www.faustofernandezponte.com
Glosario:
Cuadernas: costillas de la estructura de un barco que refuerzan al casco y le dan integridad a éste.
De bolina: llevar un velero lo más cerca del viento posible (entre 35 y 40 grados).
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