José Steinsleger
En Brasil, el habitualmente cálido presidente Lula ensayó una mirada triste y deliberada para la fotografía oficial. En Argentina, Cristina Fernández dispuso que la cancillería se limitase al protocolo. Y en Perú, el matador de indígenas Alan García lo recibió sin mucho ruido mediático. Sólo con Álvaro Uribe, presidente terrorista de Colombia, el canciller de Israel, Avigdor Lieberman, sintiose a sus anchas.
Hace apenas unos meses, luego del genocidio de Israel en la franja de Gaza, Robert Fisk anticipó que la designación de Lieberman como canciller del primer ministro Benjamin Netanyahu sería lo peor que podía ocurrir en Medio Oriente (La Jornada, 18/3/09). Fisk acertó.
Por su lado, el corresponsal en Jerusalén del diario español El País comentó que Barack Obama recibió a Netanyahu pero inventó excusas para evitar el encuentro con Lieberman. En Francia, el canciller Bernard Kouchner evitó dar una conferencia de prensa junto al ministro, y el presidente Nicolás Sarkozy recomendó a Netanyahu deshacerse de su canciller. En Alemania, el jefe de la diplomacia de Angela Merkel, Frank-Walter Stenmeier, recibió a Lieberman en un restaurante, “… como si se tratara de un funcionario cualquiera”.
En medios de gran circulación como el semanario alemán Der Spiegel, Los Angeles Times, Washington Post o el británico The Guardian, menudean las críticas y los temores frente a Lieberman. El rabino Eric Yoffie (presidente de la Unión para la Reforma del Judaísmo) lo trata con desprecio, y Martin Peretz (legendario periodista de la influyente revista The New Republic), a más de compararlo con el neonazi austriaco Jörg Haider y el racista francés Jean Marie Le Pen, dice que Lieberman es un gánster.
Quintaesencia del nazifascismo judío, Lieberman niega que en su juventud militó en el Partido Kach, ilegalizado en 1988 por sus posturas explícitamente racistas y antiárabes. El Kach es una de las tantas organizaciones terroristas registradas por los servicios de inteligencia de la Unión Europea, Estados Unidos y Canadá.
Como fuere, Lieberman está donde está gracias al 12 por ciento de los votos cosechados por su partido en las elecciones legislativas de septiembre pasado: el ultra-ultra Israel Beytenau (Israel es nuestra casa). Sin embargo, a la hora de asesinar y torturar palestinos, las diferencias con los partidos simplemente ultras (Kadima, Likud, Shas, 61 por ciento de los escaños parlamentarios) son meramente formales.
Lieberman se convirtió en líder ineludible para cualquier tipo de coalición, al decir en voz alta lo que mascullan cientos de miles de sus simpatizantes:
1) Israel representa al mundo libre y la Autoridad Nacional Palestina (ANP, apoyada por el gobierno) y Hamas simbolizan el mundo islámico y radical.
2) Hay que redactar leyes especiales que obliguen a los ciudadanos árabes a jurar lealtad y fidelidad a Israel como Estado judío.
3) Los árabes israelíes quieren disfrutar todas las ventajas del Israel moderno, pero por otra parte quieren destruirnos desde dentro (febrero de 2007).
En marzo de 2002, Lieberman se ofreció para ahogar en el Mar Muerto a un grupo de presos palestinos. En noviembre de 2006, pidió en la Knesset (Parlamento) ahorcar a los parlamentarios árabes críticos del gobierno, por colaboracionistas. Y en enero pasado, en la Universidad Bar Ilan (cerca de Tel Aviv), manifestó que debía combatirse a Hamas como Estados Unidos combatió a los japoneses durante la Segunda Guerra Mundial. A buen entendedor…
Lo interesante es que Lieberman, nacido en la ex república soviética de Moldavia (Kishinev, 1958), emigró a Israel con sus padres en 1978. Luego sirvió en el ejército y se graduó en ciencias sociales. Entre 1983 y 1988 colaboró en la formación del Foro Sionista para el Judaísmo Soviético, ocupó un cargo en el Sindicato Nacional de Trabajadores (Histadrut), y se pegó a los equipos de líderes extremistas como Ariel Sharon y Netanyahu.
El racismo, afán de discriminación y capacidad de odio de Lieberman viene de lejos. En diciembre de 1999, tres niños de familias sabras (apodo de los judíos llegados a Israel antes de la fundación del Estado) golpearon a su hijo menor y le dijeron ruso. Enfurecido, Avigdor localizó a uno de los agresores (de 12 años), y le propinó un puñetazo que le dejó un ojo morado.
Por esa acción, Lieberman fue multado por un tribunal israelí. La prensa recordó su pasado: Vladimir, el matón. Así lo llamaban en una discoteca del puerto petrolero de Bakú (actual Azerbaiyán), donde el futuro canciller de Israel trabajó de conserje.
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