Editorial
El presidente constitucional de Honduras, Manuel Zelaya Rosales, se reunió ayer con el titular del Ejecutivo federal, Felipe Calderón, en la residencia oficial de Los Pinos, en una ceremonia en la que prevalecieron la corrección protocolaria (el depuesto mandatario fue recibido con los honores propios de jefe de Estado) y la expresión de principios acertados, en general. Durante el encuentro, el mandatario mexicano manifestó su propósito de comprometer al Grupo de Río –del que ejerce la secretaría pro tempore– en la búsqueda de una solución al conflicto hondureño y, posteriormente, reiteró su respaldo al plan diseñado por el presidente de Costa Rica, Óscar Arias, el cual ha sido calificado por el propio Zelaya de camisa de fuerza para ejercer lo que queda de su mandato.
Para México, la circunstancia que se comenta plantea una oportunidad única de re-tomar sus principios básicos y tradicionales en materia política exterior –paulatinamente abandonados en el curso de los sucesivos gobiernos neoliberales– y recuperar, con ello, su posición y peso a escala latinoamericana en el ámbito de las relaciones internacionales; además de una obligación moral de empeñar su diplomacia en forma mucho más activa a efecto de revertir un episodio que ha significado un retroceso lamentable para la región.
La situación hondureña ha evolucionado mucho desde el inicio del golpe militar, el pasado 28 de junio, y desde la fallida, parcial y malintencionada mediación de Arias: en este tiempo se han desarrollado en el país centroamericano admirables muestras de resistencia popular en repudio al gobierno de facto encabezado por Roberto Micheletti; pero también se han recrudecido las acciones de represión emprendidas por este último en contra de la población civil, se han cometido graves atropellos a las garantías individuales, se han multiplicado las muertes, las persecuciones políticas y las desapariciones forzadas, y se ha instaurado un virtual estado de sitio que afecta a millones de hondureños. Todo lo anterior lleva a concluir que, con su intervención, Arias no hizo más que dar tiempo a los golpistas para que consoliden su aventura y profundicen la destrucción de la institucionalidad y el estado de derecho en aquella nación, y que traicionó, de esa forma, los principios democráticos universales.
Ante estas consideraciones, es claro que no basta con expresar respaldo al plan del presidente costarricense, como lo hizo ayer Calderón, y que antes bien esta iniciativa debe ser reformulada para despojarla de sus ambigüedades e inconsecuencias (como la concesión de impunidad a los golpistas y su inclusión en un gobierno de unidad nacional), y debe actualizarse para tomar en cuenta la importancia creciente de la resistencia popular hondureña ante la asonada oligárquico-militar que se inició hace más de un mes.
Una acción en este sentido tendría que involucrar, necesariamente, al Senado –que hoy visitará Zelaya–, en tanto que institución supervisora de la política exterior nacional, y requiere de un ejercicio de voluntad política del Ejecutivo para reinstaurar los lineamientos que dieron pie, en el pasado, a iniciativas tan exitosas como la Declaración Franco-Mexicana sobre El Salvador (1981) y la constitución del Grupo Contadora (1983), a raíz de las cuales nuestro país obtuvo prestigio como estabilizador regional y defensor de los procesos democráticos latinoamericanos.
La diplomacia debe emprender acciones firmes, claras y coherentes ante el conflicto hondureño. En el momento actual, las autoridades mexicanas tienen la posibilidad de reorientarla y de recuperarla de indefiniciones, inconsecuencias y ejercicios de simulación como el practicado recientemente por Arias: debe comprenderse que tales acciones son, al fin de cuentas, ejercicios suicidas de los poderes institucionales legalmente constituidos, por cuanto contribuyen a sentar un precedente peligroso para las democracias –así sean formales, insuficientes, incipientes e insatisfactorias– en América Latina.
La cuestión es bastante clara: los golpistas, apoyados por debajo del agua por la derecha en todas partes, quieren darle la vuelta a la posición de Zelaya de abrir la participación del pueblo a las decisiones del Estado como lo está haciendo el eje de izquierda formado principalmente por Venezuela, Ecuador y Bolivia, y quitarse la bota yanqui de encima. Oscar Arias instruido por Estados Unidos está en una mediación que lo que intenta es que pase el tiempo y vengan las elecciones para poner a un títere a modo de los intereses neoliberales y por tanto de Estados Unidos. Fecal como otro de los títeres del imperio invitó a Zelaya para que se entretenga viajando por el mundo mientras los gorilas no lo dejan entrar a su país y así coadyuvar a este plan de dilación. Aquí hay dos bandos (como decía García Lorca en Bodas de Sangre) la derecha queriendo frenar la ola progresista de América Latina en donde están México, Costa Rica, Panamá, Colombia y Perú, lacayos del imperio, y la izquierda formada por los demás países latinoamericanos en distintos grados de avance progresista.
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