02 noviembre 2009
“El viento no tiene cadenas”.
Jacobo Silva, poema escrito en prisión.
I
El fenómeno de la opresión es histórico, consustancial incluso al desarrollo social mismo; éste no se explicaría sin aquél en tanto la libertad tiene por telón de fondo, precisamente, lo que oprime.
Opresión tiene por antípodas a la libertad. Ambas registran, en su composición filosófica, un elemento intangible presente --propio de la humanidad-- en el decurso del desarrollo social: la esperanza.
Pero la esperanza es inasible si no se nutre de discernimientos y verismos insoslayables, objetivamente discernidos. Sin ello, la esperanza se asocia a desenlaces de índole providencial. Empero, la esperanza trasciende a veces el ámbito pasivo y accede a estadios de activismo. El hombre, como ser social histórico, no es juguete de fuerzas sobrenaturales, si no de sí mismo.
Un caso arquetípico de opresión es la de género; otro, la étnica; uno más es el que ejerce el poder político de un Estado sobre su elemento constitutivo más importante, el pueblo. En casos como el descrito en el párrafo anterior, el poder político se erige, como se observa didácticamente en el caso de México, en el agente u operador de un poder opresor, oligárquico, el del dinero.
La opresión es poseedora, a no dudarlo, de un vasto acervo de definiciones, conceptos, nociones que van desde lo filosófico y, ergo, lo ideológico y lo político hasta lo semántico y lo cultural.
Wright Mills define a la opresión como un fenómeno cultural. El que no se siente socialmente opreso, seguramente no lo está, aunque su contexto sea uno de opresión económica o política. En ese sentido, Antonio Gramsci afirmaba –mucho antes que Mills-- que la opresión es registrada según el grado mayor o menor de despolitización de una sociedad.
Bertrand Russell, por ejemplo, solía decir –y escribir-- que es más fácil discernir la opresión desde afuera del contexto opresivo que dentro de ésta. Los oprimidos no tienen conciencia de su condición.
No pocos –como John F. Kennedy y Richard M. Nixon-- entendían la opresión como ausencia de libertad para decidir qué escoger fuere lo que se decidiere escoger y hacer lo que quisiere un individuo.
II
Pero la filosofía, la historia, la sociología y la antropología e incluso la economía nos ofrecen otras definiciones más exactas. La historia, v. gr., aporta definiciones pedagógicas. Varios caros leyentes solicitan que enumerense los que a nuestro ver son indicios de que vivimos bajo opresión. La solicitud, no siempre hecha con cortesía, sino soezmente. es respondida con
algunos ejemplos:
1) A diferencia de otros países –como Estados Unidos, que no pocos admiran aunque allí hay tantos pobres como en México--, aquí consumimos los combustibles (gas, gasolina, diesel), electricidad y servicio telefónico más caros del mundo.
2) Somos, por añadidura, el país campeón mundial en violaciones de derechos humanos, en tortura, en más muertos y asesinatos –“ejecuciones”-- por día que en Irak y Afganistán.
3) Y por si ello fuere poco, somos también campeones mundiales en feminicidios, cuyo equivalente jurídico, moral y ético es el genocidio. En una urbe como Ciudad Juárez, asesinar y desaparecer mujeres parece ser el emblema citadino. Con impunidad.
4) También somos campeones en el planeta en los rubros de (a) desaparecer a personas –tan sólo en éste sexenio ya han desaparecido unos 700 activistas sociales y políticos-- y, por tanto, (b) somos el país monarca en el número de presos políticos.
III
Y más:
5) Somos, igualmente, reinantes en corrupción, aunque reconozcamos que otros países comparten palmas, guirnaldas y honores pues estamos en los primeros lugares. Orgullosamente. La corrupción es nuestra divisa incluso histórica. El curalotodo.
6) Otro título del cual también nos sentimos orgullosos es el de nuestro aguante. Tenemos casi 500 años de resistir: primero a los aztecas, luego a los españoles, después a los criollos, más tarde a los criollos --otra vez-- y hoy a vendepatrias vía el neoliberalismo salvaje y brutal. Somos los más machos del orbe.
7) Esos campeonatos nos distinguen, pero no son tan meritorios como el del título máximo: simulamos modestia. Pero ello no es sacrificio; lo opuesto: simulamos que simulamos y simulamos que vivimos en una democracia y que somos libres. Simulamos que no vivimos bajo
opresión.
Simular es opresión. Simulamos incluso que somos mexicanos. El país ya dejó de ser nuestro desde hace mucho tiempo. Éste aserto --de que México ya no es nuestro aunque vivamos en su
territorio-- no es metáfora. Somos ciudadanos del Estado mexicano, sí, pero también somos los creadores de una riqueza que se nos expropia. Vivimos en éste país para producir riqueza para otros. Eso es opresión.
Y opresión es también aquella que, además de la apropiación ajena de la riqueza que creamos con nuestros esfuerzos laborales insuficientemente pagados en todos sentidos y sin derechos, la de
pagar tributo por los bienes que compramos para existir.
La opresión tiene muchos rostros, desde el de falsa sonrisa hasta el de siniestro rictus. La desigualdad es opresión; también lo es la injusticia y su prole: la pobreza, la inseguridad y la miseria.
Esa opresión, de por sí moralmente perversa, es paralela a otra: la despolitización de la sociedad, a cuya profundización contribuye el poder político del Estado. Despolitizados, los mexicanos no sabemos que vivimos oprimidos ni mucho menos cómo liberarnos. Ese es el rostro más espeluznante de la opresión.
ffponte@gmail.com
Glosario:
Despolitizar.- Ser y estar desinteresado en la política, entendida ésta como quehacer del Estado.
Lecturas recomendadas:
Marx y la biblia: crítica a la filosofía de la opresión, de José Porfirio Miranda. Universia.
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