11 febrero 2010
“Pienso que vienen días negros en todos sentidos”.
Luis Echeverría, Ex Presidente de México.
I
En un breve sondeo, realizado al azar como ejercicio improvisado, entre peatones jóvenes en las aceras del Centro Histórico del Distrito Federal, unos preparatorianos inquirían verbalmente: “¿Sabe usted quién es Luis Echeverría Alvarez?”.
De los 45 transeúntes inquiridos –de entre 18 y 27 años de edad--, ninguno, sí, ¡ninguno!, acertó. Uno de los respondentes identificó al personaje como un cantante “grupero” y otro como un toreador español; alguien dijo que era un beisbolista cubano.
Nadie se a cuerda, al parecer, del señor Echeverría. Cuando a los inquiridos se les recordó que había sido Presidente de México, algunos situaron su gobierno en el siglo XIX. Casi todos sabían, en cambio, de José López Portillo y, por obvio, Carlos Salinas.
Pero si don Luis no subyace en la psique individual de los mexicanos jóvenes, en particular los menos escolarizados y de aletargada conciencia política, sí persiste cual monstruo en los meandros de la psique colectiva, la de la experiencia histórica.
El presidencialado del señor Echeverría comprendió de diciembre de 1970 a noviembre de 1976, distinguiéndose mal y bien por una actuación variopinta y muy controvertida desde su asunción misma a la Presidencia de la República.
II
Como profesional de la política, don Luis ofreció imágenes de sí mismo y de sus actuaciones públicas preñadas de claroscuros. No en vano transitó por la red de cloacas y albañales hediondos e infecciosos del hoy añorado sistema político mexicano.
Ese sistema fue celebrado en su tiempo aquí y acullá y doquiera en Nuestra Américas por haber hecho de la simulación revolucionaria y democrática y la hipocresía un siniestro arte filigranero de tramoyas que alteraban la percepción de la realidad vera.
Esa realidad era de corrupción, represión a disidencias o incluso discrepancias organizadas e impunidades de los personeros de toda jerarquía del poder político del Estado, “emanado” –decíase-- de un partido político que se ostenaba revolucionario.
Y siendo, como era, el echeverríato un régimen “emanado” de un partido revolucionario, tenía que vestir el atuendo apropiado: asiló a los revolucionarios de Nuestra América e incluso de África, pero a los de aquí literalmente los desapareció.
El señor Echeverría ejerció la jefatura del poder político del Estado mexicano con fidelidad a su vocación inicua: el jueves de Corpus de 1971 ordenó la represión extrema --la final— contra estudiantes, y desató a seguidas una “guerra sucia” contra disidentes.
III
Estímase que unos 600 ó 700 jóvenes fueron desaparecidos (previa tortura) por órdenes del señor Echeverría, por el “delito” de discrepar organizadamente del orden establecido de simulación, corruptelas y represiones por el sistema político mexicano.
Las causas y los efectos de la corrupción y las iras represivas de esos personeros del echeverríato eran propias de los patentarios de corso: impunes. Don Luis no ha rendido cuentas de los cruentos saldos de las degollinas de 1968 y 1971 ni de la “guerra sucia”.
Ese es el señor Echeverría, quien, priísta y por ende revolucionario de pátina chafa y chapucera, adquirió triste celebridad de genocida patético –aunque los mercaderes de la justicia lo exoneraron—y emblema macabro de la simulación política.
Don Luis llegó a Palacio Nacional (que luego abandonó para aposentarse en Los Pinos porque la antañona estructura palaciega no podía soportar el peso de un helipuerto). Llegó con las manos y el alma manchadas de sangre. Intentó limpiarlas.
Estéril empeño. Las manchas sangrientas eran –son aun—indelebles, pues la Matanza de Tlatelolco lo salpicó de la hemoglobina estudiantil mártir, inerme e inocente, por su complicidad con su jefe, Díaz Ordaz, y el pretoriano de éste, Luis Gutiérrez Oropeza.
Días negros aquellos. Como los de hoy –de debacle— y los que vaticina don Luis, de trágica negritud creador. En paradoja endrina deviene que éste hacedor impune de días negros hable de otros más fuliginosos por venir. Anticipa el retorno del PRI.
ffponte@gmail.com
Luis Echeverría, Ex Presidente de México.
I
En un breve sondeo, realizado al azar como ejercicio improvisado, entre peatones jóvenes en las aceras del Centro Histórico del Distrito Federal, unos preparatorianos inquirían verbalmente: “¿Sabe usted quién es Luis Echeverría Alvarez?”.
De los 45 transeúntes inquiridos –de entre 18 y 27 años de edad--, ninguno, sí, ¡ninguno!, acertó. Uno de los respondentes identificó al personaje como un cantante “grupero” y otro como un toreador español; alguien dijo que era un beisbolista cubano.
Nadie se a cuerda, al parecer, del señor Echeverría. Cuando a los inquiridos se les recordó que había sido Presidente de México, algunos situaron su gobierno en el siglo XIX. Casi todos sabían, en cambio, de José López Portillo y, por obvio, Carlos Salinas.
Pero si don Luis no subyace en la psique individual de los mexicanos jóvenes, en particular los menos escolarizados y de aletargada conciencia política, sí persiste cual monstruo en los meandros de la psique colectiva, la de la experiencia histórica.
El presidencialado del señor Echeverría comprendió de diciembre de 1970 a noviembre de 1976, distinguiéndose mal y bien por una actuación variopinta y muy controvertida desde su asunción misma a la Presidencia de la República.
II
Como profesional de la política, don Luis ofreció imágenes de sí mismo y de sus actuaciones públicas preñadas de claroscuros. No en vano transitó por la red de cloacas y albañales hediondos e infecciosos del hoy añorado sistema político mexicano.
Ese sistema fue celebrado en su tiempo aquí y acullá y doquiera en Nuestra Américas por haber hecho de la simulación revolucionaria y democrática y la hipocresía un siniestro arte filigranero de tramoyas que alteraban la percepción de la realidad vera.
Esa realidad era de corrupción, represión a disidencias o incluso discrepancias organizadas e impunidades de los personeros de toda jerarquía del poder político del Estado, “emanado” –decíase-- de un partido político que se ostenaba revolucionario.
Y siendo, como era, el echeverríato un régimen “emanado” de un partido revolucionario, tenía que vestir el atuendo apropiado: asiló a los revolucionarios de Nuestra América e incluso de África, pero a los de aquí literalmente los desapareció.
El señor Echeverría ejerció la jefatura del poder político del Estado mexicano con fidelidad a su vocación inicua: el jueves de Corpus de 1971 ordenó la represión extrema --la final— contra estudiantes, y desató a seguidas una “guerra sucia” contra disidentes.
III
Estímase que unos 600 ó 700 jóvenes fueron desaparecidos (previa tortura) por órdenes del señor Echeverría, por el “delito” de discrepar organizadamente del orden establecido de simulación, corruptelas y represiones por el sistema político mexicano.
Las causas y los efectos de la corrupción y las iras represivas de esos personeros del echeverríato eran propias de los patentarios de corso: impunes. Don Luis no ha rendido cuentas de los cruentos saldos de las degollinas de 1968 y 1971 ni de la “guerra sucia”.
Ese es el señor Echeverría, quien, priísta y por ende revolucionario de pátina chafa y chapucera, adquirió triste celebridad de genocida patético –aunque los mercaderes de la justicia lo exoneraron—y emblema macabro de la simulación política.
Don Luis llegó a Palacio Nacional (que luego abandonó para aposentarse en Los Pinos porque la antañona estructura palaciega no podía soportar el peso de un helipuerto). Llegó con las manos y el alma manchadas de sangre. Intentó limpiarlas.
Estéril empeño. Las manchas sangrientas eran –son aun—indelebles, pues la Matanza de Tlatelolco lo salpicó de la hemoglobina estudiantil mártir, inerme e inocente, por su complicidad con su jefe, Díaz Ordaz, y el pretoriano de éste, Luis Gutiérrez Oropeza.
Días negros aquellos. Como los de hoy –de debacle— y los que vaticina don Luis, de trágica negritud creador. En paradoja endrina deviene que éste hacedor impune de días negros hable de otros más fuliginosos por venir. Anticipa el retorno del PRI.
ffponte@gmail.com
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