Julio Pimentel Ramírez
Mientras dos terceras partes de la República se encuentran bajo el agua y sus efectos negativos se dejan de sentir, como siempre en las sociedades empobrecidas y desiguales, sobre los sectores sociales desprotegidos aunque afecten a la sociedad en su conjunto, es momento de reflexionar sobre los vínculos entre los fenómenos naturales, las tragedias sociales que producen y el sistema capitalista que pone en el centro la obtención de ganancia al costo que sea, aun si eso significa deteriorar hasta los umbrales de la destrucción el hábitat del ser humano, es decir el planeta mismo.
Aquí cabe subrayar y reiterar que el cambio climático, que en los últimos tiempos es motivo de múltiples estudios científicos y reuniones internacionales en las que las naciones poderosos hablan mucho y actúan poco, tiene sus razones profundas en el móvil capitalista de crecimiento económico que consume elevadas cantidades de energía y recursos naturales sin importar los desequilibrios ecológicos que eso ocasiona.
No olvidemos que la forma de producción capitalista lleva consigo relaciones de consumo irracionales (se busca no solamente satisfacer necesidades sociales y alcanzar niveles de vida de calidad sino que se promueve el consumismo de mercancías y bienes superfluos, todo con el objetivo de obtener elevadas utilidades) y distribución desequilibrada, donde unos cuantos lo concentran casi todo, algunos más viven en niveles medios, cientos de millones de personas padecen pobreza y muchos más se encuentran en la miseria, excluidos del desarrollo.
Sobre la base de este sistema, que ahora despierta críticas de sectores ecologistas no solamente de los sectores claramente anticapitalistas, se presentan factores de otra índole, entre ellos la corrupción, la mezquindad, la ineficiencia de los gobernantes de países, como es el caso de México, que ante fenómenos naturales muestran su escasa calidad humana.
Así vemos que las lluvias atípicas de los primeros días de febrero (meteorólogos hablan de diversas causas para esta inusuales precipitaciones pluviales: el calentamiento global, el “Niño” que es el calentamiento de las aguas del Pacífico que producen enormes cantidades de humedad, entre otras), desbordaron ríos y canales de aguas negras e inundaron y anegaron ciudades, desgajaron cerros y sepultaron viviendas, causaron apagones y, por supuesto, cuantiosos daños materiales.
A manera de ejemplo veamos de manera somera algunas de las situaciones presentes en estos casos. En algunos municipios de Michoacán: Angangueo, Zitácuaro, Tuzantla, Tuxpan y Morelia, principalmente, las continuas e intensas lluvias desbordaron ríos que inundaron comunidades y dañaron cultivos y provocaron aludes de tierra y piedra que sepultaron humildes viviendas y mataron al menos a 18 personas. También en el Estado de México en una situación similar fallecieron ocho hombres y dos mujeres.
Michoacán es una de las entidades que ha padecido un enorme saqueo forestal, cada año miles de hectáreas se quedan sin árboles y animales que viven en ese hábitat, gracias a la ineficacia, corrupción y complicidad de autoridades federales y estatales con los talamontes, que en los últimos años actúan a la manera de las bandas del crimen organizado.
No hace falta ser especialista para saber que la deforestación se traduce en un proceso de erosión y que en los casos de intensas lluvias el agua vertida no es absorbida y contenida de forma natural por la vegetación sino que sigue su incontenible camino arrasando con lo que se le pone enfrente, viviendas incluidas.
Los programas de reforestación de la SEMARNAT y del gobierno estatal han sido un fracaso, lo que aunado a la inoperancia de la Procuraduría Federal de Protección al Ambiente (PROFEPA), de la vigilancia forestal de las autoridades michoacanas y de la intervención del Ejército mexicano en esos menesteres, han dejado cerros “pelones” lo que se traduce en cambios en los regímenes de lluvia, con los riesgos ya padecidos en estos días.
Esto sin contar la pérdida de riqueza natural y económica: los grandes talamontes, traficantes de madera y los conspicuos empresarios se quedan con las ganancias y a los campesinos les dejan pobreza y la tierra yerma, lo que los obliga a la migración.
En la zona metropolitana de la Ciudad de México, que incluye la capital del país y varios municipios mexiquenses en la que viven más de 20 millones de personas, el pequeño diluvio de febrero además de inundar cientos de casas con aguas negras y con ello damnificar a miles de personas, desnudó la mezquindad, corrupción y criminales omisiones de las autoridades federales calderonistas, sin que esta aseveración implique descargar responsabilidad de las administraciones del DF y del Estado de México.
Calderón declara que ahora se padecen inundaciones debido a las obras que las autoridades capitalinas dejaron de hacer en el pasado, pero oculta decir que en el 2009 la Comisión Nacional del Agua dejó de emplear casi 7 mil millones de pesos de su presupuesto para infraestructura hidráulica en la Ciudad de México, cuando en la Cámara de Diputados se aprobaron poco más de 8 mil millones de pesos.
En ese mismo sentido es de destacar la denuncia del Sindicato Mexicano de Electricistas, en el sentido de que una de las causas de las actuales inundaciones se debió a la impericia de los trabajadores de la Comisión Federal de Electricidad que no saben operar adecuadamente las compuertas del gran canal de desagüe.
Pero eso no es todo, el SME ofrece la mano de obra calificada de los miles de trabajadores que Calderón echó a la calle al extinguir Luz y Fuerza del Centro, para hacer frente a esta emergencia que tantos daños causan a la población y a la economía del Valle de México. Sin importarle el sufrimiento de las personas, de inmediato la Secretaría de Gobernación rechazó la propuesta de los electricistas.
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