José Agustín Ortiz Pinchetti
Como era de esperarse, el proyecto de reforma política de Calderón fue rechazado con bastante aspereza en el Senado. Es que su fin práctico es distraer a la opinión pública de los grandes problemas del país. El debate consumirá un tiempo precioso e irrecuperable. Como ha dicho Ignacio Marván, tras una larga historia de fraudes y conflictos electorales, en 1996 las principales fuerzas políticas llegaron a un pacto que después se convirtió en una importante reforma legal. Se abrió el paso para comicios democráticos con autoridades electorales imparciales, instrumentos para investigar y castigar los delitos electorales y reglas para equilibrar la competencia. Este pacto funcionó bien durante las elecciones de 1997, 2000 y 2003. Fue roto por Vicente Fox y sus aliados, que cometieron todos los abusos posibles para impedir que un candidato popular llegara al poder e iniciara una política económica rectificadora. Se demostró que nuestra democracia tenía un límite: los intereses de una estrecha oligarquía dispuesta a cualquier cosa con tal de conservar sus privilegios.
Después del fraude electoral de 2006 y a pesar de una reforma que trató de componer las cosas, es evidente que la estructura legal y el aparato que administra las elecciones no pueden ser el marco para un proceso electoral altamente competido como el que tendremos que afrontar en 2012. El cálculo que habían hecho el PAN y el PRI y otros personajes y fuerzas políticas de que AMLO desaparecería del horizonte político ha sido erróneo. El ex jefe de Gobierno no sólo ha logrado resistir, sino ha ganado varias batallas, como impedir la privatización del petróleo y desnudar ante la opinión pública el hecho brutal de que los grandes monopolios prácticamente no pagan impuestos. Además AMLO encabeza un gran movimiento que se ha extendido y articulado en todo el país, aunque la televisión intente ocultarlo. Su propuesta de cambio va a atraer a gran parte de la ciudadanía. Se integrará un polo para desafiar a los partidos conservadores y a la elite que los controla. Podrá impulsar la candidatura de AMLO o de algún personaje dentro de esa corriente que esté mejor posicionado.
No hay duda de que si llegamos a los próximos comicios presidenciales sin un nuevo pacto, suscrito por todas las fuerzas políticas, que garantice que no continuarán el fraude ni los conflictos poselectorales, el país podría situarse en el filo de un desastre mayor. Un pacto de esta naturaleza dejaría atrás los daños que causó la traición de Fox a la democracia y nos permitiría retomar el camino hacia la transformación política por la vía pacífica.
jaorpin@yahoo.com.mx
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