Indice Político
Francisco Rodríguez
NO VOY A defender al locutor chiapaneco metido a diputado federal que desde hace una semana ha atraído los reflectores por sus comentarios –él dice que en broma— racistas.
Sí, en cambio, voy a abordar nuestra excelsa hipocresía.
Los medios de comunicación se han cebado sobre el tipo ese en una maniobra llena de disimulo.
Y es que, pese a nuestros avances tecnológicos, no obstante la capilaridad social que hasta hace unos años permitía el ascenso en la pirámide de ingresos, la mayor –aunque no mejor— educación, en muy buena medida todos somos racistas.
El prejuicio racial afecta a todos, en efecto. Lamentablemente, todos prejuzgamos en base a características superficiales. La raza –que históricamente es definida como una población con características biológicas distinguibles—, por ejemplo.
Pero igual, cual señala la ONU en uno de sus tantos documentos que buscan alcanzar un ideal, todas aquellas acciones, conductas, actitudes que tengan por objeto la discriminación, distinción, exclusión o restricción por cuestión de raza o procedencia, para que una persona se desarrolle en condiciones de igualdad de derechos, son actos de racismo y xenofobia.
Sucede que nos formaremos opiniones, a menudo basadas en estereotipos: “Toda la gente de tal y tal raza son…” Podemos llenar los espacios en blanco con expectativas de que ciertas razas son intelectualmente superiores, otras están llenas de avaricia, otra es más artística o atlética, y otra cuenta con miembros más propensos a ser deshonestos, etc. Estas ideas han sido formadas por la sociedad, medios de comunicación, y nuestra propia crianza en el hogar.
Pero también por los políticos.
Un acto de discriminación –y que va en contra de los postulados de Naciones Unidas— ha sido apenas emprendido por la fallida Administración de Felipe Calderón: interponer un juicio de inconstitucionalidad ante la Corte por la ley que en el DF otorga a los homosexuales los mismos derechos de que gozan los heterosexuales.
Los mexicanos somos ladinos. Estamos envenenados por el prejuicio. Más que la mayoría de los pueblos que, hoy por hoy, alientan sobre la faz del planeta. Lo digo como lo veo. Lo digo como lo siento. Lo digo como lo constato día tras día. Bajo el discurso de nuestros valores éticos y cívicos, se fermenta un mundo de aborrecimientos, de fobias, de discriminaciones, de aberraciones sociales sórdidas y mal disimuladas.
Somos profundamente racistas. Lo hemos sido siempre. Afro-fóbicos sobre todo, pero también veladamente antisemitas y hostiles a toda etnia que percibamos como ajena (ignorando con ello el inevitable mestizaje de nuestras propias raíces). Los miramos con desconfianza, luego los segregamos y finalmente los utilizamos. La negritud sigue siendo objeto de sanciones sociales, si no explícitas, sí tácitas.
Somos misóginos. Digamos lo que digamos, nuestra actitud hacia la mujer tiene dos caras, que en el fondo son la misma: la depredación sexual, o bien, el desprecio manifiesto. Nuestro deseo por ellas no es homenaje a la feminidad, es agresión. Desde el podrido machismo de nuestra cultura, consideramos a la mujer como un ser infradesarrollado, primitivo, estúpido. Para el misógino, la mujer será siempre Dalila, Gorgona, Bruja, Medusa.
Somos homofóbicos. Como pequeño ejercicio lingüístico, me propuse hace algunos días levantar un inventario de todos los términos derogatorios que se utilizan para aludir a la homosexualidad, femenina tanto como masculina. Encontré veintiocho sustantivos con sus respectivos epítetos derivados, tomados predominantemente –aunque no exclusivamente— de los imaginarios animal y vegetal. Somos crueles con el homosexual.
Somos xenofóbicos. Nos asusta lo que “viene de afuera”, lo ajeno, lo que no se nos parece. La tal “hospitalidad” del mexicano es una más de esas cualidades de tarjeta postal que nos hemos inventado como fachada “de exportación”. Al extranjero o le tememos (siempre la reticencia del provinciano que no puede ver más allá de su tibio vallecito), o bien, lo explotamos descaradamente. Somos arrastrados con “los de arriba”, y despectivos con “los de abajo”.
Somos sexistas. Que no es lo mismo que “misóginos”. Aquí, el odio y la discriminación se ejercen en ambas direcciones. Por un lado, el apetito-desprecio del hombre hacia la mujer, pero de un tiempo acá también la belicosa actitud de ciertas “brigadas de choque” del feminismo malentendido, que andan cortando pipís a diestra y siniestra.
Nos cebamos en el diputado que fue del PRD y del Verde, para hipócritamente ocultar nuestros propios miedos, resentimientos…
Todo eso que nos hace despreciar al indio sólo por ser indio. O aprovecharnos del indio –ojo Xóchitl Gálvez—, para conseguir prebendas personales.
Discriminamos al pobre, porque es pobre. O al rico porque es rico.
Lo ocultamos y, por tal, cuando se ventila un acto discriminatorio de otro, lo linchamos, cual ha sucedido –en los medios, en las sobremesas— con el tipo ese apodado “Chunko”.
Dicen por ahí que, a final de cuentas, en nuestro país las clases acomodadas son las menos racistas: siempre tienen indios cerca… a su servicio.
Índice Flamígero: El tabasqueño Juan José Rodríguez Pratts suena como prospecto para ir a dirigir al ISSSTE, ahora que su actual titular Miguel Ángel Yunes sea postulado por Felipe Calderón –no por el PAN— como candidato a la gubernatura veracruzana. Anótelo en su agenda. + + + En Hidalgo funciona la payola. Todo indica que la administración que encabeza Miguel Ángel Osorio Chong paga a las radiodifusoras para que programen canciones y canciones “interpretadas” por Francisco Xavier (Berganza), quien contenderá en breve para encabezar la alianza antiPRI por la gubernatura estatal. Se trata de mantenerlo en el imaginario social.
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