El manejo mediático de la información es un arma de destrucción masiva, peor que esas bombas que, de manera selectiva, destruyen las edificaciones pero dejan con vida a los habitantes. En el caso de las mediáticas los efectos son aún más selectivos: no destruyen edificaciones, ni quitan la vida de las personas, sólo destruyen su espíritu. ¡Con eso tienen bastante!
Me quiero referir a uno de los métodos más frecuentes de tal bombardeo: el tratamiento diferenciado de las protestas sociales en distintas condiciones nacionales. Por ejemplo: un cubano disidente se declara en huelga de hambre exigiendo la liberación de los reos de crímenes contra la Revolución y llega hasta la inmolación. En paralelo un grupo de mujeres, esposas de los referidos reos, se manifiesta en la calle con la misma demanda y un nuevo sujeto monta su huelga de hambre. La prensa arma el gran escándalo internacional condenando al régimen cubano por su desprecio a los derechos humanos. En Washington, Madrid y París los presidentes arremeten contra el gobierno cubano y lo conminan a resolver las demandas de los manifestantes, bajo amenaza de apretar aún más el cerco contra la isla. Ninguno de ellos ha dicho una sola palabra respecto de los cinco cubanos presos en los Estados Unidos, procesados en juicios amañados en la ya demasiado famosa Miami, por jueces dependientes de la mafia cubano americana en abierta violación a esos derechos humanos que se ufanan en “defender”.
En contraste, en el México del espurio (ese del que se exige que se hable bien) la criminalización de la protesta social ha colocado tras las rejas a los dirigentes de la defensa de la tierra de Atenco, con penas de más de cien años de prisión. Se hacen marchas, se formulan reclamos multitudinarios, se acude a la solidaridad internacional, pero la prensa comercial calla. Ni siquiera una línea ágata hace alusión al perverso atropello de la democracia y de los derechos humanos. En el mismo tenor, el régimen del fraude, en atropello a lo dispuesto por la Constitución y las leyes, decide unilateralmente extinguir la empresa pública prestadora del servicio de energía eléctrica de la zona centro del país, dejando sin empleo a más de 40 mil trabajadores. La prensa le pone todos los reflectores al discurso oficial, calificándolo de valiente, y hace el vacío a las protestas y los argumentos de los trabajadores ofendidos; incluso, se hace eco de las mentiras y bravuconadas del secretario del trabajo, al que el tema de los derechos humanos le sirve de higiénico papiro.
Si las protestas populares sirven para desestabilizar regímenes no sometidos al empeño imperial, se les coloca el lente de aumento y se habla de manifestaciones masivas enormes. Si, por el contrario, se trata de movimientos de emancipación o de protesta contra un régimen alineado con los Estados Unidos, se les ignora y, si acaso, se les califica como movimientos aislados promovidos por el “terrorismo internacional”. Son ejemplares de las primeras las movilizaciones postelectorales en Irán, contra el resultado electoral que reeligió a Amadinejad; o las de los estudiantes clasemedieros de Venezuela que protestan por la negativa a la prórroga de la concesión de un canal de TV privado, contrario al gobierno de Hugo Chávez.
Los ejemplos de las segundas son más que abundantes, sea de los pacifistas que se oponen a las guerras de Irak y Afganistán, o los ecologistas que protestan por la depredación del medio ambiente o quienes protestan por un fraude electoral cometido por un régimen afín al imperio.
La protesta popular de cualquier signo, por su propia naturaleza, afecta al orden y la normalidad imperante. Si se hace una marcha callejera de protesta es para presionar a la autoridad para forzar una respuesta, se trastoca el flujo vehicular y, en esa medida, lesiona intereses particulares. Ante ello se dan dos alternativas para el coraje de los particulares afectados, según se manipule por la prensa comercial, conforme a los intereses que protege: si los manifestantes son pirruris y pitiyanquis, vestidos con ropa de marca y de cara blanca y bonita, el culpable es el régimen que debe atender a lo demandado; por el contrario, si se trata de población morena, de rasgos autóctonos y mal vestida, la prensa reclama la permisividad y el particular arremete contra los manifestantes, a quienes no baja de calificar como “pinches huevones”.
La acción de AMLO que mayor rechazo ha merecido, fue la del plantón que paralizó a la Ciudad de México después del fraude electoral del 2006. Entonces la única demanda era la del recuento de los votos (voto por voto y casilla por casilla) dado el muy estrecho margen del resultado ganador (0.56% de los votos); ni siquiera se pedía la anulación del proceso. La manipulación derivó en el malestar ciudadano en contra de quienes protestábamos, cuando la solución era simple y de sentido común: contar nuevamente los votos. El entramado social quedó severamente envenenado.
Ni modo Sancho: con los intereses de la prensa comercial hemos topado.
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