viernes, mayo 07, 2010

Columna Asimetrías. Migración




07 mayo 2010
“Todo mundo critica la Ley Arizona, porque criticar es fácil; resolver el problema es lo difícil y eso nadie en México ni en Estados Unidos lo quiere hacer”.

Maura González.

I

Tiene razón doña Maura, quien se identifica como académica estadunidense de ascendencia mexicana especializada, precisamente, en los asuntos de la emigración de ciudadanos de México a USAmérica y los inmigrados en dicho país.

En México, la reacción a la promulgación de la citada ley SB1070 –o Ley Arizona—ha perdido de vista las causales de ese ordenamiento legal en territorio arizoniano y por la cual se penaliza, en lo formal, a los extranjeros sin visas de visitantes o de trabajo.

Esa ley ha sido comprendida en México sin incorporar en dicho registro el contexto tanto histórico como actual, confundiéndose incluso el efecto –la ley misma— con sus causales, las que ninguno de los críticos alude o menciona.

Entre esos críticos se incluye al propio Presidente de Facto, Felipe Calderón, quien como es sabido se ha desempeñado en el servicio público como agente de los intereses estratégicos de corporaciones trasnacionales de USAmérica, España y Canadá.

El señor Calderón –a quien no pocos millones de sus conciudadanos consideran un mandatario espurio— sugirió a los mexicanos a abstenerse de visitar Arizona. No vayan, urgió, a donde los tratan mal. E. g., nos emigremos en pos de empleo.

Esa sugerencia, sin embargo, es típica. Incluso hasta los académicos mexicanos –con notorias excepciones— han denunciado la susodicha ley y propuesto como solución, al igual que don Felipe, buscar apoyos al rechazo de los mexicanos a tal legislación.

II

Hágase la pertinente salvedad de que, por supuesto, esa es una ley xenófoba –y francamente racista-- y tiene móviles que van desde un subyacente desprecio por los mexicanos y su cultura hasta el oportunismo político y la demagogia electorera.

Añádase que esa ley es una expresión que analizada desde cualesquier prismas filosóficos, ideológicos, políticos, morales y éticos expresa una proclividad del poder político no sólo de Arizona sino también de USAmérica por el nazi-fascismo.

Es de esperarse, quizá en vano, que al visitar el señor Calderón a su homólogo USAmericano, Barack Obama, a mediados del mes que corre, proponga en el Congreso de ese país fórmulas viables, definitivas, para atender las causas del problema.

Y las causas de la emigración y, por tanto, la inmigración mexicana en USAmérica es la naturaleza antisocial –antipueblo— de la forma de organización económica y política prevaleciente en México. Allí se localiza el meollo mismo de éste asunto.
Dígase de otro jaez, caro leyente, que la causa de la emigración al norte y la presencia de millones de connacionales inmigrados en el país vecino es la inviabilidad del modelo económico “mexicano” y el sistema político que impide modificar o renovar a aquél.

El modelo económico no es uno cincelado por la propia experiencia histórica de los mexicanos, sino impuesto sin consultarle al pueblo de México desde 1982 –al iniciarse el sexenio de Miguel de la Madrid— y reforzado en el gobierno de Carlos Salinas.

III

Ese reforzamiento ocurrió al adoptar el Estado mexicano el Tratado de Libre Comercio de la América del Norte, típico enser de dominación mediante el cual se cedió la planta productiva de México a intereses de las trasnacionales estadunidenses.

Y no sólo eso. Mediante el llamado Consenso de Washington se impuso, por fiat del señor Salinas, un plan de cesión de las potestades rectoras del Estado mexicano en materia incluso de planificación económica a esas trasnacionales estadunidenses.


Ello ha beneficiado a tales trasnacionales del país vecino, así como a las de España, Canadá y otros Estados asiáticos y europeos, pero ha alterado de manera tan monstruosa las relaciones de producción y las fuerzas productivas. El Estado mexicano se castró a sí mismo. Y continúa castrado, como apéndice de hecho del Estado estadunidense.

Y al ocurrir eso, una consecuencia ha sido el desempleo, la anarquía y el caos, la inseguridad, una guerra fraticida –con casi 25 mil mexicanos muertos--, la incertidumbre y la desesperanza y, su secuencia previsible, la emigración a USAmérica.

Dada esa realidad, lo que emerge es una nítida percepción: los señores De la Madrid y Salinas actuaron como agentes de intereses de consorcios trasnacionales gringos Don Carlos, sábese, hasta cobraba subrogadamente comisión a inversionistas extranjeros.

Los consorcios trasnacionales influyen de tal guisa en el poder político del Estado USAmericano que éste impone sus políticas a otros Estados como el mexicano, sin consideración estratégica alguna por sus consecuencias, como desempleo y migración.

¿Y cómo impone el Estado estadunidense al Estado mexicano esas políticas protectoras de los intereses que representa? Haciendo que los mandatarios de México se plieguen, por cualesquier motivos (crematísticos o ideológicos) a sus designios.

Al plegarse a los designios de Washington, los mandatarios mexicanos se convierten en cómplices aviesos, si no es que agentes y operadores de los intereses USAmericanos, los cuales defienden. Ello se vió con Ernesto Zedillo, Vicente Fox y, hoy, con don Felipe.

ffponte@gmail.com

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