jueves, mayo 13, 2010

Columna Asimetrías ¿Nuevo Político? Nuevo Ciudadano





13 mayo 2010
“México necesita otro tipo de políticos; no a prepotentes y mamones”.
Xóchitl Gálvez.

I
La afirmación de doña Xóchitl consignada en el epígrafe de la entrega de hoy antójase certera. Pero si se contextualiza, esa afirmación es, en realidad, una metonimia que roza con la elipsis. Nuestro personaje simplifica lo complejo, más deja cojo a éste.

Lo dicho por ésta inquieta mujer quedó consignado en el diario El Financiero (11/V/2010) que publicó una entrevista que le hizo la joven colega Jimena Cárdenas y quien le dijo, también, que “podrán decir (de mi) lo que quieran, menos que soy ratera”.

Precísese, caro leyente, que una metonimia es un tropo que consiste en designar algo con el nombre de otro y una elipsis es la figura de construcción del lenguaje consistente en omitir en el discurso –la oración-- algunas palabras para redondear un pensamiento.

Pero es claro el mensaje de la señora Gálvez, quien es ingeniero civil por la UNAM, experta en diseño y construcción de edificios “inteligentes” y, según descríbese a sí misma, defensora de los derechos indígenas, pues ella, aclara, es una “india güera”.

En su metonimia, éste personaje extrovertido, de hablar directo y claro y con palabras que a ciertos oidos castos y pudorosos les serían malsonantes e incluso léperas, en realidad lo que habría querido decir no se refiere sólo a los políticos.

Éstos, por supuesto, confirmadamente, son prepotentes y mamones, en el sentido cabal que la vernácula mexicana le otorga y que la Academia de la Lengua castellana le designa como un adjetivo masculino y femenino que define como insulto.

II
Los políticos mexicanos son, pues, mamones: petulantes, pretenciosos, enfadosos, pueriles y caprichosos, incongruentes, veleidosos y antojadizos, además de intolerantes e intolerables –insoportables, pues-- para los ciudadanos de a pie y rasos.

Usted y éste escribidor tienen familiares, amigos y conocidos así. Son, dicho sin la intención de agraviar a nadie, individuos con una autoestima que no corresponde a la percepción general. Siendo inferiores adoptan ante los demás visajes de superioridad.

Más aun: el mamón –ya lo habría dicho Carlos Monsiváis con su proverbial perspicacia— es por definición un farsante que, con arreglo al sentido semántico que le atribuye la Academia de la Lengua, es precisamente un fantoche. Simula. Engaña.

No vayamos más lejos en éste ejercicio elemental de lógica dialéctica, leyente. Lo dicho por doña Xóchitl adquiere un verismo aforístico que accede al ámbito de lo axiomático. Es axioma, pues, que los políticos mexicanos son prepotentes y mamones.

Pero lo son –hablando en serio, sin ironías ni retruécanos como en los párrafos antecedentes-- porque así lo hemos permitido, de modo que es responsabilidad nuestra, la de los ciudadanos, la de asumir deshacernos de ellos.

Pero deshacernos de ellos no es fácil, pues no se trata de erradicarlos –eliminarlos—físicamente como grupo social históricamente parásito –chupa que chupa la sangre del pueblo--, sino expulsarlos a patadas del poder político hasta su desaparición inercial.

III
Así, que necesitamos nuevos políticos –que no sean corruptos ni prepotentes ni mamones y que se sometan a la premisa de la Sexta Declaración de la Selva Lacandona de mandar obedeciendo--, pero para lograrlo también se necesita un nuevo ciudadano.

O por mejor --sin metonimias xochitlescas— un nuevo tipo de ciudadano o, si se prefiere otra denominación, diríase que un nuevo mexicano, consciente (y sobre todo congruente) de su historia y las causas de sus problemas, y valor para eliminarlas.

Y es que, pese a su carácter elemental, no solemos discernir que para eliminar los efectos negativos que, en el, caso, nos oprimen peligrosamente, es indispensable eliminar sus causas. Muerto el perro, diría claridosamente, supondríase, doña Xóchitl.

De un nuevo tipo de ciudadano mexicano –el Hombre Nuevo-- emergerá un nuevo tipo de político. La transición del actual al deseado no será providencial y seguramente dolorosa y costosa en términos de vidas; de hecho, ya lo es en éste rubro.

Ello implica salirle al paso al reto y tomar la decisión, organizada y colectivamente, de identificar qué es lo que deseamos y, así, diseñar una estrategia viable para lograr el objetivo identificado, y tener el valor de aplicar lo diseñado.

También implica una transformación de fondo, radical, total, horizontal y vertical, nutrida por la convicción de que no existen otras opciones que proceder a transformar nuestra forma de organización económica y política. No reformar, sino cambiar.
El político descrito por doña Xóchitl no va a crear un nuevo tipo de ciudadano, pero éste, como es, sí puede crear un nuevo tipo de político. Ello exige, primero, recrearnos nosotros mismos, los ciudadanos, transformarnos. ¿Utopía? No, si empezamos ahora.

ffponte@gmail.com

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