Por María Teresa Jardí
A 39 años del ataque a los estudiantes, que pacíficamente marchaban un Jueves de Corpus, —10 de junio, también, pero de 1971—, a 39 años del ataque que otro canalla desde la Presidencia también organizara en busca de lo mismo que busca el actual fecalismo usurpador: que el país, por algún lado estallara, como parte del circo distractivamente represor para poder bajarle a la educación escolarizada, ahora es claro. Decisión tomada desde que el Movimiento Estudiantil demostrara al mundo el poder de convocatoria que tiene la juventud cuando la educación es regla de avance de un país. El mismo criminal Luis Echeverría Alvarez, que ordenara la masacre del 2 de octubre de 1968, cuando era secretario de Gobernación de quien ahora, ya públicamente se sabe que, además de asesino, con la CIA acordaba y al Imperio gringo obedecía.
Tan faltos de memoria, los mexicanos estamos condenados a repetir las mismas historias una y otra vez.
A 39 años de que con otro ataque igual de estúpidamente indignante como el que hoy contra los mineros de Cananea y contra los familiares de los mineros muertos —cuyos cadáveres no han sido rescatados merced a la avaricia de los Larrea, hoy convertidos otra vez en los amos de las minas— a 39 años de camino para atrás la crónica anuncia que vamos, a lo bestia, a vivir la misma historia.
El Imperio necesitaba, entonces, que por algún lado estallara algún conflicto en México que “justificara” la represión, para que entretenidos los pensantes en la defensa de los grupos guerrilleros, se pudiera bajar, sin que nadie protestara, la educación escolarizada al grado vergonzoso que alcanza hoy. Y a lo mismo se presta el criminal, por donde quiera que se le analice, fecalismo usurpador. Además de que Calderón necesita que el país estalle para huir con sus familiares, incluida la dueña de la guardería ABC, a otro país a gozar de lo mucho robado al pueblo mexicano. Qué mejor que el ataque a los mineros de Cananea haciéndonos retroceder cien años. Qué mejor para adentrarnos en el Estado policiaco — amén de canalla— que irreconocible hace al México que hasta el 68 avanzaba en lugar de retroceder. País convertido, 42 años después, en un país sin rumbo y sin metas. En el paraíso de los pederastas y tratantes de blancas. En un lugar donde no sólo se protege a la cabeza de un grupo narcotraficante, a la que se permite incluso que se convierta en uno de los hombres más ricos del mundo como le hace saber al mundo la revista Forbes, para vergüenza de los mexicanos. Sino que a las fuerzas “del orden” se les manda —y obedece la orden hasta el único ejército constitucional— que le limpien las plazas al criminal grupo elegido como compañero de ruta, desde Fox, del fascismo hoy usurpador. Un país de paramilitares que impunemente van cortando las cabezas, de quién sabe quién, ni nadie sabe, bien a bien, porqué. Un país donde se ha convertido en regla el permiso para asesinar. Asesinar, a manera de limpia, para otra vez al pueblo hacer estallar. Lo de los mineros una infamia. Una infamia bien calculada. Una infamia a cien años, justos, de que otra infamia hiciera estallar la Revolución. A 39 años un país convertido en un Estado policiaco como la próxima vuelta de tuerca, con la paramilitar policía nacional a la cabeza, para que los mexicanos entiendan quiénes son los que mandan: “El Chapo” y Televisa. No sé si en ese orden. Puede que a la inversa.
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