MÉXICO, D.F., 3 de agosto (apro).- Con el pretexto de rendir su “tercer informe ciudadano”, la gobernadora de Yucatán, Ivonne Ortega Pacheco organizó con presupuesto público una gran pachanga el domingo 1 de agosto, con formato de reality show en un centro de convenciones que anteriormente fueron las instalaciones de la paraestatal Cordemex, viejo elefante blanco de la época dorada del henequén, que ahora se ha convertido en un set televisivo para el “cultivo” de la gobernante que hace tres años le ganó al PAN la gubernatura.
Al evento acudieron más de cinco mil invitados, destacándose personajes de la farándula de Televisa y de TV Azteca como la conductora Galilea Montijo; la productora teatral Carmen Salinas; la recién designada dirigente de la ANDA, Silvia Pinal, tan dócil al “canal de las estrellas”; el cantautor Juan Gabriel, y el gobernador del estado de México, Enrique Peña Nieto, a quien no le bastaron sus guardaespaldas para que la jarana organizada por su colega priista lo resguardara de la prensa, así como los mandatarios vecinos de Campeche y Quintana Roo, y hasta el recién electo de Tamaulipas.
El evento constituyó una bochornosa muestra de cómo la megalomanía mezclada con la vulgaridad mediática puede transformar un evento de interés público en un circo muy costoso.
Ataviada con un traje regional muy elegante, maquillada como si se presentara en una final de concurso de belleza, la gobernadora se apoyó en varios videoclips para demostrar la “parte sensible” de su gobierno. Lloró cuando escuchó algunos testimonios de ciudadanos que recibieron la generosa ayuda del gobierno, como si fueran escenas del Teletón; bailó la jarana yucateca e invitó a una gran comilona en la exhacienda de Chichí Suárez, en un sitio muy cercano donde hace dos años aparecieron 12 personas descabezadas, suceso que hasta ahora no se ha aclarado.
En el colmo del fervor mediático, Ivonne Ortega –la misma gobernadora que recibió una rechifla cuando quiso convertirse en protagonista de una pelea de box televisada en cadena nacional-- se enredó con las fechas históricas cuando anunció airosa que el cantante Juan Gabriel actuaría el 15 de septiembre en tierras yucatecas “para conmemorar el aniversario del Grito de la Revolución” y transformó su “corte de caja” en un clarísimo acto de campaña priista. “El triunfo electoral del 2007 ha sido ampliado y refrendado en fiestas cívicas y en ejercicios sociales impecables”, sentenció en su discurso.
No hubo ningún anuncio espectacular. No se sabe cuál es el verdadero proyecto de desarrollo para una entidad con tantas carencias como Yucatán. Tampoco hubo rendición de cuentas sobre las millonarias cantidades destinadas por su gobierno a la televisión comercial (a través de telenovelas como Sortilegio; la donación de 300 millones de pesos para un CRIT del Teletón; la producción y organización de un concurso de belleza; los conciertos en Chichén Itzá, zona arqueológica convertida en una Disneylandia virtual de la gobernadora), mucho menos sobre los grandes negocios de infraestructura urbana como el que está en marcha en el municipio de Ucú, conurbado a Mérida.
Ivonne Ortega, como dijera su correligionario veracruzano Fidel Herrera, se siente en “la cúspide de su poder” porque las televisoras transmitieron en vivo su informe (aún no se sabe cuánto le costó al erario yucateco este despilfarro), porque además estuvo apadrinada por su principal respaldo político y financiero, Enrique Peña Nieto, el iniciador de estos reality shows que son abiertos actos anticipados de campaña. Se ha convertido un deporte de la chismografía yucateca saber en qué momento Ivonne Ortega se sumará abiertamente a la campaña de Peña Nieto y quién administrará la hacienda peculiar del PRI.
La pachanga del nuevo casting de gobernadores televisivos se prolongó al día siguiente en Cancún, la zona turística a tres horas y media de Mérida. En el mismo sitio se reunieron Ortega Pacheco; el mandatario de Quintana Roo, Félix González Canto y los alcaldes de Cancún e Isla Mujeres, para celebrar al empresario radiofónico Gastón Alegre López, quien alguna vez coqueteó con la idea de transformase en un gobernador perredista.
Siguió el jaripeo, la comilona, las relaciones públicas, el intercambio de halagos mutuos y la ausencia de sociedad civil en este reality show. Lo sucedido ha escandalizado hasta a la misma vieja guardia priista. Ni a la
exgobernadora priista, Dulce María Sauri, ni a la dos veces alcaldesa panista de Mérida, Ana Rosa Payán, se les hubiera ocurrido una serie de “informes ciudadanos” de tal desmesura. ¿Qué dirían las antiguas feministas yucatecas que participaron en los gobiernos de Salvador Alvarado y Felipe Carrillo Puerto al ver convertido un gobierno de género en una degeneración del arte de gobernar?
El problema es que esta nueva generación de gobernadores priistas, cercanos al entorno de Peña Nieto, confunden la popularidad con el rating, la espectacularidad con la credibilidad, la producción televisiva con el oficio de gobernar. Eso sí, saben dónde están los grandes negocios sexenales y son muy epidérmicos a las críticas en la prensa. Quizá porque los aplausos pregrabados los han convertido en personajes de un largo Truman Show.
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