MÉXICO, D.F., 29 de septiembre.- En su cuarto informe de gobierno, el presidente Calderón afirmó que “la recesión fue muy severa; sin embargo, hoy nuestra economía se está recuperando”.
Ya durante los últimos dos años, el presidente no ha perdido ocasión para afirmar que “la recesión se ha debido a nuestra estrecha relación con Estados Unidos” y que en la medida en que Estados Unidos emerja de su crisis económica, nos arrastrará a nosotros fuera de la nuestra.
Tiene razón el presidente. Nuestra dependencia del país del norte es el factor principal de nuestra economía. Al norte van el 80% de nuestras exportaciones y del norte nos llegan el 80% de nuestras importaciones.
Lo que nunca ha explicado el presidente Calderón es por qué él no ha hecho nada para remediarlo. Lo que no ha explicado es por qué le ha parecido suficiente señalar el origen de la enfermedad sin emprender la cura. Lo que ha dejado sin explicar en su cuarto informe de gobierno es por qué, siendo un mandatario del siglo XXI, un siglo definido por la globalización de las economías nacionales, sigue anunciando su pasividad en esta cuestión, como si fuera la declaración de inocencia propia de un santo contemplativo.
Y tampoco es casual que los partidos de oposición no se lo hayan reclamado. O que la prensa deje pasar el asunto. Y es que la dependencia que tiene México de Estados Unidos la vivimos como una fatalidad tan fija como nuestra ubicación geográfica.
Vaya otra evidencia de cómo la dependencia respecto al norte nos parece a los mexicanos genética, o casi. En una serie de programas transmitidos por Foro TV, Jorge Castañeda y Héctor Aguilar Camín formularon a seis posibles candidatos a la Presidencia de México en 2012 preguntas concretas sobre sus proyectos. Preguntas y respuestas resultaron interesantes, pero al abordar el mundo exterior, la pregunta, siempre formulada por el excanciller, se volvía estrecha como un embudo. “¿Mirarías al sur o al norte, a Latinoamérica o a Estados Unidos?”.
La mayor parte de los entrevistados contestaron que a ambas partes. Entonces Castañeda explicaba que eso sería ideal, “pero en el mundo real es necesario escoger: al norte o al sur”. Sin argumentar, los invitados escogieron, y siempre escogieron el norte. Aunque dos de ellos se permitieron proponer que un cierto porcentaje de tiempo desviarían la mirada hacia el sur.
Pareció que de verdad hablaban de mirar con un par de ojos hacia arriba o hacia abajo. Cierto: un par de ojos no pueden mirar al mismo tiempo hacia el techo y hacia el piso, ni siquiera un par estrábico. Pero lo cierto es que no hablaban de mirar con un par de ojos, sino con un numeroso y bien preparado equipo de funcionarios y embajadores.
La experiencia de Brasil debiera ser esclarecedora para México de cómo no sólo se puede mirar al norte y al sur al mismo tiempo, sino de cómo se puede mirar en redondo, al norte y al este y al oeste y al sur, y a lo distante y a lo cercano.
Sin mermar su comercio con Estados Unidos, Brasil se alió tácitamente con otras tres economías grandes y emergentes: Rusia, India y China. Gracias a su pertenencia al llamado BRIC, llegada la recesión estadunidense, Brasil siguió creciendo.
Y al mismo tiempo Brasil construyó y lidera el Unasur, que ha enganchado su economía a las de los otros países sudamericanos. Por cierto, en el Unasur Brasil se ha convertido en la potencia integradora. Hoy mismo construye refinerías en Bolivia, Perú y Ecuador, lo que beneficiará a Brasil y a cada uno de estos países, por lo pronto subdesarrollados.
El presidente Lula ha comprendido nuestros tiempos tal vez mejor que ningún estadista. Hoy se trata de mirar en redondo, porque el mundo se ha vuelto más redondo que nunca. Hoy la independencia de un país se cifra en la multiplicación de sus dependencias.
Por eso Lula le sonríe igual a Hugo Chávez que a Barack Obama; a Vladimir Putin que a la presidenta Cristina Fernández de Kirchner. En la nueva ideología, el juego económico no es ya de suma cero –alguien pierde para que otro gane–: en el mundo globalizado se piensa en relaciones de mutuo beneficio.
China, con su milenaria tradición aislacionista, es otro caso que debemos atender desde México. Puestos ante un espejo, México y China en el siglo XXI son dos países perfectamente inversos.
China ha invadido con sus productos todo el globo, en tanto vigila con severidad lo que entra por sus fronteras. México, en cambio, deja ingresar todo, sin distingo y sin atender el riesgo de que la industria y la cultura locales sean arrasadas, como ha sucedido, en tanto carece de un proyecto para multiplicar sus relaciones comerciales con otros países.
A 200 años de nuestra independencia de España, hoy dependemos todavía de un país extranjero, ahora de Estados Unidos. Pero la forma de independizarnos no está en señalar una y otra vez la herida de nuestra subordinación y luego sentarnos a padecerla. Nuestra independencia pasará, si es que pasa, por multiplicar, en redondo, nuestras dependencias con el redondo mundo.
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