Charles Bowden, escritor y periodista especializado en temas de violencia en la frontera norte de México, afirma a Proceso que su libro más reciente, La ciudad del crimen, nació de su incredulidad: nunca creyó en la versión de los gobiernos mexicano y estadunidense de que los asesinatos en la urbe fronteriza fueran resultado de la lucha entre cárteles. Así que visitó la plaza, habló con deudos y hasta con victimarios... Su conclusión es que los muertos de Juárez son víctimas inocentes de la corrupción.
EL PASO, TEXAS.- Con un dejo de impotencia, Charles Bowden afirma: “Sí, la muerte se ha convertido en el modo de vida en Ciudad Juárez”.
Bowden, cuyo más reciente libro es La ciudad del crimen (Grijalbo), es un deambulante de la frontera entre Estados Unidos y México. No tiene un lugar fijo. Se mueve entre Tucson, Arizona; Las Cruces, Nuevo México, y El Paso, Texas.
“Cada vez que cruzo a México digo: ‘Ésta es la última’. Pero siempre regreso. El olvido y desdén de los gobiernos de México y Estados Unidos hacia la gente de Juárez me hace volver, me grita que debo hacer algo para darle voz a los que no la tienen”, apunta el escritor y periodista durante una entrevista con Proceso en el bar del hotel Camino Real en el centro de esta ciudad texana.
La ciudad del crimen no es el típico ensayo sobre los feminicidios, violaciones, asesinatos, secuestros, desapariciones, decapitaciones, pandillerismo y demás crímenes que privan en Ciudad Juárez. La obra tiene tintes literarios que describen lo que pasa en esa urbe y descalifica a Felipe Calderón, quien asegura que todos los muertos en esta plaza fronteriza son resultado de la lucha entre cárteles del narcotráfico por el control de los corredores de la droga.
Para el gobierno de México los de Juárez “son muertos sucios”, destaca Bowden. Luego matiza: Ellos “no son más que resultado del olvido de un gobierno por la gente pobre, campesinos y obreros de todos los puntos del país que llegaron al norte por la expulsión de sus lugares de origen a consecuencia del Tratado de Libre Comercio de América del Norte.
“Una vez en Juárez estos mexicanos fueron explotados en las maquiladoras y, víctimas de la desesperación, intentaron irse (a Estados Unidos); pero un muro de concreto o virtual y un cerco de acero los rebotó y cayeron en vicios y en las manos de criminales”, afirma Bowden.
De 56 años, alto, delgado, con el pelo largo, sin un par de dientes en la mandíbula inferior y muy mal hablado, Charles Bowden tiene aspecto de aventurero pero es un escritor bohemio que calza botas especiales para andar por el desierto, viste pantalón vaquero, cinturón de hebilla grande y camisa de mezclilla.
“Me gusta la gente, siempre me ha gustado hablar y convivir con la gente de la frontera del norte de México; son las víctimas de la corrupción de sus gobiernos y el chivo expiatorio de la adicción a las drogas de los estadunidenses”, dice.
El albergue de “El Pastor”
Editor asistente de las revistas CQ y Mother Jones, además de colaborador de Harper’s Magazine, The New York Times Book Review, Apertura y exreportero del desaparecido periódico Tucson Citizen, Bowden es autor de libros como Down by the river, A shadow in the city, Some of the dead are still breathing, Blue desert y Frog mountain blues.
Cuenta que La ciudad del crimen (Murder city) nació de las estadísticas sobre los asesinatos y desapariciones que comenzaron a crecer tras la decisión de Felipe Calderón de enviar a miles de soldados a Ciudad Juárez.
Asegura que su espíritu de reportero lo llevó a esa ciudad fronteriza para saber qué estaba pasando, porque no creía en el discurso de los gobiernos de Estados Unidos y de México, el de que los muertos de Juárez son resultado de la guerra contra el narcotráfico.
En cada una de sus 370 páginas, La ciudad del crimen relata la tragedia de los muertos de Juárez y la desesperanza de los deudos, y describe la lucha altruista de personas como José Antonio Galván, El Pastor, exadicto que Bowden halló en uno de sus múltiples viajes a los barrios olvidados de la ciudad fronteriza.
El Pastor tiene un albergue para locos, drogadictos, pandilleros, mujeres violadas (como la Miss Sinaloa que fue víctima de un ataque sexual múltiple) y hasta criminales que han perdido la memoria.
“Tarde o temprano los protegidos por El Pastor van a terminar muertos, tirados en algún rincón de las calles, sin cabeza o descuartizados. Por eso digo que en Ciudad Juárez el modo de vida es la muerte”, subraya Bowden, quien con más de medio centenar de viajes a Ciudad Juárez y días enteros entre los “muertos sucios” y hablando con los juarenses recopiló los relatos que plasma en el libro.
“Descubrí que la mayoría de los muertos de Juárez no son criminales; como la Miss Sinaloa, una joven bellísima que perdió la razón como resultado de la fiesta a la que fue invitada, donde consumió mucha cocaína y whisky para luego ser víctima de una orgía de policías que la abandonaron para que la recogiera El Pastor”, apunta Bowden.
–Entonces, ¿no hay criminales entre los cientos de muertos de Ciudad Juárez? –se le pregunta.
–No como los quiere presentar el gobierno de Calderón. Los muertos de Juárez son jóvenes, hombres, mujeres, niñas y niños que venden droga en las esquinas, que son repartidores de la mercancía que les dan a vender los narcos y los pandilleros, que a su vez trabajan para los cárteles.
“Los usan para vender droga, los hacen adictos y, una vez que incluso los obligan a matar a otro pobre esquinero vendedor de droga, los matan sin importar el modo: de un tiro en la cabeza o arrancándoles los brazos, la cabeza o totalmente descuartizados. Los tiran como basura.”
–¿Y mujeres como la Miss Sinaloa y las muertas de Juárez y los cuerpos en las narcofosas o las “casas de la muerte”, como les dice usted en su libro?
Bowden vacila: “Las mujeres y todos los muertos que quieren ensuciar Estados Unidos y Calderón, son víctimas de la corrupción. Como lo pongo en mi libro, hay mujeres policías que han sido violadas y asesinadas por los soldados, por sus compañeros o por policías federales.
“Y hay denuncias que no van a ningún lado, nadie les cree, y algunas de las que viven se quedan calladas porque, si hablan, podrían terminar como las demás mujeres que no son policías, que son obreras, drogadictas, pandilleras o hermosas jovencitas con cuerpos adorables y que son usadas como objetos sexuales: tiradas o enterradas en algún predio polvoriento de las calles de la muerte en Juárez.”
Según Bowden, los capos del narco están eliminando a gente que usan y que no tiene la menor importancia en los escalafones del poder de los cárteles, que ni siquiera figuran en éstos.
Los matan y los entierran en casas de seguridad para ya no tirarlos por las calles, los descuartizan y los diluyen en ácido o los echan por las alcantarillas a los tubos del drenaje, donde luego los perros y las ratas los encuentran y se alimentan de los cuerpos mutilados y en estado de descomposición.
“No me importa que no crean lo que digo en el libro. No es una novela, yo sé que ésta es la verdad de Juárez y quien lo dude puede ir a comprobarla. Ojalá lo hicieran los putos gobiernos de Calderón y de Barack Obama”, subraya Bowden sin ocultar su incomodidad porque cuando se lleva a cabo la entrevista con Proceso, en el mismo bar tiene lugar la presentación de una función de boxeo.
Pero no se trata de púgiles profesionales, sino de miembros de las agencias federales de Estados Unidos encargadas de vigilar que los criminales, indocumentados y drogas no crucen la frontera de Ciudad Juárez con El Paso. Todos los peleadores, con el torso desnudo, tienen rasgos hispanos.
–¿Charles Bowden? –pregunta un joven fornido, con el pelo a rape, interrumpiendo la entrevista.
–Sí, soy yo –contesta Bowden al darse cuenta de la mirada de admiración que le lanza el joven boxeador.
–Soy agente de la Patrulla Fronteriza y sólo quiero darle las gracias por su libro Down by the river. Su libro refleja la verdad sobre lo que pasa en esta frontera –comenta el joven.
“Artista de la Muerte”
El Artista de la Muerte es la analogía literaria con la que Charles Bowden bautiza al sicario que ni siquiera conoce al jefe de quien recibió órdenes mediante otros para eliminar a decenas o cientos de personas. El autor se entrevistó con él varias veces en sitios de la frontera norte de México que no puede revelar.
El Artista de la Muerte fue quien le explicó en detalle cómo se secuestra a las personas en Ciudad Juárez, cómo se mata, se tortura, se quema con ácido, se cortan los testículos y las manos, se viola, se acaba con esos “muertos sucios” que luego son enterrados en fosas en la casas de la muerte, en el desierto, o simplemente se arrojan –enteros o en pedazos– en las calles.
“El sicario existe: todavía de vez en cuando hablo con él. Es un hombre arrepentido que se volvió al cristianismo. Está huyendo de los jefes de su cártel que le pusieron precio a su cabeza cuando ya no les servía, cuando ya lo habían transformado en una máquina de matar, en el sicario que con sus propias manos estranguló a muchas personas”, cuenta Bowden.
A diferencia del artículo que escribió para la revista Nexos en agosto de 2009 (Sicario. Confesiones de un asesino de Ciudad Juárez), el testimonio de este asesino tiene un tono más literario y excluye los detalles crudos de los crímenes y las torturas.
El autor lo utiliza para exponer una realidad trágica del México actual, donde las autoridades no se atreven a enfrentar a los verdaderos criminales porque hacerlo sería como “un escupitajo a la cara en pago de sus errores y de su corrupción”, según Bowden.
Pero ese asesino arrepentido –que para el autor de La ciudad del crimen es “un hombre muerto que camina” porque puede ser ejecutado en cualquier momento– hizo algo insólito: a instancias del escritor y cubriéndose el rostro con una capucha, contó detalladamente ante cámaras de video los crímenes que cometió y habló de decenas de “muertos sucios” que las autoridades aún no descubren en las casas de la muerte de Juárez.
Bowden y el productor italiano Gianfranco Rosi se encargaron de editar y resumir en un documental de 77 minutos las macabras confesiones que el sicario expuso durante cinco días de entrevistas. El documental ya se transmitió en varios países de Europa. No en México, donde dos productoras se han negado a presentarlo ante el público.
“Y en Estados Unidos, menos. Saben que un testimonio como éste es para echarles en cara su culpa por los muertos de Juárez. Te dejo una copia del documental y una copia de un video de seis minutos de El Pastor; quiero que los veas, ambos existen”, dice Bowden al despedirse del reportero.
Sube a su camioneta. Va a Las Cruces, donde dormirá esa noche. ¿Volverá a ir a Juárez? Ni él lo sabe. Dice que ya lo tiene enfermo el cuento de los gobiernos de Obama y de Calderón de que los muertos de Juárez son los de la guerra contra el narcotráfico y de la pelea entre los capos de la droga. “Eso es una puta mentira”, afirma.
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