MÉXICO, D.F., 28 de enero.- La situación de Haití es un recordatorio constante de las fallas y limitaciones de la cooperación internacional. A pesar de las declaraciones entusiastas de solidaridad que siguieron al terremoto y las promesas de ayuda hasta por 10 mil millones de dólares, éstas no se han materializado. Un año después, las labores de reconstrucción se encuentran casi en punto cero; no ha terminado, siquiera, la tarea de levantar escombros. Más de un millón de damnificados viven todavía en tiendas de campaña, donde las condicione de salud son muy precarias. La epidemia de cólera que se desató a finales del año pasado ha encontrado campo fértil para propagarse; hasta ahora, ha costado la vida de 3 mil 400 personas; muchas más se encuentran hospitalizadas. La violencia es constante en las calles llenas de escombros y sin alumbrado. Especialmente dolorosa es la que se ejerce sobre las mujeres; decenas de violaciones ocurren cotidianamente, y el número de embarazos producto de las mismas ha crecido significativamente.
No es difícil identificar los motivos por los que se encuentra paralizada la ayuda para la reconstrucción de Haití. Las opiniones coinciden en la necesidad de contar, previamente, con instituciones de gobierno. Los países donantes tienen enorme desconfianza sobre la corrupción y el mal manejo de los recursos. Temen que sean utilizados de manera errática y esperan, por lo tanto, la presencia de funcionarios que puedan administrarlos de manera eficiente. Respondiendo a esa preocupación, la tarea principal de instituciones internacionales, como la OEA, ha sido organizar elecciones que, en principio, debían dotar al país del gobierno legítimo y eficiente que los donadores esperan.
Desgraciadamente, las elecciones presidenciales, celebradas a finales de noviembre del año pasado, fueron un rotundo fracaso. Los resultados, dados a conocer por la Comisión Nacional Electoral, fueron puestos en duda de inmediato a través de manifestaciones callejeras, desordenadas y violentas. Tal ha sido la forma de expresión política en Haití desde hace muchos años. Los intentos de modificar ese comportamiento, emprendidos por la Misión de la ONU para la estabilización de Haití, no han tenido el menor éxito. Lo cierto es que dadas las condiciones en que se prepararon y celebraron las elecciones –en un país devastado en el que era imposible elaborar un padrón electoral confiable, donde no había posibilidades de tener un control efectivo sobre los centros de votación–, difícilmente podían ofrecerse resultados legítimos.
Ante el descontento popular, las instituciones internacionales titubearon. A pesar de que, en un primer momento, la OEA había opinado que hubo “irregularidades” durante la votación, pero no lo suficientemente severas para rechazar los resultados, finalmente detuvo sus declaraciones y procedió a la elaboración de un informe que acaba de ser presentado al presidente René Préval.
El informe de la OEA considera que los resultados preliminares anunciados por la Comisión Electoral no son válidos. No discute el primer lugar obtenido por Mirlande Manigat, quien tiene el mayor número de votos, pero no los suficientes para evitar una segunda vuelta. Las diferencias se encuentran al decidir quién ocupa el segundo lugar. A diferencia de la Comisión, el informe señala que, por un pequeño margen, éste corresponde al carismático cantante Michel Martelly; deja por lo tanto fuera del juego al candidato oficial Jude Celestin.
El problema mayor suscitado por el informe es que no establece la fecha para celebrar la segunda vuelta. Dado que el gobierno actual termina formalmente sus labores el 12 de febrero, Haití queda en un limbo político a partir de entonces. El peor escenario para quienes esperaban instituciones gubernamentales consolidadas.
Para aumentar la confusión, el dictador conocido como Baby Doc, uno de los peores representantes de la arbitrariedad y la crueldad de un dirigente, ha llegado inesperadamente al país después de 25 años de ausencia. Los rumores sobre las fuerzas que han apoyado ese regreso son múltiples. Las voces disímbolas de quienes han salido a vitorearlo y quienes recuerdan los miles de crímenes cometidos durante su régimen dan una idea de la polarización que puede producirse.
Ante semejante confusión, la pregunta vuelve con insistencia: ¿Cuál es el camino para reconstruir Haití? Es evidente que poner por delante la celebración de elecciones que permitan dotarlo de instituciones democráticas y confiables no es la solución. Se necesitan muchos años para cambiar una cultura política, lo cual no se logra mediante observadores internacionales o misiones de paz. Vendrá después de una mejora de la educación, el trabajo productivo y el involucramiento de las comunidades. Pero entonces, ¿cuál es la alternativa a corto plazo?
En los días que siguieron al terremoto hubo voces a favor de un involucramiento rápido de las Naciones Unidas para establecer un gobierno de transición integrado principalmente por haitianos, pero de la mano de expertos internacionales. La idea fue rechazada para dar cabida a una defensa formal de la soberanía haitiana, encarnada por un gobierno que se sabía carecía de las condiciones para actuar como representante de un verdadero Estado, pero al que se colocó en el centro de las decisiones. Las consecuencias están a la vista.
La solución corresponde ahora a los países más poderosos. A Estados Unidos, a la Unión Europea, a los países emergentes como China o Brasil, les toca convertirse en el aval para que ya no se detenga la ayuda para la reconstrucción de Haití. Cómo se ejerce tal responsabilidad de la manera más eficiente, es el desafío que deben enfrentar. No desbloquear de inmediato la ayuda, esperando la improbable creación de instituciones democráticas, sólo aumentará el peligro de una desestabilización aún mayor y profundizará el dramatismo de una tragedia sin fin.
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